Para la autora, feminista y activista, la contrarreforma a la Ley de Interrupción Voluntaria del embarazo es, “en pleno siglo XXI, la materialización del poco poder que se nos concede”.
SARA PORRAS
Desde el año 2008, en España asistimos al mayor retroceso de derechos -entendido estos en su acepción más amplia- al que jamás se haya enfrentado nuestra generación. Hoy, esto se encarna en la amenaza contra las mujeres con el ataque al derecho a interrumpir voluntariamente su embarazo.
Con la crisis como coartada y la perplejidad de la sociedad civil -organizada o no- como excusa, los gobiernos del régimen de la transición (Partido Popular, PP, y Partido Socialista Obrero Español, PSOE), bajo la atenta mirada de la troika, desmontan el ya débil estado del bienestar que teníamos en nuestro país. Este proceso no es nuevo y a muchas y muchos nos recuerda a lo que pasara en América Latina en los años ochenta, aunque con una salvedad que no podemos dejar de mencionar, que es que para aplicar las reformas que condenarían aún más a la pobreza a las de abajo, allí necesitaron la instauración de regímenes dictatoriales. El proceso consiste en repetir hasta convertir en verdad que la única alternativa para salir de la situación actual es el desmantelamiento de los pocos mecanismos de redistribución de la riqueza, servicios públicos, educación, sanidad, criminalizando a las que sólo tenemos nuestra fuerza de trabajo para generar riqueza, y primando a aquellos que hacen y deshacen futuros y anhelos desde el cómodo asiento de la economía financiarizada.
Muchos son los focos, muchas son las batallas. En un momento en el que pararse es casi ser cómplice de lo que nos está pasando, quienes sabemos positivamente que tenemos que pasar de la escasa resistencia a la total ofensiva no terminamos de encontrar las herramientas que, para empezar, nos sitúen en el terreno de juego como actor ofensivo.
La política siempre ha sido una cuestión de poder y la historia nos ha enseñado que debemos tener la audacia para construir un poder propio, un poder que nos nombre, que nos reconozca y que permita poner en valor las potencialidades de un modelo social que, si bien siempre fue necesario, ahora es, sin matices, urgente.
Centrar históricamente los acontecimientos es imprescindible para hacer buenos análisis. Porque, como hablamos de poder, tendremos que saber con qué fuerzas contamos y a qué fuerzas nos enfrentamos. En un momento de incertidumbre, de ausencia de liderazgos y espacios que aglutinen y estructuren la lucha, plantar batalla es más complicado que nunca. Y sin embargo, no todo está perdido.
El feminismo en España
Aterrizando al tema que nos ocupa, a las batallas que aunque que se libran en soledad afectan a todas y todos, hablemos de feminismo.
Que el cuerpo es un campo de batalla desde el que pelear y sobre el que pelear es una idea tan antigua como el propio movimiento feminista, el movimiento político con más historia y el que parece condenado a tener que reinventarse bajo la etiqueta del “nuevo tipo” frente al resto. Esto no puede explicarse sin hablar de la corporalidad, de cómo nos vemos inscritas en las relaciones de poder desde el mismo momento en el que ocupamos un espacio (público o privado). Muchos y muchas han escrito grandes reflexiones sobre este tema, sobre cómo la barrera última es a la vez la primera, y sobre cómo empezar a romper estas barreras a veces visibles y otras no tanto pero que, de facto, subdividen a la sociedad entre aquello que es “lo normal”, el ser buen ciudadano, y todas aquellas de los márgenes, las de segunda, las que no contamos salvo como excepciones a unas reglas que no pudimos marcar y que sin embargo nos condenan a las periferias.
Los movimientos feministas en España entrañan una complejidad tal que sería una osadía tratar de resumirla en apenas unas líneas. Y sin embargo, sí es necesario resaltar algunas ideas que ayuden a entender los resortes con los que se funciona. Si bien en párrafos anteriores hablábamos de las políticas de ajuste, ahora vamos a referirnos a las luces que se van abriendo hueco. Para ello es importante situar lo que se ha popularizado como el movimiento 15 M. Hablaremos del previo y del post pues, sobre todo a nivel de los movimientos, es interesante situarlos en estos términos.
