El execonomista de Wall Street ve en el reciente discurso del presidente del BCE, Jean-Claude Trichet, el programa de un verdadero golpe de estado financiero
Michael Hudson | New Economic Perspectives
Poco después de que el Partido Socialista ganara las elecciones a la Asamblae Nacional griega en otoño de 2009, saltó a la vista que las finanzas públicas estaban hechas picadillo. En mayo de 2010, el presidente francés Nicolas Sarkozy encabezó la propuesta de redondear al alza, hasta los 120 mil millones de euros, el volumen de dinero con que los gobiernos europeos habrían de subsidiar al nada progresivo sistema fiscal griego que hundió al país en la deuda. Una deuda que los bancos de Wall Street habían ayudado a esconder con técnicas contables dignas de Enron.
El sistema fiscal griego operaba como un sifón extractor de ingresos para pagar a los bancos alemanes y franceses que compraban bonos públicos griegos (con suculentas y crecientes tasas de interés). Los banqueros se están moviendo ahora para formalizar ese papel, una condición oficial para ir cobrando los bonos griegos a medida que vayan venciendo y alargar la cuerda financiera cortoplacista bajo la que está operando ahora Grecia. Los actuales tenedores de bonos cosecharán unas enormes ganancias, si este plan tiene éxito. Moody’s degradó la calificación de la deuda griega a niveles de basura el pasado 1 de junio (de B1, que ya era un nivel muy bajo, a Caa1), estimando en un 50% la probabilidad de quiebra. La degradación sirve para apretar todavía más las tuercas al gobierno griego. Con independencia de lo que hagan las autoridades europeas, observaba Moody’s, “aumenta la probabilidad de que los sostenedores de Grecia (el FMI, el BCE, y la Comisión de la UE: la “Troika”) necesiten, en algún momento futuro, de la participación de acreedores privados en una reestructuración de la deuda como condición necesaria para encontrar apoyo financiero”.
Lanzar una guerra de clases en Grecia para salvar a la banca privada alemana y francesa
La condición necesaria para que arranque el nuevo paquete “reformado” de empréstitos es que Grecia lance una guerra clases incrementando sus impuestos y rebajando su gasto social –incluso las pensiones del sector privado—, y liquide y ponga en almoneda tierras públicas, enclaves turísticos, islas, puertos, agua y sistemas de alcantarillado. Eso incrementará el coste de la vida y el coste de hacer negocios, erosionando la ya limitada competitividad de las exportaciones del país. Los banqueros pintan eso farisaicamente como un “rescate” de las finanzas griegas.
Lo que realmente fue rescatado hace un año, en mayo de 2010, además de otros inversores extranjeros, fueron los bancos franceses, tenedores de mil millones de euros de bonos griegos, y los bancos alemanes, tenedores de otros 23 mil millones. El problema era cómo conseguir que los griegos secundaran la iniciativa. El recién elegido primer ministro socialistas George Papandreu parecía capaz de entregar a su electorado conforme a las líneas seguidas por los neoliberales partidos socialdemócratas y laboristas en toda Europa: privatizar las infraestructuras básicas y comprometer los ingresos futuros para pagar a los banqueros.
Nuca hubo mejor ocasión que ésta para servirse de la cuerda financiera y despojar de propiedades y apretar las tuercas fiscales. Los banqueros, por su parte, estaban prontos a conceder préstamos para financiar compras privadas de loterías y apuestas públicas, sistemas de telefonía, puertos y sistemas de transporte u otras oportunidades de monopolio. Y en lo que hace a las propias clases ricas griegas, el paquete de créditos de la UE lograría mantener al país en la eurozona lo suficiente como para permitirles sacar su dinero del país, antes de que llegue el momento en que Grecia se vea forzada abandonar el euro y volver a una dragma rápidamente devaluada. Hasta tanto no llegue ese regreso a una moneda propia en caída, Grecia tiene que seguir la política báltica e irlandesa de “devaluación interna”, esto es: de deflación salarial y recorte del gasto público –salvo para pagar al sector financiero—, a fin de rebajar el empleo, y así, los niveles salariales.
