No deja de asombrarme la conducta humana, esa sucesión de pautas que, a pesar de dar la impresión de ser originales en cada persona, no son más que repeticiones de una pauta colectiva, muy pobre, autómata, alienada. Continúa impactando en mí el modo en el que, vayamos donde vayamos, un microcosmos se reproduce y las acciones de unos y otros, no importa la identidad que tengan, son calcos que rozan, a poco que la situación empiece a complicarse, lo miserable.
Digo esto porque parece claro que tenemos una especie de ADN como colectivo. Nosotros, y los nosotros y los ellos de cualquier rincón de este desesperanzado planeta, tenemos genes en común que nos hacen igual de cobardes, de imperfectos y, en el caso de los políticos, igual de corruptos y miserables. Entre los segmentos de ese ADN, nuestros genes colectivos como masa, está el gen de la hipocresía, un gen resistente a cualquier mutación.
Infectados de una hipocresía recidiva, políticos falsos, corruptos y patrocinadores de genocidios y muerte, se disponen a ocupar la fila del poder en la celebración de los actos del funeral de un hombre que, paradójicamente, se resistió a ejercer de hipócrita oficial y reaccionó con la lucha ante el empeño del blanco prepotente por perpetuar el falso abismo que le separaba, con sangre y humillación, del negro sometido.
Nicolas Sarkozy, saqueador e instigador de guerra y muerte; el secretario general de la ONU, Ban Ki Moon, un secretario oscuro, escondido tras una sonrisa afable que ha cedido secreta y repetidamente a las presiones de EEUU, de Gran Bretaña y Francia, llegando incluso a firmar en 2008, en secreto y violando el tratado fundador de la ONU, un tratado con el entonces presidente de la OTAN que no fue sometido ni presentado al Consejo de Seguridad de la ONU ni a la Asamblea General posteriormente, por el que se daba luz verde a la posibilidad de intervención común de las fuerzas de la ONU y la OTAN, no solo en aplicación de las resoluciones ordenadas por la ONU, sino también en aquellas ordenadas por la OTAN; el presidente Obama, un drone-friend, prepotente salvador del mundo, especialmente de países en el punto de mira de sus amigos de Israel y de aquellos en los que interesa entrar escondiendo la intención de destrucción y saqueo tras la etiqueta conmovedora de “misión con interés humanitario”; Bill Clinton, uno de los principales criminales de guerra (recuérdese la definición de este término según las convenciones de La haya y Ginebra: …guerras de agresión, el uso de gases tóxicos y otras armas inhumanas, el asesinato deliberado y la matanza por hambre de poblaciones civiles, y el uso de la fuerza más allá de la necesidad militar), instigador de bombardeos y asesinatos, como el perpetrado, bajo su autorización, en Bagdad en represalia por un complot de Irak, aducido pero no probado, para asesinar al ex-Presidente George Bush; George W. Bush, criminal de igual, o superior, rango que Clinton, que pudo perfeccionar su crueldad, oficialmente consentida, en territorios como los de Haití, donde estuvo envuelto en una serie artimañas políticas e intervenciones militares que en gran parte causaron la perpetuación de la pobreza, el atraso y la represión; un imperialista soberbio que ha sido declarado culpable de crímenes de guerra y que, recordemos, justificó e impulso lo que él llamó la guerra preventiva en Irak —una guerra donde se asesinó a 150.000 inocentes, se desplazó a un millón más y se contaminó para siempre el país con uranio empobrecido causante de malformaciones congénitas— a partir de informaciones supuestamente veraces (que no pudieron probarse hasta la fecha)
Ellos y otros hipócritas estarán tomando un vuelo lujoso hacia Johannesburgo, o ya habrán puesto sus soberbios pies en la tierra donde Mandela luchó. Sonrisas y manos que se dan, que dan, para pasar después factura.
Entre ellos, y porque Españistán en eso es un reino de primera, estarán dos representantes de la hipocresía nacional. No son los únicos, pero sí son dos de los mejores. Uno representa la realeza, palabra absurda que rima con impureza y maleza. El otro se autoproclama representante de una mayoría, silenciosa porque recibe privilegios a cambio de la prostitución ideológica, por la que gobierna, sin disimulo, para una minoría. Los dos, unidos por el gen de la hipocresía, se sentarán en sus sillas respectivas tapizadas de mentira y blablabearán públicamente, el plasma queda para los de casa, para halagar a Mandela y decir que, como él, ellos también se unen y valoran la lucha contra los vacíos, fabricados por las manos blancas, para recluir a los de raza distinta. Ellos, como dúo que canta en ocasiones a dos voces bien ensayadas, recordarán la crueldad del apartheid, criticarán el poder que se basa en la humillación y el racismo y, si les dejan, aprovecharán para canturrear el eslogan incomprensible de esa marca España en la que solo ellos, sus bolsillos, creen.
Y mientras, los nosotros que sabemos de su verdadero rostro y les sufrimos, pensaremos que su hipocresía, altísima, no puede tapar una verdad que han olvidado, a propósito, y han dejado en tierra antes de subir la escalinata del avión que les llevará a esa reunión de hipócritas: los que elogian a Mandela y le lloran como falsas plañideras son los que consienten, realeza por medio, autorizan y financian la crueldad contra los inmigrantes de color que se dejan jirones de piel y sueños en las cuchillas vergonzantes de la valla de Melilla.
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