Previo. En cuanto a los movimientos feministas se refiere, previo al 15M hay un hecho interesante. Tras encuentros y desencuentros, el panorama español, en cuanto a los movimientos feministas se refiere, era un gran entramado de reivindicaciones, discursos, activismos y potencialidades a los que nos costaba mucho encontrar puntos de convergencias; la diversidad como valor y la falta de conexión como debilidad. Si bien esta desestructura no es específica de estos movimientos, en este caso concreto nos llevaba a la representación de las rupturas como sello distintivo. Aquello que más nos podía fortalecer, la capacidad de denunciar las distintas opresiones, al no ser capaces de encontrar una canalización que multiplicara las sumas era, para el resto de la sociedad, la excusa para seguir sin dar respuesta a aquello que denunciábamos. Muchos han sido los esfuerzos, los trabajos y los anhelos de encontrar ese nodo que nos hiciera fuertes frente a un sistema que cada vez con menos máscaras se empeña en negar la vida.
El encuentro feminista que tuvo lugar en la ciudad Granada en 2009 fue un inicio, un retomar un trabajo de tantos años antes. Dos elementos se demostraron allí:
El primero es que los movimientos feministas, reunidos en ese espacio, se presentaban en esta nueva etapa como uno de los movimientos sectoriales con mayor capacidad de movilización. Más de 3 mil mujeres de todos los rincones del estado nos dimos cita allí. Esto era un gran paso, un golpe de fuerza, un intento de reconstrucción de poder.
El segundo es que había dos líneas esenciales de debate y de accionar que lejos de ser incompatibles, estaban cerca de construir un espacio político conjunto. Por un lado estaba una línea que tenía más que ver con la subjetividad, con la definición del sujeto, del cuerpo, de la agencia, donde podríamos enmarcar los llamados movimientos queer ; y otra línea de carácter material, la crítica feminista de la economía. Estas líneas se cruzan, se entrelazan y se influyen la una a la otra.
Una realidad siempre dialéctica y al mismo tiempo tozuda requiere de extrema atención y cuidado, pues ya que lo personal es político, hay que andar piano cuando de aglutinar sensibilidades se trata.
Y en estas, llegó el 15M
El 15M fue el estallido de toda una sociedad que no podía aceptar que tras tanto saqueo volviéramos a ser las de abajo las que pagáramos los excesos de unos pocos. Un “¡Que no estamos durmiendo!” recorrió las calles de la gran mayoría de las ciudades y generó simpatías y empatías porque éramos nosotras y nosotros, los que no sabíamos de la existencia de la prima de riesgo ni del bono alemán, los que estábamos tomando las plazas, las calles y los megáfonos para responder a los que nunca les hemos importado que esto no iba a ser gratis.
Sin embargo y como siempre, volvemos a la cuestión del poder. Las feministas debimos volver a tejer a marcha forzada, cual Penélopes, y ganarnos el respeto y la legitimidad para estar presentes. No entraremos aquí en los conflictos, pues no son realmente relevantes, pero sí apuntaremos que todo este trabajo hizo que en gran medida se dejara de lado lo que habíamos ido avanzando juntas. Ya que los mimbres eran débiles, quizás debimos habernos centrado en lo nuestro, pero los quizás no construyen realidades. El 15M lo inundó todo de alegría rebelde y nos hizo volcarnos en organizar la respuesta desde este espacio.
No es intención en este artículo -nada más lejos- plantear que no fuera importante; de hecho, las asambleas feministas de las distintas ciudades han hecho unos trabajos interesantísimos. Somos muchas las que ya nos conocíamos y otras muchas no conocidas, y utilizamos estos espacios para seguir encontrándonos y tejiendo alianzas (esperemos que en telares que no toquen las garras de Odiseas de Ulises). Sin embargo poco se habla ya de ese encuentro porque las memorias feministas tienden fácilmente a la desmemoria, y la realidad es que son muchos los ataques y las soledades que debemos afrontar.
