AVN.- El desconcertante anuncio que hizo el presidente colombiano, Juan Manuel Santos, de que en semanas su país suscribirá un acuerdo de cooperación con la Organización del Tratado del Atlántico Norte convierten a Colombia en la primera nación de América Latina y El Caribe en manifestar su voluntad de incorporarse formalmente a las actividades de la alianza militar más poderosa del mundo, responsable de las invasiones a Afganistán, Irak y Libia.
Aunque el esquema ha venido aclarándose con los días, lo que firmará Colombia, en principio, es un acuerdo de intercambio de información privilegiada con esta alianza militar que supondrá, en el tiempo, nuevas posibilidades de cooperación como la de las acciones operativas conjuntas.
El esquema de “socio” de la Otan ha sido la fórmula para que la alianza de Estados Unidos y las potencias occidentales incrementen en el siglo XXI el control y la presencia militar en todos los continentes, al punto de que hoy la organización cuenta con 28 miembros, unos 50 socios y aspira, en los próximos años, a expandir la sociedad a unos 140 países.
Los grados de compromiso varían de lo estratégico a lo operativo, pero al evaluar las características de los socios en Asia puede decirse que la Otan firma acuerdos para alcanzar, según ellos, cuatro objetivos fundamentales: mantener la paz, realizar operativos humanitarios en casos de desastres naturales, mantener la seguridad marítima y participar en planes de defensa conjunta y lucha antiterrorista.
Para velar por estos objetivos, el esquema implica la realización de ejercicios militares conjuntos (aéreos y marítimos), el establecimiento de bases militares permanentes en el territorio del socio, intercambio privilegiado de información, traslado de tropas a otros escenarios de guerra o conflicto internacional y en general un aumento del gasto militar de los países suscribientes.
El modelo usado por la Otan en Afganistán, donde han participado unos 50 países en la invasión y en la “reconstrucción” del país -ensayado también en Irak y Libia- hacen pensar que el esquema de sociedad sirve para garantizar el uso de tropas sin que Estados Unidos y las potencias aliadas se sacrifiquen directamente sobre el terreno.
He aquí el vuelco que ha dado la Otan desde que nació, en 1949, hasta su nueva modalidad de fuerza militar multinacional y omnipresente que busca penetrar a la región latinoamericana, en particular a Suramérica.
El origen de la historia
La Organización del Tratado de Atlántico Norte (Otan) ha cambiado mucho desde que se formó el 4 de abril de 1949, en la ciudad de Washington, con la participación de 10 naciones europeas, Estados Unidos y Canadá.
Creada con el espíritu de la defensa mutua entre socios, la Otan en la práctica se desplegó en todo el planeta (a través de pactos regionales que le permitieron intervenir en Asia, el Medio Oriente y Africa) para neutralizar la expansión del comunismo, al punto que terminó convirtiéndose en el gran brazo armado de Occidente durante la llamada Guerra Fría.
El poderoso arsenal nuclear que creció al cobijo de las potencias occidentales (Estados Unidos, Inglaterra y Francia a la cabeza) la hizo convertirse en el gran poder militar del mundo y lentamente fue expandiéndose, con distintas afiliaciones, a casi toda la Europa Occidental.
Aún se recuerda la polémica que causó el ingreso en 1982 de la España “socialista” en el Tratado del Atlántico Norte, un paso que alineó definitivamente al Partido Socialista Obrero Español a los principios básicos de acción de esta organización, es decir, lo hizo dependiente de la defensa internacional de la democracia, los derechos humanos y el respeto a la ley, según los parámetros e intereses impuestos por Estados Unidos y las principales potencias de la organización (que son las que toman las verdaderas decisiones dentro de la Otan).
Después de la caída del comunismo y la desintegración de la Unión Soviética, a principios de los años 90, la Otan se reestructura con miras a identificar y construir otro “enemigo”, por eso desplaza todas sus energías para conseguir nuevos parámetros que garanticen la “seguridad y estabilidad” de las grandes potencias occidentales.
