sábado, 21 de junio de 2014

Por un fútbol sin FIFA

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FRANKLIN FOER argumenta que el fútbol puede explicar el mundo. Él lo llama “una poco probable teoría de la globalización”.
El libro de Foer, Cómo el fútbol explica el mundo, es una lectura fascinante que, a través del prisma de fútbol, expone las contradicciones, los problemas y las “fallas” de quienes impulsan la globalización –como el columnista del New York Times, Thomas Friedman–que incansablemente nos dicen que nos estamos alejando rápidamente del tren neoliberal por medio de la integración de los mercados, los estados-nación y la tecnología. La globalización jerárquica, con fines de lucro, puede ser observado, refuerza la plaga, no la erradica.
La Copa Mundial de 2014 en Brasil ejemplifica estas contradicciones. Probablemente no hay ningún lugar en el planeta donde el fútbol sea más amado que en Brasil, pero hoy en día, hay una rebelión en contra de las prioridades del torneo organizado por la FIFA.
El país anfitrión es el hogar espiritual del fútbol y la nación más exitosa en ganar mundiales. El fútbol llegó a Brasil en la década de 1890 con la Unión Jack, los retratos de la reina Victoria y la industria en expansión del Imperio Británico.
Sin embargo, como Eduardo Galeano nos dice en El fútbol a sol y sombra, el juego fue “tropicalizado en Río de Janeiro y São Paulo por los pobres, que lo enriquecieron y se lo apropiaron. Ya no la posesión de uno pocos acomodados jóvenes que jugaban copiando, este deporte foráneo se hizo brasileiro, fertilizado por las energías creativas de un pueblo descubriéndolo”.
Brasil es una creciente potencia geopolítica y económica regional. La nación amazónica tiene ahora la quinta economía más grande del mundo, y su crecimiento está generando una enorme riqueza. Brasil ya no es visto sólo como una fuente inagotable de fútbol en el mundo subdesarrollado. Con su creciente peso económico, su poder y alcance militar se hará sentir, también.
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LA ESTATUA de 100 pies de alto del Cristo Redentor domina la ciudad de Río de Janeiro, pero ha habido poca misericordia para los residentes más pobres de la ciudad. Para preparar Brasil para la Copa Mundial, ellos han sido desalojados de sus casas, acosados por la policía y guardias privados, y se les ha hecho sentir como extraños en sus propios vecindarios.
En lugar de laborar la gran riqueza del país en hospitales, escuelas, vivienda, transporte y eliminación de la pobreza, ésta ha sido tirada en demoler estadios para crear los nuevos estadios al “estándar FIFA”, para los cerca de 4 millones de personas que viajarán a Brasil para los partidos del torneo.
Pero, el precio de las entradas y la reducción de la capacidad de los estadios harán que millones de brasileños sean excluidos. Los millones excluidos son las víctimas del ascenso de Brasil al poder. Bajo la mirada de Cristo carioca, la opulenta elite de Brasil está crucificando al pobre en las favelas, el obrero constructor de los estadios mundialistas, en favor de los dioses de las corporaciones globales, provechos financieros y las aspiraciones de poder de la nación.
La disidencia y las protestas masivas azotando Brasil no son sólo contra la brutal forma en que la Copa Mundial fue impuesta como un ejército de ocupación imperialista, sino por el agravio que decenas de millones de personas sienten entre la promesa del nuevo Brasil y las prioridades de sus gobernantes. En Brasil baila con el diablo: La Copa Mundial, los Juegos Olímpicos y la lucha por la democracia, Dave Zirin escribe:
Cuando viajé a Brasil, la mayoría de las personas en la comunidad de los movimientos sociales coincidieron en que estos grandes espectáculos deportivos dejarían detrás un daño colateral importante. Todos coincidieron en que las prioridades de gasto en los estadios, en la seguridad y en toda la infraestructura auxiliar son monstruosos, dada la necesidad de salud y educación del pueblo brasileño. Todos coincidieron en que los déficits incurridos serían equilibrados sobre los hombros de los trabajadores y los pobres.
