por Oleg Yasinsky
Harta de la crisis y la corrupción de las castas gobernantes, la sociedad civil entrena sus músculos, pero sus alternativas parecen estar a la derecha.
En agosto de 1991, Ucrania, la segunda república de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) por su población y potencial económico, declaró su independencia. Se convirtió así en el segundo país europeo después de Rusia por su tamaño. Durante el siglo XX, por la fertilidad de sus tierras, Ucrania se conoció como “el Granero de Europa” y fue el principal productor de acero en la región.
La gestión de los pasados gobiernos se refleja en los datos demográficos. En los últimos 25 años, la población de Ucrania bajó de 52 a 44 millones de habitantes. Durante todo el año 2011, en 11 mil localidades del país no se registró ni un solo nacimiento y solamente en cinco de las 25 regiones la natalidad superó la mortalidad. En sus índices de mortalidad por cada mil habitantes, Ucrania se encuentra en el quinto lugar del mundo, detrás de los países más pobres de África.
En los últimos años, la prensa de Europa Occidental habló mucho de la ex primer ministra Yulia Timoshenko, injustamente presa por el actual gobierno, acusada de cometer delitos económicos -que son la práctica diaria de todas las últimas autoridades, incluyendo la actual. Lo injusto no es que ella esté presa, sino que los demás estén libres, incluyendo a sus jueces, que al condenarla obedecieron órdenes políticas.
La prensa alternativa, en las últimas semanas, escribió ampliamente sobre el rol de la Unión Europea (UE) y los Estados Unidos (EEUU) en la crisis ucraniana y el manejo de la situación de acuerdo a sus intereses. No hay duda que una gran parte de estas afirmaciones es correcta, pero no podemos explicar los complejos procesos políticos en Ucranias sólo hablando de la intervención de países occidentales. Siempre están presentes y también conocemos sus intereses. Por eso, omití este tema. Hablaré de hablar de aspectos más internos y menos conocidos fuera de sus fronteras.
Los últimos sucesos en Ucrania me tomaron por sorpresa. Hace seis meses, cuando estuve en las calles de la capital Kiev, destruidas por las inmobiliarias, me sentí en una permanente despedida del cuerpo de una ciudad que no existe más. En un ambiente de apatía y resignación, nada dio señales de una cercana tormenta social.
Recuerdo nuestras semidisidentes disputas estudiantiles, hace un cuarto de siglo, cuando con tanta facilidad nacieron tantos sueños que nunca se hicieron realidad. El mito de la “Perestroika” nos llegó en un solo paquete con las ideas de “la integración europea” y una gran oportunidad de unirnos a ese tan cercano y escurridizo “mundo civilizado”.
La restauración del capitalismo en la ex Unión Soviética golpeó no sólo los bolsillos de la mayoría de nuestros compatriotas, sino también nuestras mentes. El desmontaje de uno de los mejores sistemas de la educación mundial fue de la mano con una brutal campaña anticomunista en la prensa, lo que anuló la memoria histórica de nuestro pueblo.
Cuando los medios nos convencieron a todos -o a casi todos- de que nuestro país era uno de los más atrasados y peores del planeta y que este mundo no se mueve por los idealistas, sino por los pragmáticos; y cuando nuestros estudiantes, en lugar de médicos o astronautas, comenzaron a soñar con convertirse en millonarios y las chicas, con casarse con los oligarcas, en nuestra historia pasó algo irreversible y el camino a las “reformas democráticas” quedó despejado.
Mientras en el poder se turnaron personajes más o menos siniestros, el Estado gradualmente se despojó de sus obligaciones, y mientras más celebrábamos el Día de la Independencia, más dependiente se volvió el país. Cuando ya nos pareció que estar peor era simplemente imposible, nuestras autoridades -con su habilidad de siempre- se encargaron de demostrarnos lo contrario. Como es sabido, este sistema se llama capitalismo, pero los medios de comunicación postsoviéticos todavía consideran de mal gusto el uso de un término tan “comunista”.
La tragedia actual de Ucrania surge desde el actual duopolio en el poder de los partidos políticos tradicionales – los del “poder” versus los de la “oposición”-, donde una parte sirve a los intereses de los grupos económicos de Rusia y la otra a los grupos occidentales, pero ambas son hermanas gemelas. Por eso, las valientes y, sin duda, sinceras movilizaciones de cientos de miles de ucranianos bajo banderas que no son de ellos, lamentablemente sólo fortalecen el actual estado de cosas.
Por otra parte, la población desesperada por la injusticia y totalmente manipulada por los medios todavía no ve la amenaza del fascismo, la única fuerza política en Ucrania que actualmente crece y gana terreno gracias a su joven energía, su perfecta organización y una claridad ideológica. Y el nombre de este peor monstruo del zoológico político ucraniano es La Unión Panucraniana “Svoboda” (“Libertad”).