Su intervención en la guerra de Yugoslavia, en 1996, inauguró los llamados bombardeos por “razones humanitarias”, que convirtieron a la Otan en un nuevo actor global, con capacidad para intervenir en conflictos internos y guerras entre países, sin la aprobación previa de la ONU, siempre en nombre de la “democracia y los derechos humanos universales”.
En 1999 la organización inició una estrategia agresiva de afiliación con la incorporación de países como Hungría, Polonia y la República Checa, lo que inauguró una nueva era de expansión hacia la Europa oriental, en un intento por maniatar a Rusia (el proyecto del escudo antimisiles se inserta en esta estrategia) y erradicar definitivamente el fantasma del comunismo en las ex repúblicas soviéticas.
Al cerrar el siglo XX, la Otan era una organización de 28 miembros (comenzó con 12 en 1949), anunciando de esta manera la tendencia de lo que algunos internacionalistas han llamado la “otanización del mundo”, es decir, la presencia militar cada vez más creciente de esta organización en todas las regiones del planeta.
El siglo XXI y la política de socios
Con el ataque a las Torres Gemelas, en septiembre de 2001, Estados Unidos y sus aliados definen el nuevo enemigo global en el siglo XXI: el terrorismo. En nombre del terrorismo se ensaya en Afganistán un nuevo rol de la Otan como brazo armado multinacional para intervenir militarmente en países acusados o señalados, por esta misma organización, de ser una “amenaza a la seguridad global”.
La Otan desarrolla sobre el terreno afgano, a partir de 2003, un modelo de acción militar llamado Fuerza Internacional para la Seguridad (IZAF, siglas en inglés) a través del cual no sólo participan en la operación sus miembros tradicionales sino otros ejércitos de diversas naciones del mundo, al punto que en los últimos diez años han participado unos 50 países, muchos de ellos, hoy “socios” especiales de la organización.
Estos socios son esencialmente “naciones aportadoras de tropa” que además cumplen tareas de “reconstrucción” en el país (con potenciales negocios para todos). En Afganistán se mantienen actualmente 15 de estos socios: Armenia, Australia, Azerbayán, Bahrein, Georgia, Japón, Jordania, Kazajistán, Malasia, Mongolia, Nueva Zelanda, Singapur, Corea del Sur, Tonga, Turquía y Emiratos Árabes.
Afganistán, como dice Rick Rozoff, fundador de la organización contra la militarización del mundo Stop-Nato, ha sido un laboratorio privilegiado para unificar los intereses de Occidente y Oriente y solidificar con ello el dominio de la Otan en esta región clave de la geopolítica mundial. De esta manera, Estados Unidos y sus potencias aliadas, a través de “asociaciones pragmáticas, eficaces y flexibles” con otros países, mantiene su presencia y control militar en diferentes terrenos, conflictos y áreas estratégicas, sin necesidad de exponerse directamente.
La ampliación de los aliados con esta condición de “socios” le ha permitido a Estados Unidos y a las potencias occidentales avanzar en sus dominios, sin necesidad de “democratizar” o “pluralizar” sus intereses dentro de la organización.
Socios estratégicos y operativos
En la primera década del siglo XXI, la Otan logró consolidar socios en el norte de África, en el Golfo Pérsico y el Mar Báltico (Georgia) que han repotenciado su poder e influencia, de acuerdo a lo que Michito Tsuruoka, miembro del Instituto Nacional de Estudios de la Defensa de Japón, denomina los objetivos “estratégicos, institucionales, operativos y de interpoblación” de la organización.
Un modelo que le ha servido desde noviembre de 2010 para establecer una política agresiva de asociación en el sur del Pacífico, que le ha permitido a la Otan ganarse el apoyo de países como Australia, Nueva Zelanda, Singapur, Corea del Sur, Japón, Filipinas y prácticamente la decena de países que integran la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático-Asean (salvo China), con las que realiza periódicos ejercicios militares, mantiene bases permanentes en sus territorios e intercambia información privilegiada sobre los potenciales enemigos de Estados Unidos y sus aliados en la organización.
