ALBERTO AMPUERO / LA OPINION – El papa Benedicto XVI anunció que dejará su ministerio el 28 de febrero. “Ya no tengo fuerzas para seguir”, dijo el Papa en su renuncia. Es cierto que la edad y los achaques pesan y puede ser que esas sean las razones reales y únicas de la abdicación del Papa; pero podría ser también, dice Pedro Miguel, que la burocracia vaticana haya sopesado los saldos de desastre del papado de Ratzinger y que optara por hacer lo que hacen los consejos de administración con un gerente inepto: pedirle la renuncia.
El hecho es que durante el papado de Ratzinger no se resolvió uno solo de los graves problemas heredados y acumulados; por el contrario, varios se agravaron y complicaron.
El más escandaloso es, sin duda, el del encubrimiento de los agresores sexuales que pululan en las filas del clero católico y cuya impunidad mayoritaria constituye el más flagrante agravio contra la feligresía, que no sólo han alejado del catolicismo a muchos fieles, sino han minado la autoridad de la Iglesia católica y su capacidad para hacer frente a la expansión de otras confesiones
Otro motivo es la estructura rígida que ha mantenido la Iglesia en sus principios y doctrina. No ha querido otorgar ninguna apertura ante la sensibilidad de la cultura moderna. Más bien se ha encerrado y ha sido poco accesible a las demandas de mayores espacios a las mujeres, ser más benevolente ante los homosexuales, más compasiva ante las nuevas formas de pareja y más abierta a las prácticas de la sexualidad. Sobre todo las mujeres sienten en el catolicismo una amenaza para su cuerpo y su libertad, indica Bernardo Barranco V.
En suma, la abdicación de Ratzinger rubrica el tiempo perdido de este papado y pone de manifiesto el evidente desgaste del consenso conservador que colocó a Benedicto XVI en la silla pontifical en 2005.
El pacto que llevó a Joseph Ratzinger al trono de San Pedro se ha fracturado y se están realineando fuerzas
No hay sorpresa absoluta en el anuncio de su renuncia. Su dimisión la llevaba rumiando desde hace tres años. Y se lo hizo saber al periodista alemán Peter Seewald, en marzo de 2010, declarando que cuando un Papa sabe que “no puede llevar a cabo su encargo, entonces tiene en algunas circunstancias el derecho, y hasta el deber, de dimitir”.
Y la Iglesia no se puede llamar sorprendida, cuando en el cónclave de 2005 eligió a un pontífice anciano, un “Papa de transición”, se decía entonces. La agonía tan larga de Juan Pablo II, posibilitó que los diferentes grupos llegaran a un pacto casi unánime de elegir a su sucesor.
La Iglesia estaba sumida en una grave crisis de prestigio, y la solución exigía conocimiento del problema y mano firme. Ratzinger era el hombre. Había sido hasta entonces presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe (ex Santo Oficio de la Inquisición).
Dicho pacto sumaría a los poderosos movimientos y congregaciones globales como Opus Dei, Comunión y Liberación, la Legión de Cristo.
El pacto se fractura por la severa crisis mundial mediática de la Iglesia Católica 2009-2010 en torno a los miles de casos de abusos a menores ocurridos en los últimos 50 años en instituciones y colegios católicos de medio mundo, y por la sistemática tarea de ocultación que emprendió la jerarquía durante el reinado de su antecesor, Juan Pablo II.
Benedicto XVI llegó con la orden de apartar de sus cargos a los encubridores, pero han pasado los años sin haberlo logrado.
Para la mayoría de los críticos, la estructura de poder de la Iglesia Católica es el punto central de los abusos sexuales dentro del clero. “Cada caso de violencia sexual en la iglesia es, en primer lugar, un reflejo de abuso de poder”, afirma Christian Weisner, portavoz del movimiento reformista católico Somos Iglesia.
El escándalo de abusos sexuales ha movido a la Iglesia católica a abrirse más rápido de lo que habrían deseado sus sectores reformistas.
Muchos fieles católicos y la gran mayoría de teólogos vanguardistas esperan el fin del férreo orden jerárquico del Vaticano, la ordenación de mujeres, el fin del celibato sacerdotal.
Muchos católicos ignoran que los sacerdotes y obispos no tenían prohibido el matrimonio durante los primeros 10 siglos de vida cristiana, y que algunos Papas fueron hijos de otros Papas, sin que ese linaje afectara la santidad de sus actos. Tal fué el caso de Inocente I (401-417), hijo de Anastacio I, y de Juan XI (931-935), hijo de Sergio III, además de otros ocho pontífices engendrados por obispos y miembros del bajo clero.
Hasta que en 1073, Gregorio VII dio vuelta a la historia e impuso el celibato. Uno de sus teólogos, Pedro Damián, lo justificó diciendo que el matrimonio de los sacerdotes los distraía del servicio al Señor y contrariaba el ejemplo de Cristo.
Si bien la intención del Papa Gregorio era restaurar la derruida moral del clero y purificar a la feligresía con ejemplo de castidad, muchos creen que la imposición del celibato fue también el camino que llevó a muchos a la pederastia.
El próximo cónclave será muy importante para ver si llegan o no los cambios que no pudieron tomarse en 2005, cuando fue elegido Benedicto XVI.
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