x Horacio Verbitsky Al menos la casa de descanso del arzobispo de Buenos Aires y un seminario salesiano fueron usados para secuestrar y torturar. Francisco I alega ignorancia
Así como la Armada usó como campo de concentración la casa de descanso del arzobispo de Buenos Aires, “El Silencio”, el Ejército utilizó el predio del Seminario Salesiano Ceferino Namuncurá, de Funes, próximo a Rosario, para secuestrar y torturar al menos a tres personas, una de las cuales no reapareció. El lugar fue vendido un año después a la Fuerza Aérea, pero los salesianos conservaron vastas propiedades linderas. Allí pasó sus últimos años el ex provicario castrense Victorio Bonamín. Francisco I "nunca oyó hablar".
La justicia federal de Rosario detectó otro campo clandestino de concentración que funcionó en una propiedad de la Iglesia Católica Apostólica Romana durante la última dictadura cívico-militar. Se trata del seminario de la Casa Obra Salesiana Ceferino Namuncurá, de la ciudad santafesina de Funes, donde fueron torturados al menos tres prisioneros del destacamento de Inteligencia 121, dependiente del Cuerpo de Ejército II, que habían sido privados en forma ilegal de su libertad. Así se desprende de documentos y de testimonios brindados en la causa conocida como “Guerrieri II”.
Dos sacerdotes forman parte del expediente. Uno integraba el grupo de tareas que secuestraba en Rosario, y después de la dictadura siguió su carrera y fue distinguido por el Vaticano. El otro fue una de las víctimas de la tortura, se alejó de la Iglesia y reconoció el lugar de su cautiverio. También aparece mencionado un arzobispo, que estuvo al tanto de los hechos. Al menos uno de los detenidos que compartió el alojamiento y el martirio con el ex sacerdote, no reapareció luego de su paso por aquel establecimiento de la Iglesia y hasta hoy sigue siendo un detenido-desaparecido.
En ningún otro país americano la Iglesia Católica estuvo tan imbricada con la represión dictatorial. El primer campo clandestino conocido que haya funcionado en una propiedad eclesiástica es la casa de fin de semana “El Silencio”, en las afueras de la Capital argentina (Ver abajo “El primer caso”). El segundo fue detectado por el fiscal Gonzalo Stara, a cargo de la Unidad de Asistencia para causas por violaciones a los Derechos Humanos durante el terrorismo de Estado en Rosario. Esa utilización clandestina de los bienes eclesiásticos por la dictadura fue mencionada por el ex cura tercermundista Santiago Mac Guire ante la Conadep [Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas], pero no había sido investigada, porque en aquellos años la Justicia se limitaba a los altos jefes militares.
El dato fue confirmado por Roberto Pistacchia, quien compartió el lugar de sometimiento con Mac Guire. Igual que en el caso de “El Silencio”, después de su uso para la represión esa parte del Ceferino Namuncurá fue vendida para borrar las huellas. “El Silencio” hoy está abandonado, pero el lugar donde funcionó el seminario salesiano fue vendido a la Fuerza Aérea en 1979, y desde entonces es sede del Liceo Aeronáutico Militar, instalado sobre la avenida que lleva el nombre del santo aborigen. Los salesianos conservan los terrenos linderos.
Por denuncia del obispo
Mac Guire integró el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, que tuvo duros enfrentamientos con el arzobispo de Rosario, Guillermo Bolatti, reacio a las reformas dispuestas por el Concilio Vaticano II. Más adelante Mac Guire dejó los hábitos y el arzobispo de Santa Fe, Vicente Zazpe, lo casó con María Magdalena Carey, con quien tuvo cuatro hijos. En agosto de 1971, durante la dictadura del general Alejandro Agustín Lanusse, Mac Guire y tres sacerdotes a quienes Bolatti había purgado de sus parroquias fueron detenidos de madrugada en un violento operativo del servicio de Inteligencia del Ejército, que incluyó el secuestro de libros de Perón y Eva Perón y de una carta del ex presidente a uno de los curas.
