lunes, 12 de diciembre de 2011

La Republica Dominicana: la impostura nacionalista. (A la memoria de Sonia Pierre)



El amor, madre, a la patria no es el amor ridículo a la tierra, ni a la hierba que pisan nuestras plantas: es el odio invencible a quien la oprime, es el rencor eterno a quien la ataca- José Martí
Wilson Spencer
Sonia Pierre
El propósito de esta carta es múltiple, y quizás pueda resumirse en la intención de darles una idea más acabada sobre lo que algunos en nuestro país han dado en llamar “el problema haitiano”. La razón que me impele a hacerlo es que soy dominicano; no porque hablo como hablo, como lo que como o bailo lo que bailo; tampoco porque amo con intensidad a mi bello país, su paisaje y la alegría de su gente. Esas razones entran en el ser dominicano, sin duda. Pero sobretodo soy dominicano porque desde muy joven he intentado y luchado porque nuestro país asuma la soberanía de su vida en todos los aspectos: el económico, el político y el social,  porque nuestro país sea libre en todo el sentido de la palabra, cosa que aún está por realizarse.
De entrada, les digo que el reconocimiento otorgado a la señora Sonia Pierre está más que merecido: siempre he admirado la valentía y el arrojo excepcional de esa señora a la hora de quitar de en medio el dedo con que muchos dominicanos pretenden tapar el sol. En nuestro país, los haitianos y haitianas son explotados, discriminados y abusados, y “el problema haitiano” es más que nada una invención, un artificio social para sostener y justificar esa evidente realidad.
Que la mano de obra haitiana juega un papel preponderante en sectores claves de la economía de nuestro país, es algo que nadie discute; como nadie discute que es una mano de obra barata, sobreexplotada, y por lo mismo, demandada por sectores altos y medios de la población dominicana. Quienes digan desde las instancias de poder que quieren “des-haitianizar” la economía y regularizar el estatus migratorio de los haitianos, están incurriendo en un acto de demagogia y de cinismo. Lo que sí quieren es que esa mano de obra siga siendo usada de esa manera, esté disponible en forma cada vez más barata, más exenta de regulaciones y derechos civiles y humanos para ser explotada aún más. Quizás algún día un ejercicio de riguroso análisis pueda develar la contribución de los trabajadores haitianos no sólo a la economía del país sino, indirectamente por esa vía, a la precaria estabilidad política y social existente en nuestro país.   
El racismo anti-haitiano imperante en el país, en la forma de prejuicios y discriminación, tiene raíces históricas que pueden ser rastreadas, como todo artilugio ideológico, a determinadas relaciones de poder. Quizás el hecho de haber vivido por tanto tiempo en los Estados Unidos, nos ha hecho más sensibles a algunos dominicanos y dominicanas para entender el funcionamiento de la ideología racista. No pretendo, de ninguna manera, darle cátedra a los norteamericanos sobre la funcionalidad de los prejuicios en la sociedad; ustedes son, quizás el país que con mayor intensidad y efectividad los ha usado a lo largo de la historia contra grupos oprimidos: contra los indios, los negros, las mujeres, y una diversidad incontable de etnias inmigrantes, para justificar su explotación económica en períodos y condiciones específicas. Los usan hoy, magistralmente, en contra de los millones de inmigrantes indocumentados, mexicanos, centroamericanos y dominicanos que trabajan en los Estados Unidos; los desarrollan y los usan de la misma manera y la misma intención que se reproduce el antihaitianismo en nuestro país.
Un haitiano rebajado en su condición humana, no puede ser igual a un dominicano; de la misma manera que un dominicano o un afroamericano de los ghettos de Manhattan o el Bronx no es igual a un norteamericano blanco, por muy “white trash” que se le considere. Esa ideología sirve de diversas maneras a apuntalar ese orden social decadente que existe en la República Dominicana. Sirve para justificar la explotación económica y los abusos a que son sometidos por las autoridades dominicanas, pero también como chivo expiatorio de diversos problemas sociales, y como blanco de renovación politiquera de un nacionalismo falso e hipócrita.
No es casual la explosión de nacionalismo de ciertos políticos, obispos e intelectuales del sistema cada vez que se menciona el problema de los trabajadores haitianos en la República Dominicana. Entonces, se les yergue el pecho, lleno de un patriotismo inconmensurable, prestos a defender los valores legados por la madre patria y amenazados por la invasión de los bárbaros haitianos. Los ejemplos sobran; y la actitud de nuestro canciller frente al reconocimiento a la Pierre, no es más que un echar mano a ese artificio. Ese nacionalismo yerra medio a medio porque apunta a un blanco inexistente. La amenaza a la soberanía económica, política y cultural de nuestro pueblo proviene desde hace ya mucho tiempo no del este de la isla, sino del norte del continente.
El problema que debemos de resolver los dominicanos no es “el problema haitiano”, sino el problema norteamericano, así sin comillas. Es de ahí que nos han venido las invasiones militares que han ahogado por la fuerza la soberanía de nuestro país y nuestro pueblo, imponiéndonos dictaduras y gobiernos autoritarios; es de allí de donde se nos imponen las doctrinas y las políticas económicas que están llevando nuestra sociedad al abismo; es de allí de donde viene la ingerencia grosera y decisiva que contribuye a perpetuar la cultura de autoritarismo y el sistema político corrompido; es de allí de donde surgen las imposiciones del Fondo Monetario, que llenan de pobreza a las grandes mayorías del país; es de allí de donde nos viene el aluvión del TLC, certificado de muerte, desnacionalización y pérdida de la soberanía económica, y que profundizará, sin ningún genero de dudas, no sólo la crisis social, sino también la crisis de valores que amenaza con la desintegración a todos los niveles.
Pero todo eso no lo ven, ni lo verán jamás nuestros politiqueros, la parte de la élite articulada a los intereses norteamericanos, o que se beneficia de ellos, ni los seudo-nacionalistas que tensan su arco contra el blanco equivocado.   Para ellos, el destino manifiesto de nuestro país es estar sometido a los dictados de Washington; por eso, cuando hablan de las grandes políticas económicas siempre la remiten a lo que es o no aceptable para el FMI o el gobierno norteamericano, y no para el país y las grandes mayorías de la población: la reforma fiscal tiene que ir porque si no se molesta el FMI; el RD-CAFTA tiene que implementarse, aun a costa de más miseria y exclusión, porque si no peligraría el acceso al mercado norteamericano, etc.
Es decir, la soberanía económica de la nación está en manos de entes extraños al interés del pueblo dominicano; entes que por demás han demostrado ser vorazmente depredadores. Y cuando la soberanía económica de un país se pone en manos de otros, se le está entregando también la soberanía política, militar y cultural.   Si la “dominicanidad” tiene algún sentido específico, es allí donde reside su mayor peligro.
El patriotismo antihaitiano es,  pues, pura pose, llamada a esconder de cuando en cuando la más abyecta postración frente a los gringos y frente a los grandes intereses internacionales. El presidente-león, hasta en el entreguismo y el servilismo salió a su maestro: ruge frente a los haitianos abusados, y maúlla como pequeño felino cariñoso cuando se trata de enfrentar a quienes depredan la nación.

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