viernes, 8 de noviembre de 2013

Dos investigaciones periodísticas lo revelan: ALLENDE NO SE SUICIDO…

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LIDIA BALTRA – En medio de las conmemoraciones de las cuadro décadas del golpe militar, los chilenos hemos sido confrontados dos veces en la misma dirección: considerar que hace 40 años, un 11 de septiembre, el Presidente Salvador Allende no se suicidó, sino que habría muerto en combate, alcanzado por las balas de los soldados que atacaron La Moneda.

Es la tesis que se repite en dos libros aparecidos últimamente: el de la periodista Maura Brescia “Salvador Allende. Mi carne es bronce para la historia. La verdad de su muerte.” (Momentum/Mare Nostrum, Santiago 2013) y el otro, del periodista Francisco Marín y el médico forense Luis Ravanal, “Yo no me rendiré” (Ceibo, Santiago, 2013), ambos comentados positivamente por los abogados Nelson Caucoto, Roberto Celedón y Matías Coll del Río.

Estos últimos días se ha hecho un relanzamiento de ambos en la Feria del Libro (FILSA), lo que lo trae nuevamente a la actualidad.

Los libros desmenuzan los hechos que rodearon la muerte del Presidente mártir y ambos reconocen en primer lugar que, suicidio o no, los militares golpistas son los responsables de  quien, muy  a su pesar,  ha pasado a la Historia como héroe y mártir, uno de los gobernantes más valientes y dignos de la Historia.
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INCONSISTENCIAS DE UN MONTAJE
La Junta de Gobierno decretó el suicidio el mismo 11 de septiembre de 1973, afirmación hasta ahora aceptada, dada la aprobación de la familia. Con la mayor objetividad que da el tiempo, las investigaciones periodísticas y técnicas recién publicadas describen y enumeran la serie de contradicciones e inconsistencias que la han avalado.

La más importante: en los restos óseos del cráneo hubo dos perforaciones, producto de dos disparos de recorridos distintos e incompatibles. Sostienen que el disparo con el fusil ametralladora desde el mentón hacia arriba se activó para destruir el cráneo y ocultar el segundo orificio en medio del cráneo,  realizado con otra arma en dirección  horizontal.

Los soldados golpistas que atacaron La Moneda tuvieron todo el tiempo necesario para realizar el montaje del suicidio. Quisieron eliminar así la posibilidad de que Allende se convirtiera en el héroe universal que es. El cadáver fue movido a su antojo, trasladado de un salón a otro, sentado grotescamente en un sofá con la metralleta acostada sobre las piernas en unos croquis o parada sobre el suelo y entre las piernas, apuntando hacia su mentón en otras.

Falso sería también, según estos nuevos textos, que el arma con que se habría dado muerte fuera el fusil ametralladora AK-47 que le regalara Fidel Castro. Este nunca salió de su casa del Cañaveral hasta el día 11, en que su secretaria Myria (Paya) Contreras lo tomó para llevárselo a La Moneda, lo que no logró. Fue requisada por los carabineros que los detuvieron –a ella y a su hijo Enrique Ropert- frente a la Intendencia. El cadáver del joven apareció días después en las aguas del Mapocho. Del fusil regalo de Fidel Castro nunca más se supo.

Luego, el hecho de que no hubiera sangre en la vestimenta con que el cadáver aparece en las primeras fotos, ni en la descripción de la ropa interior. Tampoco coinciden las características de esa vestimenta que el Presidente llevaba ese día.

Los datos corresponden al informe de los médicos que realizaron la autopsia, que no se hizo en el Instituto Médico Legal sino en el Hospital Militar, y sin la participación de ningún médico forense.

Según Brescia, los golpistas asesinos se habrían aprovechado del estado de shock de uno de los médicos de La Moneda, para fabricar un testigo presencial del suicidio: un amedrentado Dr . Patricio Guijón Klein, quien no era de la absoluta confianza del Presidente ni de los partidos que lo apoyaban.
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LA BALA ASESINA
La periodista desmiente la versión oficial  afirmando en su investigación que fue el teniente René Riveros Valderrama quien mató al Presidente con el disparo que le atravesó horizontalmente el cráneo. Por desgracia, esta prueba ya no existe al desaparecer el hueso craneano donde estaba el orificio de salida de esa bala.

En suma, hay muchas razones técnicas y de lógica básica en los elementos que tejieron esta trama y que hoy permiten descartar la tesis del suicidio. Pero lamentablemente, tampoco existen las pruebas para comprobar que Salvador Allende Gossens murió combatiendo, salvo la descripción de sus manos teñidas de pólvora.

No es la primera vez que las circunstancias de su muerte se ponen en duda. Los abogados Roberto Celedón y Matías Coll del Río solicitaron en 2008 la opinión del Dr. Luis Ravanal (co-autor de uno de los libros), Máster en Medicina Forense. El juez Mario Carroza fue designado para investigar esta causa en 2011, ante la denuncia de la fiscal Beatriz Pedrals, pero la falta de la documentación original mínima para acreditar los hechos, así como los destrozos en los restos exhumados del Presidente Allende, impidieron terminar el proceso. La causa fue sobreseída en diciembre de 2012 y ratificada en fallo dividido en junio de este año, ante la imposibilidad de innovar.

Muchos consideramos vital seguir buscando la verdad en este mítico caso, porque  aun cuando su resultado no altere el alto estatus moral ya alcanzado por el Presidente Allende, acaso pudiera develar una mentira más o el gran engaño de la dictadura a los chilenos.

Por eso  se agradece los datos que nos entregan estos libros para desechar el montaje del suicidio y tener la opción al menos de abrigar la tesis de la muerte en combate, como el Presidente-mártir  hubiera elegido.

*) Lidia Baltra, periodista y escritora chilena.

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