El abogado defensor de los sacerdotes dijo que las detenciones se produjeron por datos suministrados por las autoridades eclesiásticas. Un diario rosarino afirmó que curas tercermundistas y sindicalistas “habían realizado una reunión con fines subversivos”. Cuando el Movimiento lo querelló ante la justicia, el diario respondió que la información provenía del Arzobispado y de la SIDE. El Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo acusó en forma directa a Bolatti. Los servicios de informaciones y el sector del Episcopado que integraba Bolatti no distinguían entre los sacerdotes tercermundistas, la Juventud Peronista y Montoneros. Aquella dictadura concluyó en 1973, con la entrega del gobierno al presidente electo Héctor Cámpora, que puso en libertad a todos los presos políticos. Pero menos de tres años después, el 24 de marzo de 1976, un nuevo y sangriento golpe militar, con articulado apoyo civil, se apoderó otra vez del gobierno.
El 18 de abril de 1978, el ex cura Mac Guire fue secuestrado una vez más en Rosario, cuando circulaba en bicicleta con un hijo. Recién recuperó su libertad en diciembre de 1983 al concluir la dictadura. En 1984 declaró ante la Conadep. Dijo que fue “puesto violentamente en el piso del auto, encapuchado y llevado fuera de la ciudad a un lugar desconocido que resultó ser el campo de concentración perteneciente a la localidad de Funes y conocido como ‘Ceferino Namuncurá’, que fue dado por sus anteriores poseedores, los salesianos”. Luego de doce días encapuchado en ese lugar, en el que lo sometieron a varios interrogatorios bajo torturas cada día, Mac Guire fue conducido al Batallón 121 de Rosario, donde lo esperaban el 2do. Comandante del Cuerpo de Ejército II, general de división Luciano Adolfo Jáuregui, quien “disponía sobre la vida de desaparecidos definitivos y en tránsito” y su ex arzobispo Bolatti. En ese batallón, los suboficiales Gauna y Berra le confirmaron que había estado en el Ceferino Namuncurá. Esposado a una cama del batallón durante un mes y medio, Mac Guire fue sometido a una parodia de juicio en el Comando del Cuerpo II, en el que resultó condenado a 15 años de prisión. El compañero monseñor
Durante su alojamiento en el Batallón también recibió la visita de un ex compañero en la arquidiócesis rosarina, Eugenio Zitelli, quien lo reemplazó en la parroquia obrera de Bajo Saladillo cuando Mac Guire y otros veintiocho sacerdotes exigieron a Bolatti que aplicara las reformas conciliares. Cuando volvieron a verse, Mac Guire era un ex sacerdote, estaba preso y había sido torturado, y Zitelli era el capellán de la jefatura de policía de Rosario, a cargo del comandante de Gendarmería Agustín Feced. “Yo tenía todo el cuerpo lastimado por efecto de la picana y él me preguntaba cómo estaba.” Zitelli admitió haberlo visitado, pero negó haber sabido de las torturas. En el subsuelo de la Jefatura, María Inés Luchetti le contó que las presas, de entre 16 y 60 años, eran torturadas con picana eléctrica y violadas, entre ellas su suegra. Zitelli la interrumpió:
–Que usen la picana se justifica porque estamos en guerra y es un método apto para obtener información. Pero la violación atenta contra la moral y los militares nos prometieron que eso no iba a pasar.
Lo mismo le contaron otras prisioneras, ante quienes explicó la necesidad de la tortura, pero se conmovió con las violaciones. Una vez enterado por Zitelli, el arzobispo Bolatti no hizo nada para modificar la situación, porque opinaba que de fracasar la dictadura “el heredero será el marxismo” y se impondrá “el placer sexual desorbitado” de una sociedad permisiva. La violación pasaba a ser así un imperativo de la seguridad nacional, apta para combatir hasta el pecado capital de la lujuria.
