Benjamín Morales
Estamos a casi cuatro semanas del paso del huracán María por Puerto Rico. Poco menos de un mes ha pasado ya desde que el salvaje ciclón se empecinó con nosotros y provocó los mayores destrozos que hayamos sufrido nunca en nuestra isla.
En estos 30 días hemos visto de todo, desde un Puerto Rico completamente desnudo, desorganizado, vulnerable y desesperanzado, hasta un colectivo que ha aumentado sustancialmente los niveles de solidaridad, ha afianzado la nacionalidad puertorriqueña e incrementado considerablemente la frecuencia de las conversaciones entre vecinos que apenas se dirigían la palabra antes de la emergencia.
En el medio de esos dos polos hemos experimentado, igualmente, un catálogo de historias positivas o negativas que recopilarlas y ponerlas juntas resultaría imposible para el más eficiente de los historiadores.
También, claro está, hemos vivido los terribles desaciertos de dos gobiernos –el local y el federal- que evidentemente no saben cómo enfrentarse a un desastre de esta magnitud, lo que ha provocado el desasosiego de miles de personas que han visto decaer su calidad de vida a niveles insospechados y ha provocado una crisis humanitaria en la cual, al final del camino, contaremos los muertos por cientos.
¿Qué es lo que ha fallado? ¿Por qué estamos aquí?
Esas preguntas tienen una respuesta esencial y su raíz está en la crisis del sistema eléctrico del país. Mientras el 90 por ciento de la isla se mantenga a oscuras, el drama humano que vivimos no hará otra cosa que agudizarse y agudizarse.
La raíz de la mayoría de los problemas que tenemos hoy, desde la incomunicación hasta las muertes en los hospitales, tiene su punto de partida en la falta de electricidad. Y me parece inconcebible que a estas alturas sólo el 10 por ciento de la isla tenga energía, por lo que aquí algo no me cuadra.
La semana pasada viajé a la zona de Punta Santiago en Humacao. Allí me crucé con unos empleados de la Autoridad de Energía Eléctrica (AEE) que tomaban un descanso en sus largas jornadas de trabajo. Su tarea no era levantar postes o tender cables, tenían una asignación mucho más sencilla: recoger material que sirviera para poder ponerle la luz al hospital Ryder, cuya planta eléctrica colapsó.
“¿Recogiendo material?”, les pregunté medio confundido. “Sí, el material se acabó y estamos reciclando lo que encontramos en la calle”, me respondió uno de los obreros con un rostro de esos que pulula entre la vergüenza ajena y la pena.
¿Cómo es posible que la AEE no tenga material para, por lo menos, levantar el 50 por ciento del tendido eléctrico del país, de modo que se reactiven las actividades esenciales de la economía, el gobierno y la empresa privada?
Vuelvo y repito, a mí algo no me cuadra. Muchos amigos me han pedido que contraste lo que pasó en Puerto Rico con María con lo ocurrido en Cuba con Irma.
Dejando claro que fueron dos huracanes muy distintos, pero con efectos demoledores más o menos parecidos en ambos países, llama la atención que Cuba, a 20 días del paso del ciclón, contaba con una restitución del 99 por ciento de las operaciones eléctricas dañadas por Irma. Ese 1 por ciento se registra en pequeños pueblos costeros que fueron básicamente barridos por la marejada ciclónica de la tempestad.
He constatado ese dato personalmente, porque por acá ando, y he conversado con gente seria que vive en distintas partes del país o que tiene familia en las provincias y me han dado fe de que allí hay corriente.
¿Cómo es que en Puerto Rico no hemos podido, a casi un mes, levantar más de un 10 por ciento de nuestra capacidad?
Algo no me cuadra con María y está claro que Puerto Rico no se levantará hasta que el sistema eléctrico se restituya, una realidad que a los dos gobiernos a cargo parece importarles poco.
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