Kurdistán. Las Madres por la Paz de Kurdistán y Turquía saben que su lucha es parte fundamental del pueblo que las vio nacer. Ellas, como sucedió en Argentina con las Madres de Plaza de Mayo en la década del setenta, son víctimas del terrorismo de Estado. En este caso, los sucesivos gobiernos turcos han desplegado una política sistemática de persecución y represión contra los kurdos, sean integrantes de la guerrilla o militantes sociales que reclaman por su legítimo territorio.
El embrión de este movimiento nació en 1986 cuando un grupo de mujeres creó la Asociación de Derechos Humanos de Turquía. A partir de 1990 comenzaron a realizar actividades de protestas en Estambul y poco tiempo después se conformaron como Madres por la Paz. A la agrupación no solo la integran madres de guerrilleros o militantes kurdos, sino que muchas son madres de soldados turcos que han muerto en las últimas décadas.
“En nuestra tradición, cuando hay un conflicto entre dos pueblos o dos familias son las madres las que logran la paz. Si hay un conflicto, tomamos nuestro pañuelo blanco, lo ponemos en el medio y la guerra termina”, comenta Fodul.
El distintivo de las Madres por la Paz es un velo blanco sobre sus cabezas, otra referencia a la influencia y la importancia que le dan al legado de las Madres de Plaza de Mayo. Sus luchas son las mismas. Las respuestas de los Estados, salvando las diferencias temporales e históricas, similares: represión al por mayor.
“Cuando era joven miré de cerca el ejemplo de Argentina. Estuvimos muy atentas de la lucha de las Madres de Plaza de Mayo –recuerda Fodul -. Gracias a ellas sabíamos no sólo lo que pasaba en Argentina sino en América Latina. Mi hija está presa, mi hijo está asesinado, yo misma estuve presa algunas veces. Ahora vivo exiliada porque en mi país estoy condenada a 14 años. Nosotras sabemos que muchas madres perdieron a sus hijos en Argentina, por eso los dolores son los mismos. En Kurdistán sucedió también que madres que estaban presas tuvieron sus hijos y ahora sus hijos fueron asesinados”.
Se calcula que en Turquía hay 12 mil presos políticos y que la lucha por la liberación del pueblo kurdo ha dejado unos 40 mil muertos en las últimas décadas. Entre todas las cifras que se manejan, el organismo de derechos humanos IHD calcula que en territorio turco hay trescientas fosas comunes y unos tres mil desaparecidos.
Es poco probable hablar con una familia kurda y que uno de sus miembros no esté asesinado, desaparecido, preso o haya sufrido torturas. Las Madres por la Paz tampoco son ajenas a vivir en carne propia la represión del Estado turco. Muchas de ellas sufrieron la cárcel, la tortura y las vejaciones más bajas. “Asesinaron a mi hijo y no entregaron su cuerpo –cuenta Meryem Aksu-. También asesinaron a mi hermano y a mi sobrino. En ese momento ellos no aceptaron formar parte de las milicias del Ejército turco y por eso fueron asesinados. Otro hermano mío está preso y su hijo desaparecido”.
En marzo pasado comenzó un proceso de paz entre la guerrilla del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) y el gobierno del primero ministro Teyep Erdogan. Desde las filas insurgentes la desconfianza con un acuerdo que finalice la guerra está justificada luego de tantos años de traiciones por parte del Estado turco, como lo explican en el PKK.
Las Madres por la Paz saben que una salida negociada es posible, pero a su vez conocen de cerca las posturas del gobierno turco. “Hay un proceso de paz que empezó en marzo en Turquía, el 1 de septiembre que es el día mundial de la paz queremos que sea el último día de guerra –remarca Sengin Kahraman.
Sengin destaca el impulso que le da al acuerdo el líder máximo del PKK, Abdullah Ocalan, preso desde 1999 en una base militar de Turquía. “El gobierno turco no quiere responder a los esfuerzos que está haciendo Ocalan. Queremos que hagan cosas concretas para establecer la paz. Se necesita una amnistía general para liberar a los 12 mil presos políticos, incluso a Ocalan. El Estado turco sabe muy bien que con la guerra no puede derrotar a la resistencia kurda. La única manera es democratizar el país. Con las conferencias y actividades que hacemos mostramos que la paz no es solo entre guerrilleros y gobierno, sino que debe participar la sociedad civil, principalmente las víctimas”.
“No queremos más muertos ni violencia, ya pagamos muy caro –sintetiza Sengin-. Queremos la paz y sabemos que es posible. Si el gobierno turco insiste en su política de represión entonces vamos a seguir apoyando a la guerrilla. Cuando pedimos la paz no quiere decir que dejemos la resistencia, porque sabemos que el gobierno no va a permitir la paz de forma gratuita. Si no hay paz vamos a seguir apoyando a nuestros hijos e hijas que están en la guerrilla”.
*Leandro Albani, desde Kurdistán, para Resumen Latinoamericano
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