SANTO DOMINGO (R. Dominicana).-No es la primera vez que ocurre. Hace unos años, en un club privado de Santiago, una comparsa vestida con el uniforme del Ku Klux Klan participó en una fiesta carnavalesca. Ahora, una comparsa similar desfiló en el malecón con la autorización número 51 del Ministerio de Cultura.
Publicada la foto en Twitter por el periódico 7dias.com.do, las reacciones fueron inmediatas y mayoritariamente de rechazo. Los hubo, empero, quienes ofrecieron el dato de que la “comparsa” existe desde los años ochenta y, condescendientes, advirtieron de no querer hacer "noticias absurdas. Las comparsas no hacen cultos ni alusión al disfraz que llevan. No seamos tontos”.
Casi con toda seguridad la mayoría de los disfrazados rechazaría las prácticas y filosofía del KKK si las conociera. Sabrían que desde el siglo XIX los miembros de este grupo propugnan la supremacía blanca, y que es una paradoja que quien porta en la foto el letrero que identifica la comparsa sea un negro.
Los linchamientos de negros en el sur de los Estados Unidos por el KKK fueron práctica cotidiana hasta la segunda mitad del pasado siglo. Desde entonces, y obligado por los avances legislativos en materia de derechos humanos, sus actividades se han espaciado y se han vuelto menos sangrientas, pero siguen activos como grupo de extrema derecha.
Sin perder el humor y la espontaneidad, uno debería saber a costa de qué se divierte. Peso a morisqueta que los disfrazados de KKK no lo saben.
Quienes sí debería saberlo son aquellos funcionarios que en el Ministerio de Cultura evalúan las participaciones en el carnaval y acogen o rechazan las propuestas. Lo que en los disfrazados de supremacistas blancos es excusable por presunción de ignorancia, no lo es en el Ministerio de Cultura.
El carnaval es la fiesta lúdica por excelencia, pero eso no exime a sus organizadores de la responsabilidad de no permitir la apología de conductas que lesionan la dignidad e integridad de las personas.
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