Lo que realmente resulta devaluado en los programas de austeridad o de devaluación monetaria es el precio del trabajo. Es decir, el principal costo interno, puesto que hay un precio mundial común para combustibles y minerales, bienes de consumo, alimentos y hasta crédito. Si los salarios no pueden reducirse por la vía de la “devaluación interna” (con un desempleo que, empezando por el sector público, induzca a caídas salariales), la devaluación de la moneda hará el trabajo hasta el final. Así es cómo la guerra de los países acreedores contra los países deudores en Europa troca en guerra de clases. Pero para imponer tamaña reforma neoliberal, es preciso que la presión exterior esquive a los parlamentos nacionales democráticamente elegidos. Pues no es de esperar que los votantes de todos los países acaben siendo tan pasivos como los de Letonia e Irlanda cuando se actúa manifiestamente en contra de sus intereses.
El grueso de la población griega se percata de lo que ha venido aconteciendo a medida que se desplegaba todo este escenario a lo largo del pasado año. “El propio Papandreu ha admitido que no tiene voz en las medidas económicas que se lanzan sobre nosotros”, dijo Manolis Glezos, desde la isquierda. “Fueron decididas por la UE y el FMI. Ahora estamos bajo supervisión extranjera, lo que plantea cuestiones sobre nuestra independencia económica, militar y política”. Por la derecha política, el dirigente conservador Antonis Samaras dijo el pasado 27 de mayo, cuando avanzaban las negociaciones con la troika europea: “No estamos de acuerdo con una política que mata nuestra economía y destruye nuestra sociedad… Grecia sólo tiene una salida: la renegociación del acuerdo de rescate [con la UE y el FMI].”
Pero los acreedores de la UE niegan la mayor: rechazar el acuerdo, amenazan, significaría una retirada de fondos de tamaña extremidad, que causaría un colapso bancario y la anarquía económica.
Los griegos se negaron a rendirse resignadamente. Las huelgas que iniciaron los sindicatos del sector público pronto se convirtieron en un movimiento nacional, el “Yo no pago”: los griegos se negaron a pagar en los puestos de peaje de las autovías o en otros puestos de acceso público. La policía y otros recaudadores se abstuvieron de obligar a la gente a pagar. El naciente consenso populista llevó al primer ministro de Luxemburgo, Jean-Claude Juncker, a lanzar una amenaza similar a la que el británico Gordon Brown había levantado contra Islandia: si Grecia no se allana a las exigencias de los ministros de finanzas europeos, bloquearán el suministro de crédito que el FMI internacional tiene apalabrado para junio. Eso, a su vez, bloquearía los pagos del gobierno griego a los banqueros extranjeros y a los fondos buitres que han estado comprando una deuda griega cada vez más depreciada.
Para muchos griegos, eso es tanto como si los ministros de finanzas amenazaran con disparse un tiro al pié. Si no hay dinero con qué pagar, los tenedores extranjeros de bonos sufrirán; al menos, hasta que Grecia consiga levantar su economía. Pero se trata de un gran “si”. El primer ministro socialista Papandreu emuló a la socialdemócrata islandesa Sigurdardottir urgiendo a un “consenso” para obedecer a los ministros de finanzas de la UE. “Los partidos de la oposición rechazaron su último paquete de austeridad, aduciendo que el apretón de cinturón acordado a cambio de un rescate de 110 mil millones de euros desvitaliza completamente la economía.”
Lo que está en cuestión en Grecia, Irlanda, España, Portugal y el resto de Europa
Lo que está en cuestión es si Grecia, Irlanda, España, Portugal y el resto de Europa terminarán destruyendo el reformismo democrático para derivar hacia una oligarquía financiera. El objetivo financiero es esquivar a los parlamentos para exigir un “consenso” que de prioridad a los acreedores extranjeros a costa del conjunto de la economía. Se exige a los parlamentos que abdiquen de su poder político legislativo. Lo que ahora mismo significa “mecado libre” es planificación central… en manos de banqueros centrales. Tal es la nueva vía hacia la servidumbre por deuda a la que están llevando los “mercados libres” financiarizados: mercados “libres” para que los privatizadores carguen precios monopolistas por servicios básicos “libres” de regulaciones de precios y de regulaciones antioligopólicas, “libres” de limitaciones al credito para proteger a los deudores, y sobre todo, “libres” de interferencias por parte de los parlamentos electos. En una perversión del lenguaje, a un proceso de fijación de precios para los monopolios naturales –transporte, comunicación, loterías, suelo— substraído al dominio público se le llama ahora la alternativa a la servidumbre: en realidad, es el camino hacia la servidumbre por deuda, hacia un verdadero neofeudalismo financiarizado, que es lo que se está dibujando en el horizonte del futuro. Esa es la filosofía económica al revés de nuestro tiempo.
