por Jorge Núñez
Perdigones, balas de goma, bombas lacrimógenas, patadas propinadas con crueldad fueron empleadas por la policía contra protesta popular por 'homenaje a Pinochet' en el centro de Santiago de Chile. Video.
La situación social de Chile es lamentable. Esta degradación social apenas la puede amortiguar el sistema político imperante con las limitaciones e insuficiencias que desde su origen lastran su evolución.
A la ausencia de horizontes, la infertilidad crítica al modelo de organización societal y las lamentaciones más o menos razonadas de ser santiaguino en el horroroso Santiago de Chile, se ha añadido el domingo 10 de junio, una nueva versión vietnamizada del 11 de Serpientes, a las 11 de la mañana.
Por distintas calles, desde la cordillera hasta la costa, desde el cielo a las alcantarillas, en el polígono de Santiago fueron convocados y luego apostados piquetes de veinte, de a treinta asesinos investidos en trajes de policías urbanas en que comandantes y sargentos, tropa y patria se alistaron para concluir la “cuestión de Santiago”.
Desperdigados por una geografía de asfalto, en misión de asalto circulaban con la hostilidad en ristre los destacamentos de cascos verdes, quienes sin portar identificación –como si acaso la muerte tuviere algún nombre propio- centraban sus miradas sobre los objetivos a los que habrían de reducir.
A su vez, aquellos objetivos –conocidos en el mercado laboral bajo el mote de recurso humano-, apertrechados de limones y voz en cuello, sabían que se enfrentaban contra la disciplina prusiana y orgullo criollo de haber ganado en batalla alguna.
Atrincherados en sus voces culturales, los universitarios, los secundarios, trabajadores, mapuche, mujeres, niños, ancianos, muchachos, homosexuales y barras febles de canchas populares de fútbol representaban la vocación revolucionaria de los anarquistas palestinos que ocupaban las calles en señal de resistencia.
Desde el cuartel central situado entre las calles Alameda y Moneda, Teatinos y Morandé, el comandante en jefe del matadero -en actitud de vigilia- supervisó la nueva versión de nuestro Holocausto chileno.
Perdigones, balas de goma, bombas lacrimógenas, patadas propinadas con crueldad son los menos de los componentes con que debiere tratarse a esos, los terroristas que luego conformarán el Muro de los Lamentos, instalado en el Cementerio General de la República del Chile de los Sabios de La Moneda.
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