martes, 21 de febrero de 2012

La derecha y el imperio ya tienen candidato en Venezuela



Henrique Capriles Radonski es, oficialmente, el candidato de la oposición para hacer frente a Hugo Chávez en las elecciones presidenciales de octubre. El autor del análisis se adentra en su figura y en su aparente «cambio» de discurso para arañar votos.
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Luismi UHARTE | Sociólogo
Dentro de esta estrategia, además de popularizar globalmente al candidato de la derecha y del capital transnacional, se realizó una operación de maquillaje y marketing comunicacional agresivo: travestir ideológicamente a Henrique Capriles Radonski, convirtiéndolo de la noche a la mañana en un político «progresista». Los informativos de diferentes cadenas lo caracterizaron como «progresista», político de «centro-izquierda» y «admirador de Lula». De esta manera, la mentira global ya está construida y solo habrá que repetirla incansablemente.
Pero lo realmente relevante es el perfil que se ha ido construyendo el propio Capriles en los dos o tres últimos años. De la defensa de postulados netamente neoliberales ha pasado a asegurar que su «modelo es el de Lula». El discurso pronunciado tras su victoria, entre un grupo selecto de la elite caraqueña en una de las urbanizaciones de lujo de la capital, es paradigmático en este sentido: se autodefinió como «progresista».
Este giro en la narrativa de la derecha se ha producido por una razón fundamental: la victoria ideológica, en términos de conciencia colectiva, de un proyecto de transformación de carácter popular, inclusivo, redistributivo, antineoliberal, participativo y comunitario.
Reivindicar el liberalismo y la derecha es hoy día en este país un ejercicio de imbecilidad estratégica si se pretenden ganar unas elecciones. Por eso triunfó Capriles en las primarias (1,8 millones de votos), frente al perfil ultra de María Corina Machado (poco más de 100.000), a quien nadie olvidará sentada junto a George Bush en la Casa Blanca, uno años atrás. Por eso también derrotó a su más directo contrincante, Pablo Pérez (867.000 sufragios), representante de la vieja partidocracia cuartorrepublicana de AD y COPEI. Capriles aparece como el muchacho joven, «moderado» y con «ideas frescas» que pretende tumbar a Chávez.
Su habilidad para no criticar constantemente a Chávez (con una importante popularidad según las encuestas: entre el 55% y el 60%), y, sobre todo, su promesa de que mantendrá los exitosos programas sociales del Gobierno, evidencian su apuesta por un perfil «centrista» y corroboran la derrota del relato de corte neoliberal y proimperial.
¿Pero quién es, realmente, Henrique Capriles Radonski? Para empezar un individuo muy alejado de posturas «progresistas» o de «centro-izquierda». En segunda instancia, un muchacho proveniente de una familia judía, burguesa y propietaria de empresas importantes en el país, tanto en la rama de los medios de comunicación (la poderosa corporación mediática Cadena Capriles) como en la industria del entretenimiento y en el sector inmobiliario.
En su juventud, fue además miembro de un grupo ultracatólico y de extrema derecha denominado Tradición, Familia y Propiedad. Sus primeros pinitos políticos los hizo en la derecha tradicional venezolana, en COPEI, cuando fue elegido diputado al extinto Congreso Nacional en las elecciones de 1998, que ganó Chávez por primera vez. Consciente de que el bipartidismo no tenía futuro, fundó en 2000 junto a otro ultra (Leopoldo López) el partido Primero Justicia, un proyecto que pretendía sustituir a la partidocracia y representar al capital nacional e internacional, pero proyectando una imagen de derecha moderna y avanzada. La financiación de la CIA a través de la National Endowment for Democracy y el apoyo de sectores empresariales no fue suficiente para convertir a este nuevo partido en el referente de la oposición anti-Chávez.
En el golpe de Estado de abril de 2002, Capriles Radonski se destacó no solo por su apoyo expreso a la asonada militar-empresarial, sino también por su participación activa como dirigente de la agresión contra la Embajada de Cuba en Caracas. Su perfil anticomunista quedó descubierto en el intento violento de tomar la delegación diplomática cubana. La imagen del actual candidato junto a militantes de extrema derecha intentando cortar la luz y amenazando con privar de alimentos a las personas que se cobijaban en su interior, lo retrató descarnadamente. Aquel «se van a tener que comer las alfombras», pronunciado por uno de sus correligionarios ante las cámaras, quedó para la posteridad.
En el contexto del golpe, Capriles fue también cómplice del secuestro-detención del ministro de Interior y Justicia Ramón Rodríguez Chacín y del allanamiento ilegal contra su vivienda. Ahora, una década después, lo camuflan de «progresista» para que sea un candidato más digerible para un porcentaje de población, nada desdeñable, que se ubica en la franja de los denominados Ni-Ni (Ni Chavista - Ni de oposición).
En términos de carisma político y visión estratégica, Capriles está a años luz del experimentado presidente Chávez. Su baza fundamental, más allá de la mayor o menor eficacia de su operación de imagen, será confiar en que el chavismo cometa algún error importante en estos meses que restan hasta la cita de octubre y que el mayor riesgo del bolivarianismo se repita: el aumento de la abstención por el descontento o el cansancio.
La mayoría de las encuestas dan a día de hoy a Chávez como ganador de las presidenciales, pero la fiabilidad de estas, en los 3 o 4 últimos años es muy limitada, ya que se ha comprobado que hay un porcentaje de voto opositor que suele quedar oculto. Aún queda mucho tiempo para hacer un pronóstico sólido y para saber si, finalmente, las y los venezolanos terminarán «comiéndose las alfombras» o renovando su apoyo a la Revolución Bolivariana y a su proyecto de cambio nacional-popular.

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