La concentración del poder financiero en manos no democráticas era inherente ya al modo en que comenzó a forjarse en Europa la planificación centralizada en manos financieras. El Banco Central Europeo no tiene tras de sí gobierno electo alguno que pueda recaudar impuestos. La constitución de la UE prohíbe al BCE el rescate de gobiernos. Y los artículos del acuerdo con el FMI prohíben también a éste ofrecer apoyo fiscal a los déficits presupuestarios nacionales. “Un Estado mienbro puede obtener créditos del FMI, sólo si “lo precisa para comprar a causa de su balanza de pagos o de su posición de reservas o de los desarrollos en sus reservas’. Grecia, Irlanda y Portugal no van, desde luego, cortos de reservas internacionales… El FMI está haciendo préstamos por problemas presupuestarios. Y se supone que no es eso lo que debe hacer. El Banco Federal Alemán lo dijo muy claramente en su informe del pasado marzo: ‘Cualquier contribución financiera del FMI para resolver problemas que no entrañen necesidad de moneda extranjera –como la financiación directa de déficits presupuestarios— sería incompatible con su mandato monetario’. El presidente del FMI, Dominique Strauss-Kahn, y el economista jefe, Olivier Blanchard, están llevando al FMI a territorio prohibido, y no hay tribunal de justicia que pueda pararles.” (Roland Vaubel, “Europe’s Bailout Politics,” The International Economy, Primavera de 2011, p. 40.)
La moraleja es: cuando de lo que se trata es de salvar a los banqueros, se ignoran las reglas, a fin de servir a una “justicia más alta”, cual es la de salvar de pérdidas a los bancos y a sus socios de las altas finanzas. Lo que se halla en vivo contraste con la política del FMI hacia los trabajadores y los “contribuyentes”. La guerra de clases ha regresado al mundo de los negocios: vengativa, y esta vez, con los banqueros como ganadores.
La UE substituyó a los Estado nacionales por la planificación de los banqueros, y por esa vía fue substituida la política democrática por la oligarquíaa financiera
La Comunidad Económica Europea que precedió a la actual Unión Europea fue creada por una generación de dirigentes, cuyo principal objetivo era poner fin a las interminable guerras intestinas que asolaron a Europa durante mil años. El objetivo de muchos de ellos era poner fin a los mismos Estados nacionales, en el supuesto de que son las naciones las que van a la guerra. Lo que comúnmente se esperaba era que la democracia económica batiría a la mentalidad monárquica y aristocrática, afanada en la gloria y la conquista. Internamente, la reforma económica depuraría a las economíaas europeas del legado de las pasadas conquistas feudales de territorio, y en general, de bienes comunales públicos. El objetivo era beneficiar al conjunto de la población europea. Tal era el programa reformista de la economía política clásica.
La integración europea comenzó por el comercio, la vía de menor resistencia: la Comunidad del Carbón y del Acero promovida por Robert Schuman en 1952, seguida, en 1957, por la Comunidad Económica Europea (CEE, el Mercado Común). La integración aduanera común y la Política Agrícola Común (PAC) fueron rematads con la integración financiera. Pero, a falta de un Parlamento continental real que legislara, fijara tipos impositivos, protegiera las condiciones de trabajo, defendiera a los consumidores y controlara los centros bancarios extraterritoriales, la planificación central pasa, por defecto, a manos de los banqueros y de las entidades financieras. Tal es la consecuencia de substituir a los estado nacionales por la planificación de los banqueros. Así fue substituida la política democrática por la oligarquía financiera.
