Colombia está en guerra desde hace 52 años. El conflicto se desató tras un bombardeo ordenado por el gobierno para sofocar a un grupo de campesinos que reclamaban por la política agraria.Esa decisión, que funcionó como un catalizador para que 48 campesinos y campesinas decidieran conformar las proto Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), fue apoyada por Estados Unidos. Medio siglo después, el delegado por Estados Unidos que participa de los diálogos de paz, Berni Aronson, reconoció que “fue una equivocación política”, dice a Página12 el jefe de las FARC, Rodrigo Londoño, que se rebautizó como Timochenko hace 40 años, cuando se sumó a la guerrilla campesina.
Esa “equivocación” le costó a Colombia 60 mil desaparecidos, más de 200 mil muertos –de los cuáles sólo el doce por ciento son responsabilidad de las FARC, según la ONU–, siete millones de campesinos desplazados y unos cuatro millones de colombianos exiliados. Fue, también, una jugada que aceitó la creación de grupos paramilitares financiados por los sectores económicos más concentrados de Colombia, que sobre la base de esa crisis acumularon extensiones de tierra y se beneficiaron con la industria de la guerra.
Todo eso se puso en discusión durante los últimos seis años. Fue un proceso complejo, que incluyó el asesinato del máximo dirigente de las FARC antes de Londoño, Guillermo León Sáenz Vargas, alias Alfonso Cano. Esa muerte no frustró la negociación, que había iniciado el presidente Juan Manuel Santos. Así se llegó a un primer Acuerdo de Paz pero fue rechazado en un plebiscito: tuvo una abstención superior al sesenta por ciento y volteó la negociación por menos de medio punto de diferencia (50,21 contra 49,78 por ciento).
Eso tampoco dinamitó la mesa: volvieron a sentarse a negociar, incorporaron algunos de los cuestionamientos de quienes militaron contra el acuerdo y firmaron un nuevo compromiso de paz, que el primero de diciembre fue refrendado por el Congreso. Ahora se abre, coinciden los distintos actores de la negociación, la etapa más difícil: la implementación, que debe incluir una ley de amnistía, una reforma agraria, la vuelta a la vida civil de los guerrilleros y el funcionamiento de un fuero judicial especial que juzgará las responsabilidades de guerrilleros, paramilitares y los miembros del Ejército.
–Hubo varios intentos por lograr la paz pero todos fracasaron. ¿Cómo comenzó esta última negociación?
–Santos mandó una “carta razón”. Le dijo al intermediario “dígales esto y esto” y el hombre escribió textualmente, entre comillas. La carta la mandó el facilitador pero fue entrecomillado lo que Santos quería decir. Lo primero fue una reunión en Colombia, secreta y en la frontera con Venezuela. Los delegados del gobierno entraron por Venezuela.
–¿Qué se habló allí?
–Se definieron los parámetros: dónde se iba a hacer, cuántos y quiénes iban a negociar. Y eso fue duro. Nosotros planteamos que fuera en Colombia. El gobierno dijo que fuera en Suiza, en Brasil. Nosotros cedimos y dijimos Venezuela. Y ellos dijeron que nooo. Y tipo cuatro de la tarde el helicóptero tenía que irse porque empezaba a oscurecer. Nos habíamos puesto de acuerdo en todo menos en el sitio de la negociación. Y teníamos como última carta Cuba. Y cuando lo soltamos, los tipos pegaron el brinco de felicidad y listo (sonríe).
–¿El gobierno prefería Cuba antes que Venezuela?
–Sí. Lo que pasa es que Venezuela sirvió de apoyo. Porque estábamos en plena confrontación y había mucha desconfianza. Y ahí empiezan Cuba y Noruega como garantes. Después se hacen dos o tres reuniones más en la isla La Orchila, en Venezuela.
–¿Aún era todo secreto?
–Sí. Estábamos creando las condiciones para iniciar la etapa exploratoria. Después avanzamos con los levantamientos de las órdenes de captura para que los cuadros se pudieran desplazar. Y estando en eso viene el asesinato de Alfonso Cano (jefe de las FARC, muerto el 4 de noviembre de 2011). Eso nos dejó paralizados. Pero reiniciamos. Ahí es dónde Santos le pide a Hugo Chávez que hable conmigo. Viajé a Venezuela y estuve toda una noche, desde las 8 hasta las 4 de la mañana hablando con Chávez. Buscándole fórmulas y el compromiso de él de trabajar por la paz.
–¿Y por qué creen que asesinaron a Alfonso en medio de las conversaciones?
–Eso deberá explicarlo Santos ante la historia. Hace poco, en Cartagena, recuerdo que charlamos un momento con él y no sé cómo surgió el tema del Alfonso y me dijo “algún día nos sentamos y nos contamos un poco de verdades”. No sé qué me quiso decir con eso pero es una pregunta que tenemos y esperamos alguna respuesta. Si este proceso hubiera contado con la participación de Alfonso hubiera sido mucho más enriquecedor.
