Los em-mails revelados por Wikileaks prueban más allá de toda duda que lo que ocurrió en Libia fue un monstruoso crimen, dirigido por Clinton.
El 20 de octubre de 2011 el presidente de Libia, Muammar al-Gaddafi fue brutalmente asesinado por una turba de la OTAN respaldada por los “rebeldes”, luego de ser golpeado y violado de la manera más brutal. La historia hoy no deja ninguna duda de aquel día no sólo asesinaron al líder libio, sino también a la propia Libia.
La banda que cambió el régimen, dominada por los gobiernos occidentales, tiene una larga hoja de acusaciones contra de sus integrantes. Desde el 11-S, cuando comenzaron a causar estragos y miseria humana a gran escala por su determinación de reformar y poseer con opción a compra un mundo que nunca ha sido de ellos. Afganistán, Irak, Libia, Siria -actualmente envuelta en un conflicto implacable para su supervivencia como Estado laico y no sectario- son el miserable legado de naciones que hablan el lenguaje de la democracia mientras practican la política de dominación.
De entre las víctimas antes mencionadas del imperialismo occidental hay un fuerte argumento para afirmar que la destrucción de Libia constituye un delito especialmente grave. Después de todo, en 2010, el año antes de que experimentara su “revolución”, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo consideraba a Libia un país de alto desarrollo en el Oriente Medio y el Norte de África. En términos concretos, este estatus traducido lleva a una tasa de alfabetización del 88,4 %, una esperanza de vida de 74,5 años, igualdad de género y varios indicadores positivos más. Además, Libia disfrutó de un crecimiento económico del 4,2 % en 2010 y podía presumir de activos en el exterior de más de 150.000 millones de dólares.
Comparen este registro con la Libia de 2016. De acuerdo con el testimonio proporcionado en el mes de marzo de este año por el general del ejército de EEUU David Rodríguez al Comité de Servicios Armados del Senado de EEUU, Libia es un estado fallido y el general estima que tomaría “10 años más o menos” lograr estabilidad a largo plazo en lo que es una “sociedad fracturada”.
Actualmente no existe un solo Gobierno o autoridad en Libia cuyas órdenes se ejecuten en todo el país. En su lugar, tres autoridades rivalizan para controlar sus propios feudos. El Gobierno reconocido internacionalmente es el Gobierno de Acuerdo Nacional (GNC siglas en inglés), dirigido por Fayez al-Sarraj, ubicado en la capital, Trípoli. También está el Gobierno de Salvación Nacional, liderado por Khalifa Ghwell, también basado en Trípoli. El tercer centro de poder, por su parte, se encuentra en Tobruk, en el este del país. Está dirigido por un general antiislamista, Khalifa Haftar, que comanda el Ejército Libio (LNA). Económicamente los ingresos del petróleo, recurso que aportaba el 90 % de los ingresos de Gaddafi, se ha reducido a la mitad, la violencia se ha generalizado y desde 2011 el Dáesh ha conseguido hacer pie en Libia, aunque en los últimos meses la organización terrorista ha estado bajo una gran presión de las fuerzas del Gobierno de Acuerdo Nacional en su bastión de Sirte.
El impacto del caos que se ha apoderado del país desde que Gaddafi fue derrocado y asesinado se puede medir por el torrente de libios que han intentado el peligroso viaje a través del Mediterráneo con el objetivo de llegar a Europa. En el proceso miles y miles de personas han perecido.
La Resolución 1973 del Consejo de Seguridad de la ONU, aprobada en marzo de 2011, marcó el final de la primavera árabe y el comienzo del invierno árabe. Las manifestaciones masivas y populares que lograron derrocar al dictador tunecino Ben Ali y a su homólogo egipcio Hosni Mubarak no se replicaron en Libia. En cambio en Bengasi, donde se centró el movimiento anti-Gaddafi, predominaban los islamistas. No había ningún movimiento de masas a escala nacional en Libia como las que atravesaron a Túnez y a Egipto, así como tampoco había apoyo popular para derrocar al Gobierno y al líder que presidió una sociedad que disfrutó de la más alta calidad de vida que cualquier otro país en África.
No fueron las fuerzas de la oposición de Bengasi las que vencieron a las fuerzas leales a Gaddafi, sino las fuerzas de la OTAN. De hecho fue en el momento en que las fuerzas armadas del país se acercaban a Bengasi, preparadas para aplastar el levantamiento, cuando la OTAN intervino, basándose en la mentira de la protección de los civiles cuando en realidad tenía la intención de un cambio de régimen.
Para los ojos de Occidente, el asesinato de Gaddafi no fue porque él era un dictador autoritario. ¿Cómo podría haber sido si era un aliado en la región de Arabia Saudí? Su asesinato, que se reveló ante los ojos occidentales en los correos electrónicos reservados de Clinton, publicados por Wikileaks en enero de este año, se llevó a cabo porque Gaddafi tenía la intención de establecer una divisa -como moneda de reserva internacional de África- respaldada por oro para competir con el euro y el dólar. En este sentido el presidente francés de entonces Nicolas Sarkozy y la secretaria de estado de EE.UU Hillary Clinton, fueron actores claves en el impulso para la intervención de la OTAN. El petróleo de Libia también fue un factor.
Los mensajes de correo electrónico clasificados prueban más allá de toda duda que lo que ocurrió en Libia fue un monstruoso crimen del cual los responsables aún tienen que rendir cuentas. Por el contrario, Sarkozy está ahora en el proceso de preparar otra candidatura como presidente de Francia, mientras que Hillary Clinton es favorita para ganar la carrera por la Casa Blanca contra el candidato republicano Donald Trump.
De los dos es Clinton a la que se filmó aplaudiendo y riéndose de la noticia del asesinato de Muammar Gaddafi en 2011. Fue Clinton la que presionó para la intervención militar que terminó en la destrucción de Libia. Y es Hillary Clinton quien tiene el descaro de presentarse para la presidencia de EEUU como una gigante moral en comparación con su rival.
El pueblo libio bien puede estar en desacuerdo.
CounterPunch. Traducido del inglés para Rebelión por J. M. Extractado por La Haine
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