Al ex sacerdote Angel Presello, que también había sido su compañero en el seminario, Zitelli le dijo:
–Sin tortura, no hay información.
Ex detenidos cuentan que en 1977 Feced les anunció que festejarían con una comida el haber acabado con la subversión en Rosario. Les hizo pagar a los que quedaban con vida la cena de celebración, el vino Nebiolo y el whisky. Entre los comensales, estaba el cura. En 1999, el arzobispo Eugenio Mirás le entregó a Zitelli el título honorífico de monseñor conferido por el Vaticano. Centenares de habitantes de Casilda, donde oficiaba de párroco, lo repudiaron. Mirás les replicó que era un excelente sacerdote y que quien tuviera pruebas estaba en la obligación moral de llevarlas a la Justicia, cosa que las víctimas habían hecho en vano quince años antes. María Inés Luchetti le recomendó que consultara la causa Feced, donde constaba la denuncia. Zitelli dijo que pedía perdón por las acciones lesivas a la humanidad que hubieran cometido policías católicos, pero aclaró que Feced era agnóstico. Además negó que ese centro de detención hubiera sido clandestino y dijo que nunca supo de torturas, aunque entendía la represión debido a los atentados contra policías, y que cuando celebraba misa para las detenidas, lo recibían con gozo y alegría. Un ex suboficial de la policía le respondió que él lo había visto, junto a Feced, mientras torturaban con picana eléctrica a un detenido.
El año pasado, el juez Marcelo Bailaque procesó a Zitelli junto con el ex dictador Jorge Videla y catorce militares y policías en la causa Feced, como “partícipe necesario de los delitos de privación ilegal de la libertad, agravada por mediar violencia y amenazas” en nueve casos y “coautor del delito de asociación ilícita”, pero consideró que no había mérito para procesarlo por tormentos y homicidio. Bailaque ordenó la cárcel efectiva para los demás acusados, pero permitió el alojamiento de Zitelli en una casa religiosa y luego dispuso que aguardara en libertad la apertura del juicio oral.
Enganchados
En la institución salesiana, Mac Guire compartió celda con otros dos secuestrados, Roberto Pistacchia y Eduardo Garat. El último nunca reapareció. Su esposa, Elsa María Lilia Martín, declaró en 1984 ante la Conadep que militares y policías conocidos le confirmaron que Garat estaba vivo en el Batallón 121 y que su detención se vinculaba con la proximidad del campeonato mundial de fútbol. Cuando el sargento Durán les confirmó que estaba allí, los familiares recurrieron a la Iglesia “pidiendo que intercedan por él y nos den información de su suerte. El padre García, de Rosario, nos informó que estaba vivo. Las otras personas de la Iglesia con que hablamos, nos pidieron tiempo para averiguar y hubo quienes se ofrecieron a rezar por él”.
Garat fue detenido-desaparecido unos días antes que Mac Guire. Cuando el secuestro de Mac Guire fue convertido en detención, su mujer, María Magdalena Carey, pudo visitarlo y se comunicó con la esposa de Garat. Le dijo que habían estado en un centro clandestino en Funes y que luego de torturar al ex sacerdote le exigieron que firmara una especie de confesión, “o te hacemos boleta [matamos] como a Garat que no quiso firmar”.
Pistacchia fue secuestrado el mismo 18 de abril de 1978 que Mac Guire. El 1 de noviembre de este año hizo una primera declaración ante el fiscal Stara y esta semana lo amplió ante Bailaque. Dijo que fue secuestrado en la puerta de su casa e introducido en el baúl de un Ford Falcon, que lo condujo primero a la Jefatura de Policía de Rosario y, luego de algunas horas, a un lugar de la ciudad de Funes, donde permaneció más de un mes. Por las deplorables condiciones de detención perdió casi 30 kilos. Como bienvenida y sin hacerle preguntas “empiezan las palizas, a tirarme agua fría y caliente”. También padeció la “aplicación de picana en el pie y simulacro de fusilamiento”. En ese lugar estuvo con Mac Guire y Garat, “quienes también fueron interrogados con tormentos”. Los tres compartían una minúscula habitación, pero eso no era un problema para sus captores, ya que colgaron a cada uno “de un gancho por medio de las esposas que tenían puestas”.