Describamos las caracteristicas de algunos fragmentos del rompecabezas ucraniano.
La gente
Como sea que termine, la experiencia de la protesta masiva, la autoorganización, la solidaridad y el solo hecho de que un millón de personas salgan a las calles de Kiev es un ejercicio necesario para los músculos de la futura sociedad civil; es una lección y advertencia para el poder (cualquiera que sea), que destruye el mito de la apatía “natural” y la pasividad del pueblo ucraniano.
Todo empezó cuando, en una de las plazas centrales de la capital, las fuerzas especiales de la policía ucraniana agredieron brutalmente a un grupo de jóvenes universitarios que, con valentía y pacíficamente, defendían su punto de vista. La ciudad entera se alzó para protegerlos, y como suele ocurrir en este tipo de situaciones, la gente mostró sus mejores cualidades.
Este invierno (el del calendario y el otro) pasará. La gente volverá a su vida normal, en sus televisores cambiarán de las noticias a las series y se olvidarán los nombres de los políticos de hoy. Pero estas noches de la resistencia al poder para quienes las vivieron en las frías calles de Kiev, quedarán con todos y dentro de cada uno. Como y cuando sea que termine.
Pueblo, tal vez, es la última palabra del vocabulario de los siglos pasados que hasta hoy sigue absoluta, límpida, sagrada. ¿Qué puede hacer el pueblo cuando se equivoca?
El poder
Dentro de la repugnante pirámide del poder del mundo actual, es injusto culpar sólo al presidente ucraniano Víctor Yanukovich. Los delincuentes, sobre todo políticos, nunca actúan sin cómplices. Su hermano mayor, Vladimir Putin -que lo desprecia profundamente-; el supuesto opositor de Putin, Barak Obama; y la Unión Europea hoy colapsada -aparentemente creada como un contrapeso al poderío de los Estados Unidos de América-, operan bajo la misma lógica: la lucha total por el poder y el dominio económico a toda costa y en todas las latitudes.
A las declaraciones sobre “derechos humanos” que “preocupan” a la Unión Europea, hay que colgarlas en el árbol de navidad en la plaza recién reconquistada por los manifestantes, junto a la figura de Santa Claus, en quien también alguna vez creímos. Al actuar contra el régimen de Yanukovich, es bueno recordar los nombres de todos aquellos que con su gobierno antipopular e incompetente, aseguraron el triunfo en la anterior elección presidencial.
Mientras el ciudadano común de Ucrania no participe en la toma de decisiones de estado, todo el actual debate sobre la democracia y la independencia se hace para extraterrestres, para idiotas, para los mentirosos o incluso para aquellos que se las arreglaron para combinar las tres características anteriores.
Sin excepción, todos los líderes políticos del actual gobierno ucraniano y de la “oposición” son personas no sólo interesadas, sino publicitadas y financiadas sólo para ser garantes del continuismo del actual sistema económico. Todo lo demás no es más que el arte de actuación y el trabajo de los asesores de imagen.
La estructura del poder en Ucrania, establecida mucho antes de la llegada al poder de su actual elenco, se convirtió en un filtro que no permite a la gente honesta elevarse más allá de un cierto nivel o hasta el de la toma de decisiones, que se realiza sin el pueblo y por lo general de modo totalmente contrario a sus intereses. Por esto, no es cierto que la violencia en Ucrania comenzó en la noche del 30 de noviembre: nunca se detuvo y ocurre en todas partes.
Vladimir Lenin, cuyo monumento en Kiev intentaron demoler los “demócratas” de turno, propuso que para comprender cualquier acontecimiento político complejo, primero hay que buscar a quién le favorece. Si intentamos este simple ejercicio, nos damos cuenta de que la represión del campamento estudiantil pacífico en el centro de Kiev, la noche del 30 de noviembre, en un momento en que el movimiento ciudadano “pro-europeo” claramente se debilitó, fue muy inconveniente para el Gobierno y completamente beneficioso para la “oposición”.
Después de que la gente salió a las calles, no tanto por la “opción europea”, sino en protesta contra la brutalidad policial y la burda interferencia de Putin en los asuntos de Ucrania, en el primer plano aparecieron los vociferantes “opositores”, los antiguos funcionarios “rupturistas con el régimen” y, lo más importante, la autodenominada “vanguardia” de grupos de choque de la “oposición pro-europea”: la Unión Panucraniana Svoboda. Sí, Europa, pero con un tufillo a la Alemania de 1933.
El fascismo
Si yo fuera Ministro de Cultura de Ucrania y tuviera algunos poderes dictatoriales, obligaría a todos los compatriotas a ver el viejo documental del gran director soviético Mikhail Romm, “Fascismo Común”. Resulta que los fascistas de verdad no sólo son los estúpidos Fritz que sólo saben escuchar los gritos del Führer y marchar por las ciudades capturadas; entre los nazis también existieron pensadores destacados, artistas, empresarios y estrategas.