Antes de llamarse Timochenko, Rodrigo Londoño era un niño campesino. Vivía en La Tebaida, un pueblo pequeño, que en la década del 60 tenía unos 5 mil habitantes. Su padre, Arturo, era un campesino semianalfabeto, que había aprendido a leer solo. Había sido liberal y se había vuelto comunista. En las primeras imágenes que ese niño tiene de su padre, lo ve junto a otros hombres, alrededor de una radio de válvulas y escuchando atentamente Radio Habana. Primero seguían el noticiero y luego “Voces de la revolución”. Rodrigo se lamenta de que nunca le preguntó a su padre cómo se hizo comunista pero aún recuerda –sonríe cuando lo hace– que se memorizaba los discursos que Fidel Castro daba en 1964, cuando se iba consolidando la revolución cubana y él tenía 7 años.
“Me memorizaba pedacitos de discurso y me paraba en la puerta de la casa y repetía los discursos de Fidel a la gente que pasaba”, dice Timochenko y se ríe, sentado en un hotel de La Habana, tomando un “tinto”, como le dicen al café bien negro, que es una de las cosas que intentó que nunca faltara en medio del monte. Se tomará más de tres cafés durante la entrevista. Y cuando pida cada uno, lo hará con una sonrisa: pareciera que sólo pensar en el café le provoca placer.
–¿Esa fue la génesis de su comunismo?
–Confluyeron varios factores. Uno era ese. En la escuela primaria empecé a interactuar con un grupo social más grande. Empecé a ir a las casas de mis compañeros. Nosotros éramos pobres pero las necesidades básicas estaban resueltas. Pero iba a casas donde veía que no se almorzaba o no se desayunaba, compañeros que venían con la misma ropa o con ropa remendada. Y veía que había otros que estaban mucho más cómodos. Eso me impactaba. En ese medio voy creciendo.
A los 12 o 13 años ingresé a la Juventud Comunista. Y la militancia implica adquirir conciencia, estudiar, entender el porqué de las cosas. Me gustaba mucho leer. Cuando entré a la escuela ya sabía leer. Mi mamá me enseñó. Desde muy jovencito me leí todas las obras de Marx, Lenin y Engels. Me imagino que entendí muy poco (se ríe) pero sí la explicación de lo que es la explotación.
–Para ese momento las FARC ya eran una organización en pleno funcionamiento.
–Ya escuchaba hablar de Marulanda. Y no se me olvida nunca que mi papá me ponía a leerle el diario El Tiempo y recuerdo que una vez le leí la historia de un combate, que era narrado por el Ejército. El título era “Mi cabo se batió como un tigre” y era un tipo contando cómo habían peleado con la guerrilla. Estaba el gobierno de Salvador Allende, en Chile, que alentó mucho la lucha popular. Pero después vino el golpe y vino la decepción. Y ya empezaba a estar en las campañas electorales del Partido. Y me había ido de mi casa. Consideraba que debía dedicarme a pelear por esas ideas pero no tenía en claro cómo. Ya escuchaba sobre los desaparecidos. Un día escuché a un compañero diciéndole a otro que “eso de las elecciones para qué, que había que ir a la lucha armada”. Tuvieron una discusión. Yo estaba al margen pero escuché que le dijo “bueno pero si quiere echar plomo dígalo que lo mandamos para allá”. Ahí me llamó la atención eso. Entonces le dije que quería ir.
–¿El PC era parte de las FARC?
–Tenían los contactos. Sabían con quién había que hablar. No eran lo mismo pero el PC colombiano apoyó los inicios de la lucha guerrillera.
–¿Y qué pasó?
–Eso generó inquietud (en el Partido). Yo ya era miembro de la Dirección Regional de la Juventud Comunista de El Quintío. Tenía 17 años. Estaba en el segundo bachillerato. Y ahí es dónde tomé la decisión. Y me mandaron un guerrillero de unos 30 años a que hablara conmigo. Me dio una charla como para que yo no fuera para allá: “eso es muy duro, van a aguantar hambre, se tiene que olvidar de la familia”. Yo dije “ya la decisión está tomada, yo me voy”. Así llegué a la guerrilla.
Cuarenta años después de que entró al monte, Timochenko tiene la posibilidad de volver a llamarse Rodrigo Londoño. Lo mismo le ocurre a otros siete mil guerrilleros, a un número indefinido de militantes del Partido Comunista Clandestino de Colombia (la organización política que las FARC crearon hace unos años) y a otros tantos grupos de apoyo. “Ninguna guerrilla puede sostenerse sin apoyo de masas”, dice Timochenko para dejar en claro que su supervivencia no fue obra del destino sino de “hacer política y utilizar las armas”.
Pero lo que puede cambiar en los próximos años es la realidad colombiana. Por eso hay tantos actores jugando en favor de la paz. Y, por los mismos motivos, hay otros que operan en contra.
–¿La Iglesia colombiana participó?
