Nadie sabe cuántas son, pero las víctimas de la OTAN son las grandes olvidadas del conflicto libio. Personas como Ali El Garari, que perdió a seis miembros de su familia después de que la OTAN redujese a escombros su domicilio en Trípoli, contradicen la precisión de esta operación «quirúrgica»...
Alberto Pradilla | Gara
Nadie sabe cuántas son, pero las víctimas de la OTAN son las grandes olvidadas del conflicto libio. Personas como Ali El Garari, que perdió a seis miembros de su familia después de que la OTAN redujese a escombros su domicilio en Trípoli, contradicen la precisión de esta operación «quirúrgica».
Alberto PRADILLA
Ali El Garari, de 70 años, no está incluido en la lista oficial de mártires de la revuelta libia. Perdió a seis familiares y su vivienda ha sido arrasada. Pero hay algo que le diferencia de otras víctimas: no murieron combatiendo a las fuerzas de Muamar Gadafi, sino que la OTAN acabó con su vida en un bombardeo calificado después como «un error».
Según los vecinos, el objetivo era un apartamento usado por Saif Al Islam, hijo del coronel. Pero terminó sepultando a los El Garari y a una persona que pasaba por allí. En la calle Arad Zentlk, en el barrio de Harada, desconocen dónde se ha refugiado el anciano. Dejó atrás su vivienda de tres pisos destrozada y seis tumbas que visitar. A cambio, un perdón genérico emitido por un portavoz occidental que nunca sabrá que Ali existe, y un coche nuevo que le regaló el régimen como compensación por las pérdidas.
Las víctimas de los aliados, que bombardean Libia desde hace seis meses, constituyen el gran olvido de este conflicto. Ni siquiera se sabe cuántas son. Pero con los rebeldes en el poder gracias a los militares occidentales, resulta difícil reivindicar una memoria que pone en cuestión eso que los mandos definieron como «intervención quirúrgica».
«Nadie sabe dónde está», señala Abdulbaser Richi, de 30 años, que reside frente a esa casa reducida a escombros donde pasó su vida la familia Garari. Según relata este joven taxista, la bomba cayó hace aproximadamente tres meses, aunque no recuerda el día exacto. Era medianoche y Richi se encontraba en su domicilio junto a sus padres y sus 9 hermanos. De repente, una explosión reventó este barrio humilde formado por viviendas modestas y que ni siquiera tiene asfaltados los caminos secundarios. «Estaba todo en llamas, la casa se había venido abajo y había 5 coches destrozados y ardiendo», rememora. En medio del caos, su hermana, embarazada, sufrió una crisis. Tuvieron que trasladarla al hospital debido al shock. Por suerte, pudo dar a luz sin complicaciones.
Fares y Karima el Garari son los dos únicos nombres que aciertan a recordar sus propios vecinos. Con ellos, murieron otros cuatro familiares que también se encontraban en el interior del domicilio cuando cayó el misil. En la calle donde perdieron la vida, sólo hay memoria para asegurar que alguno de ellos era palestino y se encontraba de visita. Además de los El Garari, un hombre que pasaba caminando por allí se convirtió en el séptimo cadáver que dejó el bombardeo. Sólo Ali sobrevivió. Los cuerpos de sus familiares fueron enterrados en el cementerio Suhada Ashut, un camposanto que mira hacia el Mediterráneo y que se ubica en el barrio de Souq Al Jummah, en el suroeste de Trípoli.
Allí, las lápidas de los combatientes rebeldes comparten espacio con las fuerzas leales a Gadafi caídas en la batalla y con civiles que, como la familia Al Garari, pasan a formar parte de esa larga lista que los militares occidentales definieron como «daños colaterales».
Abdulbaser Richi tuvo más suerte. Ninguno de los 12 miembros de su familia sufrió ningún rasguño. Aunque la fachada de su casa quedó hecha pedazos. «Estamos pensando en cambiar de vivienda», reconoce. Tampoco nadie se ha dirigido a él. Le hubiese gustado recibir una disculpa o un gesto de buena voluntad. Pero, al igual que Ali, tuvo que contentarse con el oficial de la OTAN que apareció en televisión reconociendo que ellos no eran su objetivo. Tampoco el Consejo Nacional de Transición (CNT), aliados de los occidentales, se han dirigido a las víctimas del bombardeo. Como ocurrió alrededor del mes de junio, Gadafi todavía ejercía la autoridad en Trípoli. Fue su gobierno el que regaló un coche nuevo a todos los que habían visto su propio vehículo reducido a chatarra y ceniza.
«Fue un error, la OTAN buscaba a Saif Al Islam pero le dio a otra casa», asegura Hisham, un tripolitano que reside en la calle paralela y que insiste en que las víctimas «eran gente normal, que no apoyaba a Gadafi».
La vivienda, un apartamento ubicado junto a la casa de los El Garari, está ahora desierta y varios vecinos curiosean en su interior. Probablemente, esperan encontrar algo útil que llevarse a sus domicilios.
En la Trípoli controlada por los rebeldes es difícil que alguien exhiba su lealtad al coronel. Apenas se escuchan críticas hacia los bombardeos o los militares que los dirigen. Ni siquiera sus víctimas se atreven a poner en cuestión la legitimidad de los aliados para atacar su país.
«La OTAN solo pidió perdón por el error». Es lo único que acierta a expresar Abdulbaseer Richi. En otros barrios en los que las bombas aliadas no causaron víctimas, se llega incluso a aplaudir la intervención extranjera. «Cuando escuchábamos los aviones gritábamos `Allah Uakbar', porque sabíamos que nos protegían», asegura Firas, que reside en el barrio de Gorji, a menos de un kilómetro de Bab Al Aziziyah, el complejo presidencial de Gadafi que se convirtió en uno de los objetivos prioritarios para los cazas de la OTAN.
No todos sus vecinos comparten esta opinión. «Parecía que las bombas cayesen en casa. Pasamos mucho miedo», asegura Sami Barhuni, que reside también al otro lado de la autopista que separa Gorji de Bab Al Aziziyah.
Barhumi denuncia que nunca se advirtió del peligro que corrían. Aunque Trípoli todavía está repleto de panfletos en árabe lanzados por los aviones que surcan insistentemente su cielo.
«No contáis con tanto poder militar como la OTAN. Deponed las armas o acabaremos con vosotros» o «quien mata a un libio está destruyendo Libia» eran algunos de estos mensajes, que aterrizaban con el sello de la Alianza Atlántica.
Culpar a Gadafi de bombardeos de la OTAN se ha convertido en uno de los argumentos de los seguidores de los insurgentes. «No existe ese tipo de víctimas, eso es una mentira del régimen», aseguraban ayer mismo varios hombres sentados en un café junto a la plaza de los Mártires. La rumorología, muy activa en esta guerra, terminó provocando que los vecinos que sufrieron los bombardeos llegasen a responsabilizar al coronel. Aunque no hace falta más que comprobar los destrozos para cerciorarse de que la destrucción de la casa de los El Garari tiene el sello de los aliados.
Trípoli ya está bajo control rebelde. Así que las bombas occidentales se centran ahora en otras villas como Sirte o Beni Walid. Allí, otras familias pasan las noches rezando para que su vivienda no termine reducida a escombros ni alguno de sus miembros sufra las penurias que habrá padecido Ali El Garari.
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