El lema de Svoboda: “Ucrania sobre todo”, es una copia exacta de la consigna nazi “Alemania por encima de todo”. En una sociedad engañada, empobrecida y confundida, que espera soluciones simples e inmediatas, el fascismo es eficiente y fructífero, especialmente cuando los medios de comunicación reemplazan la educación y, junto a la memoria histórica, borran nuestro sagrado sentimiento de gratitud y orgullo por nuestros abuelos, que vencieron una vez (y ellos creyeron que para siempre) al fascismo en Europa. Que bien que casi todos ya se fueron y no verán en nuestras calles, con actitud prepotente y vencedora, a aquellos contra quienes lucharon.
Hoy, al inicio de la temporada de la descomposición del miope y corrupto poder político ucraniano, sube al proscenio de nuestra historia -con entusiasmo- un hasta ahora poco conocido pero joven y temerario depredador, cuyo nombre es “fascismo ucraniano”. Es lo suficientemente inteligente y educado, tiene mucha más imaginación y sentido del humor que sus patéticos oponentes, y en sus ojos, como en los ojos de cualquier fascismo, se ve la muerte.
La historia
La elite política postsoviética, bajo consignas de independencia y democracia, usurpó el poder en los principados autónomos. En aras de mantenerlo, creó nuevos mitos fundacionales de la historia nacional; para ello fue necesario destruir los mitos anteriores. Así, los luchadores contra la historia oficial y la censura, con el entusiasmo de un neófito, se convirtieron en los nuevos censores e historiadores oficiales.
La historia de la humanidad en su conjunto es compleja, trágica y controvertida, y Ucrania -ubicada en el cruce de las rutas estratégicas que unen Rusia, Europa Central y el Mediterráneo- no es una excepción.
Los grandes logros y los grandes crímenes de la época soviética requieren un análisis crítico y equilibrado desde el contexto de su época, con sus valores, creencias y realidades. En vez de esto, nos entregan en un folclórico platito azul y amarillo (colores de la bandera ucraniana) un improvisado producto sucedáneo llamado “historia de Ucrania”.
Los gritos más fuertes sobre la tragedia de Holodomor (hambruna en el campo ucraniano en 1932-33) son precisamente los de los autores de delitos económicos contra el pueblo ucraniano, cometidos ya en el período postsoviético.
Sobre la “ocupación comunista” suelen hablar los políticos de Ucrania occidental, hermosa y desafortunada tierra saqueada por sus nuevas autoridades inmediatamente después de su “liberación”.
En los Cárpatos vi aldeas enteras sin gente, porque todos sus habitantes fueron a buscar trabajo a Polonia, Italia o Rusia. En las paredes de las casas vacías habían consignas como: “Ucrania para los ucranianos”. Es la zona en la que, en los años cuarenta, actuó el Ejército Insurgente Ucraniano, los más que dudosos nuevos héroes oficiales destacados no tanto en operaciones militares contra los “ocupantes”, como en masacres contra la población civil. Y basta con ir a cualquier librería de Lviv para ver una total ausencia de diferentes opiniones.
La nueva historia oficial de Ucrania independiente no es más que un negativo de las fotos en blanco y negro de la historia de Ucrania Soviética.
La revolución
Entiendo que las revoluciones, si no conducen al cambio de un sistema socioeconómico por otro, simplemente no lo son. Si es así, hay que reconocer que la Revolución Naranja, aparte de transferir el poder de un grupo económico a otro, no cambió nada. ¿Por qué una no revolución sigue llamándose así?
Las enciclopedias definen la democracia como el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. ¿No será justamente esto una pesadilla para cualquiera de los políticos ucranianos? ¿Solamente para los ucranianos? Ahora su codicia y la miopía transformaron a los partidos políticos tradicionales en enormes y frágiles edificios a punto de colapsar y enterrar a sus fieles bajo los escombros. Por lo tanto, la única revolución posible en la actual Ucrania es una democrática toma del poder por parte de los nazis.
El mundo
¿Qué pasó con la famosa cortina de hierro y el muro de Berlín? Desaparecidos física y políticamente, todavía operan en la conciencia de los habitantes del mundo postsovietico, que parecen vivir en una isla. Incluso la gente más educada y admirable en la antigua URSS está tan atrapada por su mundo inmediato, que no quiere ver la profundidad de la actual crisis sistémica de la civilización.
