¿Tiene moraleja esta historia? ¿Qué lecciones pueden extraer las fuerzas democráticas y antiimperialistas latinoamericanas de los sucesos de Haití? Sin duda que nada ha cambiado en la política norteamericana hacia el continente que considera su “patio trasero”.
(Reencauche de un artículo de 2004 que sigue vigente)
El 29 de febrero de 2004, también sería el último día del gobierno del único presidente de Haití electo democráticamente en doscientos años de historia, Jean Bertrand Aristide. De madrugada, un grupo de “marines” norteamericanos se presentó a la casa de Aristide, le obligó a firmar su renuncia bajo la amenaza de un baño de sangre, lo montaron a la fuerza en un avión militar y, tras un largo vuelo de 20 horas sin poder comunicarse con nadie, fue deportado a la República Centroafricana.
De esa manera se habría cumplido un minucioso plan tramado un año antes, conocido bajo el nombre de la “Iniciativa de Ottawa sobre Haití”, auspiciado por el diplomático canadiense Denis Paradis, con complicidad de los gobiernos de Estados Unidos, Francia, Canadá y El Salvador. Los cerebros ejecutores de esta “iniciativa” fueron Roger Noriega, subsecretario de Estado norteamericano para América Latina, y su brazo derecho para asuntos oscuros, Otto Reich.
“Estados Unidos ha estado activamente involucrado en la creación de la crisis de Haití… El señor Noriega, que es el que gestiona la política de Estados Unidos (en Haití), está apoyando a Andy Apaid y a su organización, el Grupo 184, que a su vez recibe financiación del Instituto Republicano Internacional”, denunció la congresista demócrata norteamericana Maxine Waters. “No hay que olvidar que Apaid estuvo involucrado en el primer golpe de estado contra Aristide (en 1991)”, agregó Waters.
Los acontecimientos de Haití, al principio, confundieron a algunos sectores antiimperialistas, democráticos y de izquierda de Latinoamérica y de otros lugares. Influenciados por medios de comunicación manipulados, algunos creyeron ver en los sucesos haitianos de los últimos meses una repetición de insurreciones populares recientes que han derribado a otros gobierno en América Latina. Como en Bolivia el año pasado. Pero la verdad ha salido a flote, ya que la índole de los protagonistas en Haití muestran que estamos ante un caso diferente.
Mientras Estados Unidos y la OEA defendieron hasta el último momento al sanguinario Sánchez de Lozada, pese a semanas de movilizaciones populares duramente reprimidas por el ejército, con su secuela de muertos; en Haití, Powell y Bush se apresuraron a plantear la dimisión de Aristide. Mientras en Bolivia el ejército adiestrado por el imperialismo yanqui defendía al repudiado presidente; en Haití, los dirigentes de la “insurrección”, aupada por los norteamericanos, fueron los exmilitares del disuelto ejército haitiano y los “Tonton Macoutes”.
Jean Bertrand Aristide, ex sacerdote católico, fue la principal figura en la lucha contra la dictadura de los Duvalier, “Papá Doc” y “Baby Doc” en los años 80. Al frente del movimiento Lavalá (La Avalancha)ganó las primeras elecciones democráticas de Haití en 1990, contra el candidato apoyado por Estados Unidos, Marc Bazin, que había sido funcionario del Banco Mundial. Pero su gobierno duró nueve meses, ya que en 1991 fue derrocado por un sangriento golpe de estado instigado por Norteamérica, encabezado por el militar Raoul Cedras.
La dictadura de Cedras acabó en 1994, cuando se produjo una invasión de 20,000 “marines” norteamericanos, que tuvieron como objetivo controlar una situación crítica, de la que la migración de miles de balseros haitianos que llegaban a la Florida fue preocupación central para Washington. Aristide retornó al poder, pero por un breve lapso, tras el cual lo cedió a su compañero de fórmula en 1990, René Preval, quien ganó las elecciones del 94.
Aristide se postuló a las elecciones del año 2000, que fueron boicoteadas por la oposición, las cuales ganó con el 92% de los sufragios. Desde entonces, la oposición lanzó una campaña arguyendo que hubo “irregularidades”, llamando a poner fin anticipado a su gobierno mediante una “intervención extranjera para evitar una guerra civil”, siguiendo un esquema muy parecido al que usó la oposición venezolana contra Hugo Chávez, y ahora usa contra Nicolás Maduro.
