lunes, 16 de mayo de 2011

El terrorista que nunca existió, Jaime Richart

Eso del 11 S no podía dejarse así como así. No sólo eso, es que an­tes de ejecutarse ya había un plan completo. Jaime Richart 


Y, dada la cata­dura de la intelligentsia americana, había de tener todos los ingre­dientes de los cazatalentos que son los “americanos”. Pocos, quizá ninguno, de los prohombres yanquis no políticos han sido autóctonos. Todos son de fuera. Ellos, a raíz de la conquista del continente, se fueron haciendo poco a poco expertos en aprovechar la fuerza vital y crea­tiva de una inmensa ma­yoría de europeos inmigrantes por distintas cau­sas. Sobre todo tras el desmantelamiento de la Alemania nazi. Pero eso sí, son uti­litaristas donde los haya. Como los ingleses es­poleados por sus filóso­fos ultra­pragmáticos... Pero en lo demás son unos niños grandes que empe­zaron siendo gilipoyas, como dicen en mi tierra, y han terminado siendo gilipoyas y además brutales, men­daces y cana­llas. La mayoría de los centros estadounidenses no son centros de saber, como se nos da a entender en la pedagogía ofi­cializada. Son centros de ma­nufactu­ración, de conspiración y de montaje. En todo. Sólo en un pu­ñado de tecnólogos, además de di­nero a espuertas, es­tán sus méritos. Lo de­más es propaganda y fuerza bruta.

Quizá parezca que estas reflexiones destilan odio, el odio que se en­cargaron ellos de inculcar contra los nazis. Pues así es. Lo que no obsta para que, como todo en la vida, no encie­rre una inmensa parte de justificación y de verdad. No seguirán imaginando que sólo les odian los islamistas radicales... Ellos se lo han labrado, y el mundo no se ha aca­bado todavía para saber que ese odio tiene todo el fun­da­mento que existe contra la fuerza superior irrefragable de carácter ar­mamentístico acompañada de la "voluntad de poder" de Nietzsche que inspiró a mu­chos ale­manes de los años 20 y 30… 

Así es que ahórrense los americanos las pruebas abrumadoras so­bre la muerte de Bin Laden. Prescindan de las todopoderosas prue­bas del ADN; guárdense las foto­grafías horrendas del finado, los tes­timonios, que podrán contar por miles, de testigos; eviténnos leer la declaración jurada ante notario del propio ajusticiado, de que era quien decía ser y decían que era. Incluso no nos vengan ahora con el carbono 14. Y, so­bre todo, olvídense de insistirnos en que sí exis­tió ese hombre de luenga barba negra y expresión entre bonachona y neutra, fue el autor intelectual del ataque al WTC el 11 S de 2001 como jefe de una banda que tampoco existe ni existió.

Los que no vivimos de cerca el halloween conocemos perfecta­mente a los "americanos", y sabemos perfectamente lo aficionados que son a las palomitas, a la hamburguesa, al corta y pega, y a fa­bri­car las leyen­das tras asentarse en América del Norte que todavía no te­nían. Por eso era lógico que empezaran urdiéndolas con dos­cientos años de re­traso. Los cí­clopes, las brujas, las meigas, los trasgos, los ogros y esa bara­húnda de personajes de todas las sub­culturas que llenan la mitolo­gía y la leyenda de buena parte de la historia de Eu­ropa y de los demás con­tinentes tienen, desde que el cine americano se adueñó del mundo, su versión particular del pen­samiento contorsio­nado que luce el "ameri­cano" a este propósito y a otros. Y los que sí viven o vivían de cerca el halloween, tarde o tem­prano sienten en carne propia la ralea de esa chusma... Diversas y numero­sas experiencias relata­das por personas que los "adoraban" lo atesti­guan. Lo que no sé es a qué van los euro­peos allí...

Pero Bin Laden no llega siquiera a la categoría de leyenda. Bin La­den es una burda manufactura gráfica, un personaje de tebeo. Como Carpanta, Flash Gordon o el doctor No. Y como tales nos lo han es­tado relatando a través de lo que se nos presentaba como perversa ense­ñanza a sus secuaces en el manejo del Ka­leshnikof. Exacta­mente ha durado el relato 10 años menos cuatro meses. Tan persis­tentes han sido en éste, que se lo han termi­nado cre­yendo. Eso le su­cede siempre al mentiroso patológico, al vendedor de crece­pelos y al manipulador. De otro modo, tendrían que olvidarse de su éxito... 
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La historia se puede contar de muchas maneras, y de todos los gran­des hechos, acontecimientos y atrocidades hay por norma mu­chas ver­siones. Y no perdura precisamente la "verdadera". Senci­lla­mente, y aparte de la dificultad en ponerse de acuerdo, porque nunca hay una sola o única verdad. No digo respecto al hecho en sí (aunque a menudo también se inventa -y éste de la muerte de Bin Laden es otro más) sino en la causa, las causas, los autores y acto­res, los co­operantes necesa­rios y los cómplices. 

Cuando hay guerras o conflictos o contenciosos por medio (y cuando no los hay apenas hay gente interesada en ello) están, por un lado, la versión-verdad de los vencedores que dura todo lo que dura su domi­nación y lo que dura la dominación de los herederos ideológi­cos de esa dominación, y, por otro, la versión de los venci­dos. Pero es que cuando hay abismales diferencias como las que hay entre el cowboy y el ene­migo de arrabal indostaní y aledaños, la ver­sión del héroe cowboy suele alcanzar cotas deli­rantes del más pa­vo­roso ridí­culo.

Bin Laden no existió, ni nació ni murió. Y menos existió con la des­cripción de los fotomontajes de la cía, del fbi y de los cuenta­cuentos de la casa blanca. Bin Laden es una broma ameri­cana. Lo que tiene que hacer su intelligentsia es, ya que el americano saca par­tido de todo y para él el tiempo es oro, es poner en marcha cuanto an­tes la produc­ción mundial de millones de gorras y cami­setas con el logo de Bin La­den.

En todo caso, que hagan lo que quieran, pero a Europa y a Amé­rica Latina, aparte, naturalmente, el mundo árabe y musulmán, aparte los débiles mentales, aparte los interesados en creerse su ver­sión y los que viven siempre sugestionados por la mente calentu­rienta de los ameri­canos, a nosotros no nos la han dado nunca ni nos la dan... Está claro que han querido cerrar un folletín pendiente de un final que, como no podía ser de otro modo, tendría que ser necesa­rio y feliz. Y ya tendrán en la recámara, para seguir la mon­serga, al lugarteniente (del otro, del Omar Mullah, que se fugó en bi­cicleta por los montes Ka­rakorum nada se ha vuelto ni a hablar) que asuma el papel de mu­ñeco del pim pam pum que sus esquemas mentales precisan. 

Una concepción, ésta (la de la fácil manipulación de la realidad a tra­vés de la leyenda), que no está muy alejada de esa otra leyenda his­pana que todos tenemos in mente, a partir de la realidad que lo fue du­rante el franquismo. Al fin y al cabo toda leyenda tiene algo de ver­dad y su origen está en un reflejo de alguna realidad. 

Por eso, y ya concluyo, no sé cómo a estas alturas de la película ame­ricana el mundo, y sobre todo el mediático, les hace maldito caso. Sólo los que están muy identificados con el poder de los nazi-ameri­canos y absortos por su prestidigitación pueden darles al­guna credibi­lidad y prestarles atención. 

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