Y ahora la cuestión es el cómo: cómo vamos a hacer frente, desde qué trinchera empezar a avanzar posiciones, quiénes van a ser nuestros aliados.
La Iglesia contra los cuerpos
Porque cuando el cuerpo es un campo de batalla no hay mayor batalla que el propio cuerpo, ahora recibimos otro golpe, el anuncio del Ministro de Justicia de la modificación de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo.
Pongámonos en contexto. España, país donde la Iglesia ha gobernado directa o indirectamente durante la casi totalidad de su historia, el hecho de que las mujeres pueden tomar decisiones sobre su propio cuerpo es algo que, más allá del cómo, de los límites o la forma legal concreta que le demos a esto, es impensable. Acabemos antes: el aborto sólo fue un derecho, y como tal garantizado su acceso de manera libre y gratuita por los poderes públicos, durante la Segunda República, con Federica Montseny como Ministra de Sanidad. A partir de ahí ha sido un delito, y así lo recoge el código penal que en unos supuestos estaba despenalizado.
En la Ley Orgánica 9/1985, aprobada el 5 de julio de 1985, se reconocía la despenalización de la Interrupción Voluntaria del Embarazo en tres supuestos:
1.- Supuesto terapéutico: Riesgo grave para la salud psíquica o mental de la mujer embarazada.
2.- Supuesto criminológico: En caso de violación.
3.- Supuesto eugenésico: En caso de malformaciones o riesgos graves de la vida del feto.
En el primero de los casos, aunque en la práctica no funcionase así, por ley estaba permitida la interrupción en cualquier momento de la gestación. En el segundo, durante las 12 primeras semanas de gestación, y en el último caso, durante las primeras 22 semanas de gestación.
Esta es la ley que funcionaba en España hasta la modificación que hiciera el gobierno de Rodríguez Zapatero en 2010. Dicha modificación -tampoco vamos a entrar en demasiados detalles- despenalizaba la interrupción del embarazo durante las primera 14 semanas de gestación sin necesidad de alegar supuestos. El plazo se ampliaba hasta la semana 22 en caso de riesgo para la vida de la mujer embarazada o del feto y, en caso de enfermedad incurable para el feto y bajo recomendación de un comité clínico, podría existir la posibilidad de interrupción del embarazo en cualquier otro momento.
Esta ley no contentaba por diversos motivos a los movimientos feministas pero, tristemente y en un tiempo en el que las decisiones políticas fluctúan más rápido que las transacciones financieras, la realidad a la que nos enfrentamos es más aterradora.
Se desconoce aún la materialización de la propuesta del partido de gobierno actual, el PP. Son apenas unas declaraciones de su Ministro de Justicia – ministro de injusticia, para muchos otros- las que han hecho saltar la liebre. El titular de esta cartera ha anunciado que se reformará la Ley para volver a los supuestos, es decir, volvemos a una ley post franquista en la que lo que importa es juzgar moral y legalmente las circunstancias en las que el embarazo ha tenido lugar para decidir si, acorde con la moralidad de turno, consideraremos que la mujer tiene o no derecho a interrumpirlo.
Este hecho es, en pleno siglo XXI, la materialización del poco poder que se nos concede, pues ni siquiera podemos intervenir libremente sobre nuestro propio cuerpo. Pero hay un dato aún más terrible: de los tres supuestos que se atendían anteriormente, el ministro ha amenazado con suprimir uno de ellos, el supuesto eugenésico. Esto ha levantado rápidamente la voz de alarma de los profesionales de la salud, pues es un acto de crueldad intolerable obligar a llevar a término la gestación de un feto que se sabe que desde el momento de su nacimiento estará condenado a graves enfermedades. Más dudas surgen al respecto pues, eliminando este supuesto que es de carácter humanitario, ¿se mantendrán el resto? Muchas son las incógnitas, pero enfoquemos el debate desde más puntos de vista.
