Por Verónica Calderón
El País
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Al hondureño Óscar Martínez, de 45 años, lo mataron en su casa el 22 de diciembre de 2010. Lo apuñalaron, lo ataron a una silla y lo quemaron vivo. Martínez había presentado semanas antes una denuncia por robo y agresiones y había identificado a tres de sus atacantes, que entonces le amenazaron de muerte. El día del crimen, testigos afirmaron que habían visto huir a dos hombres, pero nadie ha sido detenido. Martínez era gay y travesti: se hacía llamar Lady Oscar. Y por eso lo mataron.
Una semana antes de la muerte de Lady Oscar, el cuerpo de Luis Alvarado Hernández, Lorenza, de 23 años, fue hallado en una zanja. Su rostro había sido golpeado tantas veces que quedó irreconocible.
En los últimos 18 meses, 34 homosexuales han sido asesinados en Honduras. Más del doble que en los cinco años anteriores. El aumento de los crímenes homofóbicos ha sido tal que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, Human Rights Watch y hasta el presidente de EEUU, Barack Obama, han exigido al Gobierno de Porfirio Lobo que esclarezca los crímenes. Una tarea que se antoja difícil en Honduras, el segundo país más pobre de América Latina, uno de los más violentos y también uno con los más altos índices de impunidad.
Un recuento del periódico La Prensa realizado en 2008 señala que solamente se resuelve un 5% de los homicidios. Y la situación pinta peor si la víctima es gay. “Somos ciudadanos de segunda clase, hay discriminación en todos lados”, asegura Indyra Mendoza, coordinadora de la Red Lésbica Catrachas con sede en Tegucigalpa. “Vivimos en un país que por cultura es así. Nunca hay una explicación para estos crímenes. El odio está en todas partes. Simplemente métase en cualquiera de las noticias de los asesinatos y lea los comentarios de la gente”. La prueba, a un clic. “Dejen de defender a esos cuchumbos [palabra peyorativa para gay] que ellos se matan entre sí por celos y esas cosas raras que hacen entre ellos. Defiéndanos a nosotros: el pueblo-pueblo”, dice un usuario identificado como Benito Camell Mazzo. Los demás comentarios de la noticia están en el mismo tono.
“En la calle la gente te insulta, la policía te golpea. Hay compañeras trans que son asesinadas a tiros en plena calle y ni siquiera les hacen un levantamiento de cadáver porque dicen que tienen sida, lo que no es verdad”, describe Mendoza. Washington equiparó la violencia contra los homosexuales en Honduras con la de Uganda, que recibió la condena mundial tras el asesinato del activista gay David Kato en enero de este año.
Un informe de Human Rights Watch de mayo de 2009 documenta abusos policiales contra gays, travestis y transexuales en Honduras. El reporte señala que el artículo 99 de la Constitución hondureña impone sanciones a “mendigos sin patente, los rufianes, prostitutas ambulantes, los drogadictos, ebrios y tahúres”, lo que es utilizado por la policía para “perseguir” a los gays. José Bonilla, coordinador del Colectivo Violeta, añade que a partir del golpe de Estado que derrocó al presidente Manuel Zelaya en septiembre de 2009, la violencia ha aumentado. “Siempre ha habido crímenes, pero no con tanta frecuencia”. Bonilla agrega que uno de los principales objetivos de los activistas es modificar la ley para que sea más concreta, como ya se ha hecho en otros países de América Latina, como Colombia y Argentina. “Quizá no es una prioridad para los hondureños, pero es un derecho humano”, reclama.
Bonilla también reconoce que el Gobierno de Lobo ha hecho ciertos acercamientos. “Tal vez no todos los que quisiéramos, pero al menos es algo”. El portavoz del Departamento de Seguridad Pública de Honduras, Leonel Sauceda, se reunió con los representantes de los colectivos de lesbianas, gays, transexuales y bisexuales (LGTB) a principios de este mes, y el Gobierno de Porfirio Lobo estableció en noviembre del año pasado un Ministerio de Justicia y Derechos Humanos que, entre otras cosas, está destinado a resolver los delitos sin resolver contra gays, lesbianas y transexuales. Mendoza valora ciertos avances. “Ahora hay discotecas para homosexuales . Hace 10 años habría sido impensable”. Pero lo más grave, afirma la directora de la Red Catrachas, es la complicidad de la sociedad. “La discriminación está en todas las casas. Por eso cuando aparecemos destripados, nadie dice nada”.
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