Las finanzas como forma de guerra
Las finanzas son una forma de guerra. Como en la conquista militar, su objetivo es hacerse con el control de la tierra y de las infraestructuras públicas, e imponer tributos. Eso entraña dictar leyes a sus súbditos, y concentrar la planificación social y económica en manos centralizadas. Eso lo que se está haciendo ahora con medios financieros, sin el coste, para el agresor, de poner un ejército sobre el campo de batalla. Pero las economías bajo ataque pueden terminar tan profundamente devastadas por los rigores financieros como por las acometidas militares en punto a contracción demográfica, acortamiento de la media de vida, emigración y fuga de capitales.
El ataque no lo montan los Estados nacionales como tales, sino una clase financiera cosmopolita. Las finanzas han sido siempre cosmopolitas, más que nacionalistas, y siempre han buscado imponer sus prioridades y su poder legislador a las democracias parlamentarias.
Como la de cualquier monopolio o la del interés banderizo, la estrategia financiera busca bloquear el poder público regulador o fiscalizador. Desde la perspectiva financiera, la función ideal del Estado es robustecer y proteger al capital financiero y al “milagro del interés compuesto”, que hace que las fortunas sigan multiplicándose exponencialmente, más rápido de lo que la economía puede crecer, hasta que empieza a dar bocados en la substancia económica misma, haciendo a la economía lo mismo que los acreedores predatorios y los rentistas hicieron con el Imperio Romano.
Esa dinámica financiera es lo que amenaza con quebrar a la Europa de nuestros días. Pero la clase financiera ha ganado poder bastante como para invertir el tablero ideológico e insistir con cierto éxito en que lo que amenaza a la unidad Europa son las poblaciones nacionales que actúan resistiendo a las exigencias cosmopolitas del capital financiero para imponer políticas de austeridad a los trabajadores. Se pretende que deudas que ya se han convertido en impagables pasen a la contabilidad pública: sin necesidad de batalla militar alguna, huelga decirlo; al menos, los baños de sangre son cosa del pasado. Desde el punto de vista de las poblaciones irlandesa y griega (a las que tal vez no tarden en añadirse la portuguesa y la española), los gobiernos nacionales parlamentarios han de movilizarse para imponer los términos de una rendición incondicional a los planificadores financieros. Casi podría decirse que el ideal es reducir los parlamentos a regímenes títere locales al servicio de una clase financiera cosmopolita que se sirve del apalancamiento crediticio para despojar y hacerse con los restos del dominio público que acostumbraba a llamarse “bienes comunes”. Así pues, en resolución, estamos entrando en un mndo postmedieval de cercamientos: un nuevo Movimiento Cercador impulsado por una ley financiera abrogadora de la ley común y civil y depredadora del bien común.
Trichet dibuja el programa de un golpe de estado financiero contra la democracia europea
Dentro de Europa, el poder financiero se concentra en Alemania, Francia y Holanda. Sus bancos son los mayores tenedores de bonos públicos de Grecia, a la que ahora se exige imponer austeridad. Sus bancos son también los mayores tenedores de títulos de los bancos irlandeses, que ya fueron rescatados por los contribuyentes irlandeses.
El pasado jueves, 2 de junio 2011, el presidente del BCE, Jean-Claude Trichet dibujó el esquema adecuado para establecer el régimen de oligarquía financiera por toda Europa. De moco harto apropiado, anunció su plan luego de recibir el premio Carlomagno en Aquisgrán, Alemania, lo que simbólicamente expresaba que Europa se había unificado, no sobre el fundamento de la paz económica soñado por los arquitectos del Mercado Común en los años 50, sino sobre unos fundamentos oligárquicos diametralmente opuestos.
En el arranque mismo de su discurso (“Construir Europa, consruir instituciones”), Trichet alabó muy oportunamente al Consejo Europeo, dirigido por el señor Van Rompuy, y al Eurogrupo de los ministros de finanzas, dirigido por el señor Juncker, por haber proporcionado dirección e impulso desde lo más alto. Juntos, forman lo que la prensa popular europea llama la “troika” de acreedores. El discurso del señor Trichet se refirió al “ ‘triálogo’ entre el Parlamento, la Comisión y el Consejo”.