–Uno de los factores que me llamó la atención fue el poco compromiso de la Iglesia a lo largo del desarrollo del proceso. Ahora, después del plebiscito vino a Cuba la alta cúpula de la Iglesia, monseñor Luis Augusto Castro Quiroga vino acompañado de otros obispos. Fue una charla importante, interesante.
–Pero ya con el proceso bien avanzado.
–Sí. Pero hace falta. Y aseguraron que se van a meter en función de la implementación. Y hace falta porque Colombia es de tradición católica y en todo pueblo hay un cura y su papel es muy importante.
–En Colombia tuvo fuerza al Movimiento de Curas del Tercer mundo. Allí se hizo la conferencia de Medellín.
–Hay diversas tendencias. El obispo de Cali, Rubén Darío Monsalve, estuvo comprometido.
–¿Y el papa Francisco?
–Nos ha respaldado. Se ha mantenido una relación más o menos fluida con el Vaticano. Se han mandado cartas y ha mandado el apoyo en distintos momentos. Incluso tenemos entendido que, pese a que fue invitado por Santos, dijo que el compromiso de ir a Colombia es si se logra la paz. Y ahora iba a ir Santos a Roma de regreso de Oslo.
–Después de recibir el Premio Nobel de la Paz.
–Sí.
–El premio se lo dieron sólo a Santos pero hay dos partes en la negociación.
–(Se ríe.) Eso tendrán que explicarlo los que lo han hecho. A nosotros no nos motiva eso. El mejor premio que uno, como revolucionario, puede tener es lograr los objetivos que nos hemos propuesto: si logramos consolidar este proceso, si logramos la implementación de los acuerdos y se generan las condiciones para erradicar la violencia de la vida política del país, ese es el mejor premio que le podemos dejar a las futuras generaciones.
–¿Quiénes se oponen a este acuerdo?
–Los que han vivido de la guerra. La guerra es un negocio que produce mucha plata, ha permitido mantener el dominio y ha impedido el surgimiento de movimientos sociales y populares. Y como se han beneficiado tanto de la guerra es normal que no quieran que eso salga a la luz. Hay gente que se ha enriquecido. Se apropiaron de extensiones de tierras, la industria armamentista. Esos sectores están resistiendo al proceso.
Durante la negociación, el ex presidente Uribe fue el principal crítico del acuerdo. Hizo una campaña fuerte en contra del proceso que inició su ex funcionario y actual mandatario, Santos. Incluso se negó a sentarse a la mesa de negociaciones para sumar sus críticas y buscar caminos de consenso.
Lo que se juega en estos días no es sólo la paz, es la posibilidad de que las FARC entren al sistema político y disputen poder en las próximas elecciones de 2018. Para ello falta aún poco más de un año, que será bastante largo pero ese tiempo permitiría también organizar algún tipo de fuerza electoral.
–¿Cuándo será el momento de volver a dialogar con Uribe?
–Eso está en el campo de la especulación. De todas maneras, depende de él mismo. Desde el inicio del proceso, a través de terceros, insistimos en que se vinculara pero siempre se negó. Hasta último momento, que se le hizo un llamamiento público. Incluso después del plebiscito él dijo que no tenía nada que venir a hacer a La Habana. Pero después comenzó a pedirnos que lo recibiéramos pero ya le dijimos que no. No había nada que hablar. Las cosas tienen su momento pero no descarto que en la dinámica de la política nos pongamos a buscar acuerdos en función de sacar adelante este proceso.
–¿A qué se refiere con una “paz verdadera con justicia social”?
–Por ejemplo, el desarrollo del campo. Tenemos un potencial agrícola de 14 millones de hectáreas pero sólo se usan 4 millones. Y un potencial ganadero de 19 millones de hectáreas y se usan 30 millones, y eso debe cambiar. Están usando la tierra que es para agricultura en ganadería extensiva. Estamos importando el 50 por ciento de la comida cuando en los años ‘80 no necesitábamos importar un sólo kilo de comida. Eso fue un debate porque el gobierno hablaba de “seguridad alimentaria” y nosotros hablábamos de “soberanía alimentaria”: una cosa es tomar la comida de dónde uno quiera y otra, muy distinta, es producir la propia comida.
–Los partidarios del No no querían que puedan acceder a cargos electivos.
–(Se ríe.) No tiene sentido. Vamos a dejar las armas a un lado para dedicarnos a hacer política.
–Van a tener 5 cargos en Cámara de Representantes y 5 en el Senado. ¿Eso es automático?
–Sí, un mínimo de 5 y 5.
–Para el 2018 propone un “gobierno de transición”.
–Es una idea que lanzamos a la discusión porque los del NO ya están haciendo campaña. Álvaro Uribe está por Estados Unidos presionando y buscando apoyos. Por eso, los que queremos la paz debemos empezar ya. Y uno de los grandes problemas que tenemos en el movimiento popular es que estamos muy dispersos. Pero, además, en esta confluencia por la paz hay muchos sectores, que confluyen en eso pero tienen intereses distintos o visiones distintas. Unámonos en función de este objetivo.
Página12
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