Los paradigmas del siglo pasado, desde hace por lo menos un par de décadas ya no son aplicables. La “orientación europea” no es más que uno de estos extintos paradigmas. El modelo económico neoliberal fue el arquitecto y sepulturero de la UE, no le dejó a los pueblos de Europa la posibilidad de tener un desarrollo propio (no uniforme, no lineal, pero realmente nacional) y en la actualidad revienta por toda la periferia del continente. Los estados miembros desde hace rato son rehenes del sistema bancario mundial, y millones de europeos pierden en unos pocos días las conquistas sociales de siglos. ¿Qué tan claro es esto para los heraldos oficiales de la “casa común europea” para Ucrania? ¿Qué es? ¿Un ingenuo deseo de escapar del abrazo sofocante de la rancia Rusia de Putin, para terminar en los brazos de cualquiera? ¿Entregarse, si no por amor, por un cálculo? ¿Venderse más caro? ¿Alcanzar a pronunciar en las altas tribunas internacionales algunas frases acerca de la independencia nacional, la democracia y el derecho a elegir?
Ni siquiera eso. La crisis en Europa es sólo la parte más visible de la crisis de la civilización tal como la conocemos, construida sobre la subordinación del espíritu a la materia, cristiana en su forma y tecnocrática en su escencia. La espiritualidad humana fue reemplazada por diversos dispositivos dogmáticos de los aparatos eclesiásticos, así como la actividad social de los ciudadanos fue sometida a los pesados mecanismos de los partidos políticos.
Prácticamente todos los Estados conocidos del siglo XX se desarrollaron en la dirección del llamado “progreso” -los avances en la producción y el consumo de bienes materiales, convertidos en un fin en sí mismo. Esto convirtió la historia humana en una carrera mercantilista, y de paso eclipsó lo más valioso que tenemos, los mundos infinitos de nuestro mundo interior, de sus sueños, aspiraciones, búsqueda de unidad, la armonía con el mundo y la humanidad. De este modo, hoy se construye una cultura de consumismo, soledad, violencia y pérdida del sentido de la vida. La actual globalización resultó ser el grado más alto de esta absurda civilización.
Por suerte este modelo va aceleradamente hacia su colapso global, y los síntomas -desde el cambio climático global hasta el aumento de los problemas de salud mental en la sociedad- son obvios. Posiblemente, tendremos que definir hacia dónde irá la historia humana después del colapso del “capitalismo real”; por supuesto, tomando a Ucrania como parte de la historia de la humanidad.
La alternativa que no existe
Los complejos desafíos que enfrenta Ucrania actual no tienen solución en las estructuras de poder tradicionales. Los “pragmáticos ejecutivos de negocios”, “jóvenes y talentosos economistas”, los “independientes de la política partidista” y otros personajes propuestos al teleespectador son un déjà vu de las promesas de la perestroika de “vuelta a los valores universales”.
El país no necesita tecnócratas independientes, listos para servir con eficacia a los intereses de uno u otro grupo del poder, sino un proyecto nacional real que implique una ruptura decisiva con la lógica de las décadas anteriores. La independencia de Ucrania debe comenzar no con programas televisivos, con danzas folclóricas ni con nuevas banderas o escudos nacionales, sino retomando el control estatal sobre los recursos naturales y las industrias de importancia estratégica. Hoy, la economía de Ucrania casi en su totalidad se encuentra bajo el control de grupos económicos pro-rusos y pro-occidentales, que convirtieron la crisis permanente del país en fuente de máxima rentabilidad para sus negocios.
La sociedad ucraniana, víctima de las reformas de derecha, hoy sufre el síndrome de Estocolmo: la mayoría de los ciudadanos socialmente activos miran sólo hacia la derecha, igual que al principio de la perestroika, a diferencia de Europa, en la que están tan ansiosos por entrar, y que desde hace rato mira hacia la izquierda.
¿Donde está hoy la izquierda ucraniana? Sin contar la del Partido Comunistas (PC) y del Partido Socialista (PS) ucranianos, cuyo “izquierdismo” quedó desde su fundación solamente en el nombre y en la ingenuidad de las antiguas generaciones. Ucrania es hoy uno de los países más de derecha del mundo, y la mayor parte del debate ideológico se lleva desde la derecha hacia la derecha.
La izquierda de Ucrania es una minoría que practica su habitual forma de vida dogmática y sectaria, en una eterna lucha por el liderazgo de un hasta ahora inexistente movimiento, con discusiones infantiles sobre losismos y disputas teóricas de principios del siglo pasado. La ofensiva de la ultraderecha ucraniana no es sólo mérito del gobierno y la oposición, sino también de su infantil izquierda.
El provincianismo de la izquierda y la derecha ucraniana es comparable, pero la segunda es, lamentablemente, muchos más numerosa y tiene a su disposición, a diferencia de la primera, todos los medios.
Mientras el mundo gira hacia la izquierda, Ucrania sigue siendo una cápsula del tiempo que retrocede lentamente. ¿Queda sólo esperar hasta que sus finas paredes estallen bajo la presión del viento de la historia? No lo sabemos.
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