La tarea de Europa, explicó, era secundar a Erasmus en punto a llevar a Europa más allá de su “tradicional y estricto concepto de nacionalidad”. El problema de la deuda urgió a nuevas “medidas de política monetaria: las llamamos decisiones ‘no estándar’, estrictamente separadas de las decisiones ‘estándar’, y están orientadas a restaurar una mejor transmisión de nuestra política monetaria en las presentes conciones anormales de los mercados.” El problema entre manos es el de convertir esas condiciones en una nueva normalidad: la de pagar deudas y redefinir la solvencia para reflejar la capacidad de pago de una nación por la vía de poner en almoneda su dominio público.
“Los países que no han vivido atenidos a la letra o al espíritu de las reglas han experimentado dificultades”, observó Trichet. “Vía contagio, esas dificultades han terminado por afectar a otros países en la UME. Hacer más estrictas las reglas para prevenir políticas sin sentido es, así pues, una prioridad urgente”. Su uso del término “contagio” pinta como una enfermedad lo que no es sino el gobierno democrático y la protección de los deudores. Reminiscente del discurso de los Coroneles griegos con que empezaba la famosa película “Z”: combatir el izquierdismo como si se tratara de una peste agrícola a exterminar con el pesticida ideológico adecuado. El señor Trichet hacía suya la retórica de los coroneles. La tarea de los socialistas griegos es, evidentemente, hacer lo que los coroneles y sus sucesores conservadores no pudieron hacer: entregar el mundo del trabajo a contrarreformas económicas irreversibles.
“Hay medidas en curso que implican asistencia financiera bajo estrictas condiciones, plenamente en línea con la política del FMI. Soy consciente de que muchos observadores tienen reparos y se preguntan en qué parará esto. La línea que separa la solidaridad regional y la responsabilidad individual podría borrarse, si no se cumplieran estrictamente las condiciones puestas. En mi opinión, lo apropiado sería prever a medio plazo dos etapas para los países en dificultades. Eso, naturalmente, traería consigo un cambio del Tratado.
“En una primera etapa, está justificado suministrar aistencia financiera en el contexto de una fuerte programa de ajustes. Resulta apropiado dar a los países una oportunidad para corregir por sí mismos la situación y restaurar la estabilidad.
“Al mismo tiempo, esa asistencia está en el interés del conjunto del área euro, pues previene la difusión de las crisis, que podría causar daños a otros países.
“Es de la mayor importancia que se proceda al ajuste; que los países –gobierno y oposición— se unan en pos del esfuerzo requerido; y que los países contribuyentes supervisen con mucha atención el desarrollo del programa.
“Pero si un país todavía no está todavía allanado a eso, yo creo que todos estaremos de acuerdo en que la cosa es muy distinta. ¿Sería ir demasiado lejos que, en esta segunda etapa, ideáramos dar a las autoridades de la zona euro una capacidad de decisión mucho más profunda y autorizada en la formación de las políticas económicas del país, si éstas fueran por un camino desastroso? ¿Una influencia directa, muy por encima y mucho más allá de la pura supervisión reforzada del presente? [el énfasis con crsiva es mío, M.H.].”
El presidente del BCE dio entonces la premisa política clave de su programa de reformas (si es que se puede usar esa palabra para hablar de unas políticas que son precisamente lo contrario del programa reformista de la Ilustración europea):
“Podemos ver ante nuestros ojos que la pertenencia a la UE, y más todavía a la UME, introduce una nueva comprensión del modo de ejercer la soberanía. La interdependencia significa que los países, de facto, no tienen autoridad interna completa. Pueden experimentar crisis enteramente causadas por las absurdas políticas económicas de otros.