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TODO LO que producimos contiene contradicción. Creamos para sobrevivir y para añadir significado a nuestras vidas. Cada cosa tiene también un precio determinado por las fuerzas impersonales del mercado penetrando todos los rincones del globo. El fútbol desarrollándose a la sombra del mercado nunca podría escapar a sus imperativos y, como casi todo lo demás en la sociedad, se mercantiliza. En Deporte barbárico: Una plaga mundial, Marc Perelman argumenta que la:
institución deportiva es, en consecuencia, integrada al modo de producción capitalista como una rama específica de la división del trabajo. En paralelo con el “mercadeo” del deporte, se crea un espectáculo deportivo de masas, con sus industrias periféricas –tenidas y equipamiento, derechos de nombre, publicidad en los estadios para los productos de consumo–e impuestos indirectos a través de los juegos de azar. Sin embargo, el desarrollo de la institución deportiva se tambalea de una crisis a otra en su caótica búsqueda de explotar y hegemonizar sobre todo el mundo, todo el tiempo.
Sin embargo, para cientos de millones de personas en todo el planeta, el fútbol es el “deporte rey”, o “futbol-arte”, como lo llaman en Brasil. Es arte, es pasión, une, es un escape, da alegría y, a veces, como la mano divina de Maradona, revancha.
Sin embargo, para los dueños de la industria internacional de las empresas de deportes, el fútbol es un producto orientado a la maximización de las ganancias para una pequeña minoría. El fútbol existe para sacar provecho, no para satisfacer una profunda necesidad humana. Provecho por afán del provecho, parafraseando el revolucionario Karl Marx.
Las corporaciones globales son parásitos en el deporte rey, retorciéndose y con ellas, nosotros también, dividiéndonos para conquistarnos, mientras persiguen y compiten por las ganancias en todas las vías disponibles. Estos dos contendientes deseos coexisten, negocian y hace la guerra entre sí. Un impulso es humano; el otro destruye la humanidad.
El fútbol, como toda mercancía, contiene en su interior la contradicción decisiva de nuestra sociedad: la lucha de clases. El capital contra el trabajo humano; las ganancias contra las necesidades humanas; la alegría, la libertad y el amor frente a la competencia, la guerra y la aniquilación. En la mano de unos pocos despiadados, las cadenas mercantiles atan el alma mayoritaria del deporte rey, pero su guerra interna crea las semillas de su propia destrucción: su propio sepulturero.
Nuestro trabajo, necesidades y pasiones –globales, colectivas, e interdependientes–luchan contra la rentabilidad del capital y de la inversión para determinar el control del “deporte rey” que producimos. Nosotros somos fútbol. Lo hacemos en la cancha, construimos los estadios, trabajamos en las fábricas de botines, balones, camisetas, y todo lo que hace el fútbol. Nada de esto contralamos, desde la cancha a las tiendas llenas de cachivaches. Sin embargo, sin nosotros, no hay fútbol; no hay una Copa Mundial.
Hoy en día, la FIFA y las corporaciones globales controlan todo lo que producimos y lo que hace el juego. Incluyendo, por supuesto, las enormes ganancias que el deporte genera. Sus prioridades deforman y distorsionan el deporte rey y a nosotros. Los brasileños pueden amar el fútbol, pero la Copa Mundial de la FIFA aliena y repele. Se nos pide contemplar el deslumbrante espectáculo, pero nuestra contribución democrática participativa no nos la piden.
Nuestro trabajo mundial colectivo sostiene la vida, pero no tenemos voz en qué, cómo y para qué se produce. Como resultado, nuestra sociedad está deformada y distorsionada por la intensa desigualdad y injusticia. El fútbol y la Copa Mundial, como mercancías con precio, están integrados al orden capitalista mundial y reproducen la desigualdad y la injusticia.
La lucha por el alma del fútbol es sinónimo con la lucha por el tipo de sociedad en la que merecemos vivir. La lucha por un mundial en las calles, los corazones y las mentes de Brasil es mucho más que una lucha por el fútbol. Debemos imaginar cómo luce un balón liberado de las cadenas de la FIFA y el provecho económico. Para eso, debemos imaginar y luchar por un mundo que pueda hacernos plenamente humanos y libres.
Publicado por primera vez en El BeiSMan. Traducido por Orlando Sepúlveda.

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