Agregó que una vez fue llevado junto con Mac Guire a un patio, donde los mojaron con una manguera en pleno invierno y les dispararon como si los fueran a fusilar. Un par de días después de la llegada de Garat al lugar, escuchó a los secuestradores decir “se nos va”, y a partir de allí quedó solo con Mac Guire. Pocos días después aparecieron unos hombres de mejor nivel cultural que los torturadores, que Pistacchia piensa que eran militares. “Hay que trasladarlo al cura”, dijo uno de ellos. Pero se lo llevaron a él, que estaba encapuchado, hasta el Batallón 121. Lo curaron en la enfermería y lo esposaron a la cama. Hasta allí llegó una comitiva de militares y hombres de civil. La encabezaba el general Jáuregui, a quien acompañaba el Arzobispo.
A Mac Guire lo trajeron a la rastra porque no podía caminar solo y lo ubicaron en otra cama junto a la de Pistaccchia. El ex cura saludó a Bolatti y ambos conversaron. Pistacchia y Mac Guire fueron trasladados al Comando del Cuerpo II, en Moreno y Córdoba, donde les anunciaron que les formarían un Consejo de Guerra. Los llamaban “enemigos de la Patria”, pero dejaron de torturarlos. Luego de una recorrida por las cárceles de Coronda, Sierra Chica, La Plata, Villa Devoto y Rawson, recuperaron la libertad al finalizar la dictadura.
El primer caso
Francisco I "nunca oyó hablar"
La isla “El Silencio” era la residencia de descanso del Arzobispado de Buenos Aires, en las afueras de la capital argentina, y escenario del festejo anual de graduación de sus seminaristas. Como titular figuraba el solterón Antonio Arbelaiz, administrador de los bienes de la Curia durante más de treinta años, con los cardenales Santiago Copello, Fermín Lafitte, Antonio Caggiano y Juan Carlos Aramburu. Arbelaiz hizo testamento a favor de la Curia.
A raíz de la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, en 1979, el Grupo de Tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada [ESMA] necesitaba un lugar donde esconder a sesenta prisioneros para que los investigadores no los encontraran. Arbelaiz vendió “El Silencio”, sobre el río Chañá-Miní, a monseñor Emilio Grasselli, secretario general del Vicariato Castrense y secretario familiar de Caggiano hasta su muerte, ese mismo año. Grasselli transfirió esa propiedad al Grupo de Tareas de la ESMA, que la adquirió con el documento falso del detenido ilegal Marcelo Hernández.
El actual Papa Francisco I, quien en 1999 me indicó en un manuscrito de su puño y letra en qué juzgado estaba el expediente. El círculo se cerró cuando el dinero que la Armada le debía a Grasselli por la hipoteca sobre la isla fue a parar a la Curia, como heredera de Arbelaiz. En uno de sus testimonios judiciales, el entonces cardenal Jorge Bergoglio (Francisco I) dijo que nunca oyó hablar de la isla “El Silencio”, ante lo cual publiqué el facsímil de su manuscrito.
Los prisioneros estuvieron dos meses en “El Silencio” y al terminar la misión de la OEA la mayoría volvió a la ESMA, algunos fueron puestos en libertad, y otros asesinados. Recién en junio de este año, casi dos décadas después de conocida su existencia, el lugar fue reconocido por la Justicia, durante una visita con los sobrevivientes que realizó el juez federal de la Capital, Sergio Torres, instructor de la causa ESMA.
Página/12. Extractado por La Haine
0 comentarios:
Publicar un comentario