“Con un nuevo concepto de una segunda etapa podríamos cambiar drásticamente la presente gobernanza basada en la dialéctica de supervisión, recomendaciones y sanciones. Con el actual concepto, todas las decisiones quedan en manos del país concernido, aun si no se aplican las recomendaciones, aun si su actitud genera dificultades mayores a otros países miembros. Con el nuevo concepto, no sólo sería posible, sino en ciertos casos hasta obligado, que en una segunda etapa fueran las autoridades europeas –el Consejo, sobre la base de propuestas de la Comisión, junto con el BCE— las que tomaran directamente decisiones aplicables a la economía en cuestión.
“Una forma de imaginar eso es que las autoridades europeas tuvieran derecho de veto sobre algunas decisiones de política económica nacionales. En particular, eso podría incluir grandes gastos fiscales, así como elementos esenciales para la competitividad del país…”
Por “políticas económicas absurdas” entiende el señor Trichet la de negarse a pagar deudas: depreciarlas para adecuarlas a la capacidad de pago, sin poner en almoneda el propio territorio y privatizar monopolios del dominio público, negarse a substituir la democracia económica por el control de los banqueros. Hundiendo y retorciendo el cuchillo en la larga historia del idealismo europeo, Trichet presenta falsariamente su propuesta de golpe de estado financiero como si estuviera en el espíritu de Jean Monet, Robert Schuman y otros demócratas que promovieron la integración europea en la esperanza de crear un mundo más pacífico: un mndo que habría de ser más próspero y productivo, no un mndo basado en el despojo financiero de activos.
“Jean Monnet escribio hace 35 años en sus memorias: ‘Nadie puede decir hoy cuál será el marco institucional de la Europa del futuro a causa de la impredictibilidad de los cambios venideros que generarán los cambios presentes’.
“En esa Unión del mañana, o del pasado mañana, ¿sería demasiado osado vislumbrar, en el campo económico, con un mercado único, una sóla moneda y un único banco central, un ministerio de finanzas de la Unión? No necesariamente un ministerio de finanzas que administre un gran presupuesto federal. Pero un ministerio de finanzas que ejerza responsabilidades directas en al menos tres dominios: primero, la supervisión tanto de las políticas fiscales como de las de competitividad, así como las responsabilidades directas antes mencionadas en lo concerniente a países en la ‘segunda etapa’ dentro del área euro; segundo, todas las responsabilidades típicas de las ramas ejecutivas en lo concerniente al sector financiero integrado de la unión, así como en lo tocante al acompañamiento de la plena integración de los servicios financieros; y tercero, la representación de la confederación de la unión en instituciones financieras interacionales.
“Husserl concluía su conferencia de una manera visionaria: ‘La crisis existencial de Europa sólo puede terminar de dos formas: con su dimisión (…) precipitándose en un espíritu de odio y en la barbarie; o en su renacimiento a partir del espíritu de la filosofía, a través de un heroísmo de la razón (…).”
Como observó mi amigo Marshall Auberback a propósito de este discurso, su mensaje resulta lo bastante familiar como descripción de lo que está ocurriendo en los EEUU: “Es la respuesta del Partido Republicano en Michigan. Tomad el control de las ciudades en crisis gobernadas por minorías desfavorecidas, sacad del poder a sus gobiernos democráticamente electos y serviros de poderes extraordinarios para imponer austeridad”. En otras palabras: ningún margen de actuación en la Unión Europea para alguna agencia como la propuesta por Elizabeth Warren en los EEUU. No es ése el tipo de integración idealista al que aspira Trichet y el BCE. A lo que conduce es a los créditos de pantalla con que se cierra la película “Z”: Las cosas prohibidas por la Junta de Coroneles incluyen: “movemientos pacifistas , huelgas, sindicatos obreros, pelo largo en los hombres, The Beatles, música moderna y popular, (‘la musique populaire’), Sophocles, León Tolstoy,Eschylo, escribir que Sócrates era homosexual, Eugène Ionesco, Jean-Paul Sartre, Anton Chekhov, Harold Pinter, Edward Albee, Mark Twain, Samuel Beckett, la bar association,sociología, Enciclopedias internacionales, prensa libre y nueva matemática . También quedaba prohibida la letra Z, usada como símbolo para recordar que Grigoris Lambrakis y su espíritu de resistencia viven (zi = ‘él (Lambrakis) vive’).”