Comenzamos hablando de la influencia de la Iglesia católica como elemento clave, pero quedarnos en eso sería obviar la otra parte de la ecuación que resulta tanto o más explicativa que la primera. Las cosas no se entienden moralmente y menos en un sistema que no tiene problemas para acogerse a la moral que le sea más útil en cada momento histórico.
La interrupción voluntaria del embarazo
¿Por qué la interrupción voluntaria del embarazo es un problema social en la casi totalidad de países del mundo?
Las relaciones de dominación se cruzan y se entrecruzan, pero si hay una alianza estable que funciona como matrimonio indisoluble es la alianza del capital y del patriarcado. El control sobre el cuerpo de las mujeres es un elemento indispensable para el sostenimiento del modelo económico.
Este control se ejerce desde múltiples focos; la división sexual del trabajo es una consecuencia también de esto, como lo es el sostenimiento y promoción de la familia tradicional, si es que acaso fueran fenómenos disolubles. Y la cuestión de la interrupción del embarazo va, sin duda, en esta misma línea.
Como ya denunciara Carole Pateman en su momento, las sociedades se construyen sobre la base de un contrato sexual por el cual se asegure que exista una mujer para cada hombre (matrimonio) y algunas mujeres de titularidad pública (prostitución). Este contrato sexual tiene más vertientes, pues no podemos adscribir aquí únicamente las relaciones estrictamente amatorias. ¿En qué afecta este contrato sexual? En el momento en el que se establece – de manera más o menos tácita, pues no veo que pudiera haber de tácito en lo que a día de hoy son hechos objetivos- el control del cuerpo de más de la mitad de la población, controlar su capacidad productiva/reproductiva es un elemento clave.
En la línea de lo que plantean autoras como Silvia Federici, si tomamos como base “el proceso de acumulación originaria” de Marx podemos establecer un paralelismo con el control del cuerpo de las mujeres.
El sistema económico establece una relación con las personas trabajadoras (aquellas que sólo poseen su fuerza de trabajo para generar riqueza, en términos marxistas) de maquinización. Es decir, la valorización de la vida de las personas se establece en términos de productividad; serás más útil para el sistema en tanto en cuanto más capacidad para generar riqueza poseas. Es un modelo que maquiniza a las personas. En el caso de las mujeres existe una doble vertiente; por un lado se establece una primera explotación, digamos horizontal, por la cual se valora en los mismos términos tanto a hombres como a mujeres (otra cosa sería el sector productivo en el cual se ubiquen unos y otras, pero esto sería debatir sobre la ya mencionada división sexual del trabajo). En una segunda explotación, llamémosla vertical, lo que se valora es la capacidad de producción patrimonio exclusivo de las mujeres: la capacidad de producir vida. Es decir que las mujeres son entendidas en este juego perverso de dominaciones como una “máquina” con capacidad para generar mano de obra durante la mayor parte de su vida. Es, y volvemos a Federici, un proceso infinito de acumulación originaria en sí misma.
En un contexto de crisis en el cual el cerco se va limitando más y más aparece de manera urgente la necesidad de controlar el cuerpo de las personas. Vemos como en la era del ordenador la capacidad para ejercer violencia sobre el cuerpo de las mujeres aumenta cada vez más, pues acaba siendo una precondición para la acumulación de trabajo y riqueza, dado que la meta en una sociedad capitalista es transformar la vida en capacidad para producir.
Es una batalla dura, pues son varios interrogantes los que tenemos que enfrentar en este contexto. Por un lado, ¿seremos capaces de meter en la agenda política este debate como uno de los indispensables para poder organizar una respuesta? O, por el contrario, ¿serán el resto de demandas las que sigan hegemonizando el campo de batalla. Porque, puesto que la política es, sobre todo, una cuestión de poder, o empezamos a tomar el nuestro o no será ésta la última contrarreforma a la que debamos asistir.
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