Por Iñigo Sáenz de Ugarte
Votar en unas elecciones o referéndum no significa saber exactamente cuáles serán las consecuencias. ¿Por qué? Porque es imposible, en especial cuando la cita en las urnas es de tanta importancia como la del Brexit. Es un error pensar que los ciudadanos son tan ignorantes como para que sea una locura preguntarles por asuntos complejos, porque para eso están los gobiernos y los partidos. ¿Acaso no tiene consecuencias muy serias elegir a un partido para que gobierne los próximos cuatros años?
Y sin embargo…
Si fuera un caso aislado, no habría que darle mayor importancia. Pero algunos periodistas británicos cuentan en Twitter que han encontrado muchas personas con opiniones similares tras la victoria del Brexit. Al saber lo que ha ocurrido, ahora votarían de forma diferente. Quizá sea el shock del primer día, las noticias sobre la caída de la Bolsa y de la libra (la primera se ha atenuado a lo largo de la jornada, pero en una economía volcada al exterior la segunda es mucho más importante), la dimisión en diferido de Cameron, la incertidumbre que puede encontrarse en todas las noticias y análisis. Los votantes no siempre son conscientes de las repercusiones de estas decisiones. Por cierto, los periodistas y los políticos, tampoco. Y sin embargo… Una de las cosas que más llama la atención del resultado del referéndum es cómo muchas personas –y aquí no son casos aislados– han votado no olvidándose del bolsillo, sino contra sus intereses económicos más obvios. No hablo aquí de los intereses de la economía británica en su conjunto, ni de los de un grupo de empresas. Hablo de puestos de trabajo que dependen de la pertenencia del Reino Unido a la UE porque sus exportaciones van a esos países, de regiones que han prosperado en buena parte gracias a los fondos estructurales que gestiona Bruselas.
De media, cuanto más alto es el porcentaje de producción de una región orientada a la exportación a la UE, más alto es el porcentaje de votos a favor del Brexit, dice el FT, basándose en un estudio anterior que ahora se ha confirmado.
Entonces es cuando hay que pensar en la información que han recibido esos votantes, tanto desde los medios de comunicación como desde los partidos. Y no sólo en las últimas semanas, sino desde hace años. La campaña a favor del Brexit insistió varias veces en un dato capaz de captar la atención de la gente: el Reino Unido aporta 350 millones de libras a la semana al presupuesto comunitario. Es falso. La cifra real está en torno a los 136 millones. Pero es más importante lo que supuestamente se podría hacer con ese dinero. La campaña oficial del Leave insistió en que ese dinero debería utilizarse específicamente en la financiación de la sanidad pública, que no recibe desde hace tiempo los fondos necesarios. ¿Quién puede oponerse a eso? Los británicos adoran el NHS, el servicio público de salud. Es el elemento del Estado del bienestar del que mejor opinión tienen los habitantes del país. Y sin embargo… En la mañana del viernes, ya con la victoria del Brexit en todos los titulares, preguntaron a Nigel Farage si podía garantizar que ese dinero extra, los famosos 350 millones, se destinarían al NHS. El líder de Ukip dijo que no y que esa promesa fue un error. La periodista no daba crédito: “Fue por eso por lo que les votaron”. Obviamente, Farage nunca dijo en la campaña que ese compromiso en favor de la sanidad pública no fuera a cumplirse.
No es posible entender el resultado del referéndum sin todos los años de desinformación y a veces simples mentiras que los medios de comunicación británicos han difundido sobre la UE y la pérdida de soberanía de las instituciones británicas. En muchas ocasiones, esas historias tenían que ver con el aumento de la inmigración, como he explicado aquí, también desde otros países de la UE gracias a la libre circulación de trabajadores.
Ese ha sido uno de los puntales de la campaña a favor del Brexit, la idea de “controlar las fronteras” para reducir la inmigración neta, alentada por múltiples portadas alarmistas de los tabloides desde hace años, que presentaban a los extranjeros como unos parásitos que se aprovechaban de la riqueza del país. Ya en la campaña de las elecciones de 2010 que le llevaron a Downing Street, Cameron prometió reducir esa cifra a una inferior a 100.000 al año. Fracasó, y de forma espectacular, porque a fin de cuentas un Gobierno no puede impedir que personas de otros estados de la UE se trasladen a tu país. Brexit significaba reducir esas cifras de forma drástica. El Reino Unido ya no estaría obligado a recibir polacos, búlgaros, españoles o italianos. Y sin embargo… Una vez garantizada la victoria, ¿qué tenía que decir Daniel Hannan, eurodiputado tory y una de las voces euroescépticas más presentes en los medios? Nunca dijimos que se iba a producir un descenso radical de la inmigración, respondió a un periodista.
Es fácil mentir en la campaña y admitirlo fríamente cuando el resultado es irreversible. Da que pensar sobre la validez de los referendos y la capacidad de algunas fuerzas políticas de mentir o manipular para conseguir el efecto deseado. Luego no puedes pedir que te devuelvan el voto.
(Tomado de Guerra Eterna)
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