En el cuidadoso resumen que del discurso de Trichet hizo el Wall Street Journal: “si un país rescatado no se allana al programa de ajuste fiscal, entonces podría exigirse una ‘segunda etapa’, que posiblmente entrañaría ‘dar a las autoridades de la eurozona ‘una capacidad de decisión mucho más profunda y autorizada en la formación de las políticas económicas del país…’.” Las autoridades de la eurozona –singularmente, sus instituciones financieras, no las instituciones democráticas orientadas a la protección de los trabajadores y de los consumidores, a la elevación de los niveles de vida, etc.— “podrían llegar a tener, bajo tal régimen, ‘derecho de veto sobre ciertas decisiones de política económica’. En particular, podría vetar ‘grandes gastos fiscales y elementos esenciales para la competitividad del país’.”
Citando el lúgubre interrogante de Trichet –“en esta unión del mañana … ¿sería demasiado osado, en el campo económico, imaginar un ministerio de finanzas para la unión?”—, el artículo observaba que “un ministerio así, no necesariamente dispondría de un gran presupuesto federal, pero se implicaría en la supervisión y en la presentación de vetos, y representaría al bloque monetario en las instituciones financieras internacionales”.
De acuerdo con mis propios recuerdos, el idealismo socialistas luego de la II Guerra Mundial estaba harto en todo el mundo de ver los estados nacionales como instrumentos bélicos. Esta ideologíaa pacifista eclipsó a la ideologíaa socialista originaria de fines del siglo XIX, que buscaba reformar los Estados para sacar el poder legislativo, el poder fiscal, y aun la misma propiedad, de las manos de las clases que los venían detentando desde que las invasiones vikingas establecieron en Europa el privilegio feudal, la tenencia absentista de tierras y el control financiero de los monopolios comerciales, y luego, y de modo creciente, el privilegio bancario de la creación de moneda.
Elllo es que, como observaba recientemente mi colega de la Universidad de Missouri en Kansas, el profesor William Black, en el blog económico de la UMKC: “Una de las grandes paradojas es que los gobiernos de la periferia, generalmente orientados al centroizquierda, adoptaran tan entusiásticamente las recetas ultraderechistas aferradas a la idea de que la austeridad es una respuesta apropiada a una gran recesión… Porqué partidos orientados a la izquierda abrazan recomendaciones de economistas de ultraderecha, cuyos dogmas antirregulatorios contribuyeron a causar la crisis, es uno de los grades misterios de la vida. Sus políticas son autodestructivas económicamente y suicidas políticamente.”
Grecia e Irlanda se han convertido en la piedra de toque para saber si las economías serán sacrificadas en aras a pagar unas deudas que no pueden ser pagadas. Lo que amaga en el horizonte es un interregno en el que el camino hacia la quiebra y la austeridad permanente traerá consigo el creciente despojo de tierras y empresas públicas substraídas al dominio común, el ceciente desvío de más y más ingresos de los consumidores para pagar el servicio de la deuda, el aumento de los impuestos para que los gobiernos paguen a los tenedores de bonos y una creciente proporción de los ingresos empresariales destinada a pagar a los banqueros.
Si esto no es guerra, ¿qué es?
Michael Hudson es ex economista de Wall Street especializado en balanza de pagos y bienes inmobiliarios en el Chase Manhattan Bank (ahora JPMorgan Chase & Co.), Arthur Anderson y después en el Hudson Institute. En 1990 colaboró en el establecimiento del primer fondo soberano de deuda del mundo para Scudder Stevens & Clark. El Dr. Hudson fue asesor económico en jefe de Dennis Kucinich en la reciente campaña primaria presidencial demócrata y ha asesorado a los gobiernos de los EEUU, Canadá, México y Letonia, así como al Instituto de Naciones Unidas para la Formación y la Investigación. Distinguido profesor investigador en la Universidad de Missouri de la ciudad de Kansas, es autor de numerosos libros, entre ellos Super Imperialism: The Economic Strategy of American Empire.
Traducción para www.sinpermiso.info: Mínima Estrella
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