domingo, 6 de noviembre de 2016

¿Y si gana Trump? No pasa nada…

En fin, nada peor de lo que ya pasó con Ronald Reagan, que no se enteraba, o con Georges W. Bush al que no dejaban decidir ni del menú que sirven al mediodía en la Casa Blanca. Un país como los EEUU tiene una superestructura muy densa, nutrida, llena de think tanks que piensan por […]
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En fin, nada peor de lo que ya pasó con Ronald Reagan, que no se enteraba, o con Georges W. Bush al que no dejaban decidir ni del menú que sirven al mediodía en la Casa Blanca. Un país como los EEUU tiene una superestructura muy densa, nutrida, llena de think tanks que piensan por los políticos, y de cabezas de huevo que realmente gobiernan tras las bambalinas. Y después de todo, el poder real está en manos de los mercados financieros. Goldman Sachs puede más que el Secretario del Tesoro.
¿O tú te crees que los EEUU son como Chile en donde la ‘presidenta’ ordena y al día siguiente todo está hecho? No… ¡qué va! Cuando Georges W. Bush ‘escogió’ a Dick Cheney como vicepresidente, en realidad la decisión la tomaron los pesos pesados del Partido Republicano. Hubo quién hizo notar que los serios problemas cardíacos de Cheney reclamaban un trasplante de corazón. Sí, replicó otro, pero Bush necesita un trasplante de cerebro. No lo invento: esto fue publicado en la prensa del imperio.
Por lo demás, no soy el único que piensa de este modo. Arthur Brooks, presidente del American Enterprise Institute, un poderoso think tank republicano, dice exactamente lo mismo: “Si gana Trump no será el fin del mundo”. Y apunta: “Hacen ocho años que el 80% de los americanos no recibe un aumento de salario. El 20% restante concentra todos los incrementos de riqueza”. Esa es una de las razones por las que la masa de asalariados yanquis se deja influenciar por un “populista”. Brooks señala dos ejemplos similares: Nigel Farage en Gran Bretaña y Marine le Pen en Francia.
Lo cierto es que esa masa de preteridos no puede ver ni en pintura a Hillary Clinton, que asimilan a una marioneta de Wall Street. Una vez más no soy yo quién lo dice, sino la prensa imperial.
Hay quién olvida que la desregulación de los mercados financieros fue obra de Bill Clinton, con la ayuda de su mentor en materias económicas, el siniestro Larry Summers. Para salvar a Citigroup, que vivía en la ilegalidad más completa, Bill Clinton hizo abrogar el Glass-Steagal-Act que ordenaba el naipe en la actividad bancaria desde los tiempos de Franklin Delano Roosevelt. Cuando desaparecen la fronteras, no hay límites. De eso se aprovecharon los grandes bancos para inventar todo tipo de productos financieros truchos hasta hacer quebrar el sistema financiero mundial con la crisis de los créditos subprimes (2007). Ya en esa época yo te decía que la cuenta la pagarían los de siempre, los taxpayers, los asalariados, los hogares modestos, y así fue. ¡Gracias Bill!
Cuando Bill salió de la Casa Blanca, las finanzas de la parejita estaban hundidas: hubo que pagar muchos abogados para sacar a Bill del escándalo de la Lewinski. Ahí entró a tallar Wall Street: Bill y Hillary recibieron cientos de miles de dólares por cada conferencia que pronunciaban ante reducidos areópagos de “expertos” obligados a escuchar banalidades.
Más tarde, a Obama se le ocurrió nombrar Hillary Clinton en el US Department of State, o sea ministro de relaciones exteriores. Aprovechando el cargo, Hillary hizo donación de 55 millones de dólares de dinero público a la empresa universitaria privada Laureate (que también manga en Chile). Afortunada coincidencia, en ese momento Bill era miembro del Directorio de Laureate, que en sensible reconocimiento le atribuyó a Bill 16,5 millones de dólares de los 55 recibidos. ¡Gracias Hillary!
Mucho antes, cuando Bill era gobernador de Arkansas (1978-1992), la parejita estuvo mezclada a oscuros asuntos de dinero relacionados con los Saving & Loans (cajas de ahorro). Miles de depositantes vieron desaparecer sus ahorros y del dinero nunca más se supo. Otros pagaron la cuenta, y Guy Tucker, sucesor de Bill Clinton en Arkansas, fue a parar a prisión. ¿Te sorprendería saber que cuando Bill fue elegido presidente de los EEUU le acordó la gracia presidencial y le sacó de prisión?
De todo eso se agarra Trump para denunciar la “corrupción del establishment”. Y millones de ciudadanos estadounidenses saben que sus denuncias tienen un gran fondo de verdad. Esta elección no se juega entre una blanca paloma y un inmundo racista y xenófobo, sino entre dos peligros reales. Lo que lleva a algunas almas pías a predicar el “mal menor”. ¿Te suena conocido?
No hace mucho, cuando la campaña del terror contra el Brexit estaba en su apogeo, escribí que si ganaba el Brexit no pasaría nada. Y así fue. Hoy, el Parlamento británico le negó a Theresa May, primer ministro de su graciosa majestad, el derecho de iniciar el proceso de salida de la Unión Europea sin su autorización. De aquí al 2020 seguiremos oyendo hablar del Brexit… y nadie sabe si se hará realidad algún día. Los que mandan son los mercados financieros, no los pinches gobiernos que compra el dinero.
Para impedir el triunfo de Donald Trump hay otra campaña del terror. Caricatural. Lo único que les falta es decir que si gana Trump los tanques rusos circularán por las calles de Washington. En todo caso Rusia es culpable de la falta de popularidad de Hillary, y Putin, el archienemigo, una suerte de “Joker-Pingouin-Catwoman-Killing Joke” que desea la muerte de Gotham City.
Las almas sensibles firman peticiones, los famosillos encuentran una ocasión de hacer hablar de ellos mismos ofreciendo una imagen de salvadores del mundo, algunos jefes de estado hacen como si fuesen mejores que Trump.

A fin de cuentas, quien decide el 8 de noviembre es el pueblo estadounidense. Y esa elección no se la deseo a nadie, es aún peor que entre Piñera y Lagos. Pero si gana Trump… tranquilo: no pasa nada. Business as usual.

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