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Nos levantamos, tomamos algo, encendemos la computadora. Desde la máquina leemos las noticias, escuchamos radio, o música, o vemos un video desde el anonimato de nuestras casas. Miramos nuestra cuenta de Facebook, o buscamos alguna novedad en video en la de Youtube. Se nos hace tarde.Salimos sumamente apurados a trabajar. Llegamos a duras penas a tiempo, y encendemos nuestro ordenador.En viaje, nos enteramos de la urgencia de respuesta a un mail por nuestro celular interconectado a las redes. Apuramos la respuesta desde el correo corporativo de la empresa para la que trabajamos. Nos conectamos a messenger, a los correos electrónicos y a skype.Termina la jornada y regresamos a casa. Contamos las novedades por twitter, o las subimos al Face, y volvemos a hablar con la familia y los amigos en España vía skype. Nos copiamos unas frases inteligentes y unos lindos paisajes para pensar que estuvimos allí o que nosotros mismos las pensamos,Con la modorra del día agitado volvemos a acostarnos, y dormimos, ya que tuvimos el placer de un exquisito sexo virtual con nuestro amor de fantasía preferido.Y volvemos a comenzar.Toda la comodidad y celeridad del cyberespacio a nuestro alcance.
Es la era de la comunicación, de la gran aldea virtual, de la globalidad.
Pero desde un lugar sin espacio, desde un cielo de luces sin reflejos, desde un infierno de fuego sin calor, Internet vigila.Las redes nos desnudan, violan nuestro espacio privado, nuestra intimidad y nuestra propia vida.Hay un Dios humano o electrónico, Todopoderoso, que sabe todo de todos. O de la gran mayoría. Con su consentimiento o no.Que puede visualizarnos en cualquier momento, y en cualquier lugar, desde los espacios más recónditos hasta los más íntimos.Y nosotros, lo seguimos ignorando.
Cámaras, pantallas, satélites y programas conocidos e inimaginables controlan, escrutan, vigilan, ejecutan y juzgan. Y se convierten en rectores del control y la justicia del poder que las maneja. Y lo aceptamos tácitamente, casi sin verlo, como las vacas que diariamente ingresan al matadero, acostumbradas a ser arreadas sin decir más que mu. Aguardamos que los morlocks de turno hagan su menú favorito con nuestras vidas, Creemos que nosotros usamos los sistemas de comunicación y que ellos nos sirven a nosotros mismos, en lugar de nosotros servirlos a ellos. Tal vez a los mismos "Ellos", que citaba Héctor Oesterheld en "El Eternauta", antes que el poder lo secuestrara.
Desde un espacio sin fronteras, ni lugar físico, alguien puede conocer todos y cada uno de nuestros movimientos, gustos, intimidades, ideas, inquietudes y secretos sin siquiera darnos cuenta.Marcan cada segundo de nuestras vidas y digitan nuestro libre albedrío bombardeándoos de consignas, necesidades y conceptos, con nuestro tácito conocimiento y aprobación. Y como el Demonio, su mayor virtud es hacernos creer a todos que ésto, no existe.
Hotmail, yahoo, messenger, twitter, facebook, youtube, celulares móviles, skype; todos íntimamente conectados hacen y facilitan que la "comunicación" sea una necesidad imperiosa e inmediata. Y dependiente. ¿Para qué, por qué, para quién?Las grandes preguntas sin respuesta de la humanidad, tras una pantalla muda. Pero no ciega.
"El futuro llegó hace rato..." Nos advertía hace mucho tiempo un tema de "Los Redonditos de Ricota".Cercano (o a tiro de pájaro) está el momento, el día y la hora en que "alguien", un "Mano" siniestro, despiadado, e "invisible a los ojos" pulse una tecla y desde una IP, a otra que como un chip voluntario llevamos sin saberlo; haga que las Patrullas del Orden Preestablecido volteen nuestra puerta con orden de allanamiento virtual e inmediata, de bienes y mente, para prendernos simplemente por "pensar mal", por "pensar feo", o porque somos un peligro latente para la sociedad virtual, y por qué no, también la real.
Buenas noches, los dejo pensando.Yo, por lo pronto, tengo que ver las novedades en Internet.Mis disculpas, estoy apurado. Se me enfría la ensalada.
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¡ Exelemte Juan!
ResponderEliminar¡ Exelemte Juan!
ResponderEliminar¡ Exelemte Juan!
ResponderEliminarGracias Susi! Un abrazo!
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