Si en los 90 la Otan intentó aislar a Rusia ganando socios permanentes en Europa oriental, en el siglo XXI los intereses se han centrado en limitar a China, la gran potencia emergente del sudeste asiático, con sociedades flexibles y eficaces. Ya lo decía en abril de 2011 el Secretario General de la organización, el danés Anders Rasmussen: “Estamos dispuestos a desarrollar el diálogo político y la cooperación práctica con cualquier nación y con las organizaciones relevantes de todo el mundo que compartan nuestros intereses”.
Tsuruoka dice que las sociedades en el Pacífico alrededor de China se han establecido para alcanzar cuatro objetivos político-militares: mantener la paz, realizar operativos humanitarios en casos de desastres naturales, mantener la seguridad marítima y participar en planes de defensa conjunta y lucha antiterrorista.
La premisa para ser socio de la Otan es en apariencia básica: “ser una nación pacífica, responsable y que contribuya a la seguridad global”, el problema viene cuando estas tres virtudes deben coincidir con los intereses geopolíticos de Estados Unidos.
Los acuerdos que se suelen establecer privilegian lo estratégico, como en el caso de Japón y Corea del Sur (lo que prevalece es elaborar planes militares conjuntos para mantener la estabilidad en el sudeste asiático) o los acuerdos operacionales como los suscritos con países como Australia, Nueva Zelanda y Singapur, donde lo importante es que los ejércitos participen en operaciones militares de la Otan para mejorar su capacidad operativa, su formación profesional y la experiencia bélica, a cambio de intercambio privilegiado de información.
La guerra como pulmón del capitalismo
El modelo de socios que comparten intereses, aplicado en Afganistán, fue ensayado posteriormente en Irak en 2003, en Libia en 2011 y ahora se quiere probar en naciones como Siria e Irán. Con más de 50 socios en este momento, según Rozoff (ninguno en América Latina y El Caribe hasta el anuncio de Colombia), los arquitectos de la Otan esperan hacerla llegar, en los próximos años, a unos 140 socios, lo que la convertiría en una fuerza militar descomunal y omnipresente, sin contrapreso en todo el planeta.
Lo que está claro en esta “otanización” del mundo es el carácter económico que la fórmula tiene. Para hacerse una idea, mientras Estados Unidos y Europa entraron en su crisis financiera, que provocó inhumanos recortes en las políticas sociales de estos países a partir de 2008, el presupuesto militar no sólo se ha mantenido sino que se ha incrementado en algunos casos.
En el más reciente informe del Instituto Internacional Sipri, con sede en Suecia, se dice que Estados Unidos aporta 33% del gasto militar del planeta, estimado en 1,75 billones de dólares al año. De ese monto, la Otan consume 1 billón de dolares, el 57% del gasto militar mundial.
Estas cifras lo que indican es que la industria militar es el gran pulmón del capitalismo en el siglo XXI y Estados Unidos el principal beneficiario de este esquema, no sólo porque es el gran productor de armamentos y tecnología militar, sino además porque presiona a los socios de la Otan para que compren su armamento y dediquen mayor presupuesto al gasto militar.
Nada más en el 2012 el gasto militar en Europa Oriental aumento 15%, en el Medio Oriente 8% y en África 7,8%, según el Sipri. Italia, uno de los países que más ha sufrido el efecto de los recortes sociales, invirtió en gasto militar 34.000 millones de dólares en 2012.
La Otan, por tanto, no sólo busca controlar el mundo militarmente, sino además la guerra se ha convertido en el negocio más lucrativo con el que están sobreviviendo las grandes potencias, empezando por Estados Unidos, aquejadas hoy por la fuerte crisis financiera.
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