En contra de Aristide ha jugado el no haber resuelto los graves problemas sociales que aquejan al país, siguiendo en parte los consejos del FMI y el Banco Mundial, ni haber tocado los grandes intereses oligárquicos y extranjeros responsables de la miseria generalizada. Haití tiene una población de casi 9 millones de habitantes, el 65% de la cual vive en la pobreza, el PIB per cápita es de 510 dólares, el analfabetismo es del 54% y el promedio de vida de 45 años.
Sobre este caldo de cultivo social se produjeron las movilizaciones estudiantiles de fines de 2003, que en parte fueron una expresión de descontento por la falta de solución a los graves problemas económicos. Movilizaciones que fueron aprovechadas por la oposición para relanzar su campaña exigiendo la renuncia de Aristide. En medio de una crisis creciente, se alejaron del gobierno sectores que otrora le apoyaron, como el socialdemócrata Gerard Pierre Charles o René Theodore, dirigente del Partido Comunista. En febrero la crisis pegó un salto con la incursión armada desde República Dominicana de exmilitares que se han apoderado de las principales ciudades. Según algunos cálculos, estos “insurrectos” no pasaban de 300.
Pero Aristide estaba lejos de ser completamente impopular, al menos en Puerto Príncipe. Así como miles apoyaron las protestas de la oposición, miles más salieron a manifestarse en apoyo del gobierno. Igual que pasa en Venezuela, los medios de comunicación no reportaron las marchas en su apoyo, en cambio las de la oposición recibieron toda la cobertura. La expresión armada y más radical del apoyo a Aristide fueron unas milicias populares denominadas “Chimé” (Chicos Malos), asentadas en las zonas más pobres de la capital.
La cabeza del movimiento golpista ha estado conformada por: el empresario textil André Apaid, de nacionalidad norteamericana, líder del Grupo 184, que junto a Micha Gaillard, dirige la llamada Convergencia Democrática, “oposición civil”, financiada por Estados Unidos, que controla los medios de comunicación.
La oposición armada estuvo dirigida por: Louis-Jordel Chamblain, que participó de la dictadura Cedrás; el ex jefe de policía Guy Phillip; Jean Tatoune, implicado en la Masacre de Raboteau de 1994; y Butteur Metayer, dirigente del Frente Revolucionario de la Antibonite, cuyo hermano Amiot murió asesinado por las fuerzas leales a Aristide. La facilidad con que estos sectores tomaron la mayoría de las ciudades da a entrever la complicidad de la policía.
El propio Aristide acabó por pedir la intervención extranjera. Para viabilizarla, Estados Unidos, Francia y el CARICOM propusieron la conformación de un gobierno encabezado por un primer ministro de la oposición, dejando al presidente con un cargo decorativo. Lo cual fue aceptado por Aristide, pero no por la oposición.
El gobierno norteamericano, contrario a lo que usualmente hace, aceptó rápidamente la postura de la oposición, que el 25 de febrero se negó a todo acuerdo con Aristide. Con la excusa tradicionalmente usada por Estados Unidos, de “proteger la vida de sus ciudadanos”, se produjo una intervención militar un grupo élite del ejército norteamericano y, posteriormente de otro francés.
Lo demás es historia conocida: el 1 de marzo el presidente democráticamente electo de Haití fue depositado por un avión militar yanqui al otro lado del mundo, mientras las tropas invasoras abrían la capital a los golpistas y procedían a desarmar, no sin víctimas, los restos de la resistencia popular en Puerto Príncipe.
¿Tiene moraleja esta historia? ¿Qué lecciones pueden extraer las fuerzas democráticas y antiimperialistas latinoamericanas de los sucesos de Haití? Sin duda que nada ha cambiado en la política norteamericana hacia el continente que considera su “patio trasero”, y ya sabemos lo que el Tío Sam entiende por “democracia”.
Pero también que no es posible cambiar nada, ni resolver los graves problemas sociales que afectan a la América Latina, ni mucho menos disipar o prevenir intervenciones militares norteamericanas (abiertas o solapadas), sin romper con los moldes económicos de la globalización neoliberal, sin tocar los intereses de las oligarquías nacionales y las transnacionales, sin romper con las órdenes emanadas del FMI y el Banco Mundial.
Sólo de una ruptura completa y radical con el sometimiento económico y político al imperialismo yanqui, y en una lucha encarada desde la unidad bolivariana, sacarán nuestros pueblos la fuerza para contrarrestar las imposiciones de Washington. ¿Qué sigue? El próximo capítulo se está desarrollando ya en Venezuela. Las opciones están abiertas. De las decisiones que se tomen dependerá que la cosa no acabe igual o peor que Haití.
Panamá, 20 de mayo de 2017.
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