Los medios de persuasión de masas difunden estos días que la juventud de Venezuela es la que protagoniza las manifestaciones contra el Gobierno. Según este relato, los miles de chicos y chicas que, efectivamente, salen a las calles a protestar representarían el sentir de la totalidad de los jóvenes. El malestar que expresan por la inflación, la inseguridad o la supuesta ausencia de democracia se extendería a los más de siete millones y medio de venezolanos de entre 15 y 29 años.
Bajo estos términos, la imagen que describe la prensa es sumamente favorable para la oposición. Por un lado, unos muchachos que demandan un futuro mejor, con todas las connotaciones positivas que implica la juventud: rebeldía, libertad, fe, generosidad… Al otro extremo, las fuerzas policiales represoras al mando de un Ejecutivo, el chavista, satanizado hasta un punto grotesco.
Sin embargo, si este escenario es real, surge una pregunta. ¿Por qué el chavismo ha ganado 18 de las 19 elecciones celebradas desde 1998? Ya no cabe justificarlo en el carisma de Hugo Chávez. En los pasados comicios municipales de diciembre, a diez meses de su fallecimiento, la opción chavista triunfó con diez puntos de ventaja, una distancia impresionante después de tres lustros en el poder. Para quienes siguen anclados en la teoría del fraude electoral, cabe recordar que la limpieza de cada proceso ha sido acreditada por una nutrida observación extranjera y por la comunidad internacional. Esto comprende a jefes de Estado tan poco simpatizantes del chavismo como el colombiano Santos, el chileno Sebastián Piñera o el mexicano Peña Nieto. Hasta la delegación del Parlamento español validó la victoria de Nicolás Maduro en abril de 2013, con la firma de los dos representantes del Partido Popular incluida.
De ser cierto el relato de los medios internacionales sobre el hartazgo de la juventud, hace tiempo que el chavismo tendría que haber sido derrotado en las urnas, puesto que el 60% de la población venezolana tiene menos de 30 años.
La demoscopia puede arrojar alguna luz sobre tan extraño misterio. Recientemente se ha publicado la II Encuesta Nacional de la Juventud. Hacia veinte años que no se realizaba un estudio de estas características. Constituye un gigantesco esfuerzo –10.000 entrevistas personales a personas de entre 15 y 29 años de todo el país- para radiografiar a un sector de la población que poco tiene que ver con sus padres, dados los enormes cambios experimentados en las dos últimas décadas.
Los resultados distan mucho de la imagen de una juventud frustrada, pesimista ante el futuro, cansada de la falta de oportunidades y sedienta de una libertad que se les niega. El 90% cree que su titulación académica le brindará “muchas o bastantes posibilidades laborales”; un 93% sostiene que puede aspirar a un empleo mejor que el que tiene en la actualidad; un 98% continuará formándose, ya que piensa que los estudios le servirán para lograr un trabajo satisfactorio. Compárese esos índices con los de la España del 56% de desempleo juvenil y de los centenares de miles de nuestros universitarios que se preguntar para qué les han servido tantos años de estudio. Por el contrario, las respuestas de los venezolanos destilan optimismo acerca del porvenir.
Un 77% de los jóvenes señala que se quedará en su país, por tan sólo un 13% que afirma que se quiere marchar. Estos porcentajes refutan la propaganda mediática de que la juventud desea salir huyendo de Venezuela. Y en cuanto a la supuesta dictadura en la que se ha convertido el país, baste un dato esclarecedor: el 60% considera que el mejor sistema es el socialismo frente a un 21% que prefiere el capitalismo. A partir de estas evidencias científicas se comprende mejor por qué el chavismo encadena victoria tras victoria.
¿A quién representan entonces los jóvenes que protestan en Caracas y otras ciudades del país si no es a su mismo espectro de edad? Obviamente, a su clase social. Esto es, a las clases medias y medias altas, además de a la casta empresarial que sigue detentando un gigantesco poder. Y este sector es minoritario frente a las clases populares, que suponen más del 60% de la población.
Venezuela es un país tremendamente clasista, a pesar de que en la última década la desigualdad ha decrecido más que en ninguna otra nación de Latinoamérica, según Naciones Unidas. La división de clase se refleja también en lo racial y en lo geográfico, como se ha ratificado en las manifestaciones. La proporción de personas blancas ha sido abrumadora, aunque son tan sólo el 20% de una población que se caracteriza por la mezcla. Y el epicentro de las concentraciones se localiza en el eje La Castellana-Altamira-Palos Grandes-Sebucán, las zonas de Caracas donde el metro cuadrado es más caro. Para situar al lector español, sería como si salieran a manifestarse los vecinos del barrio de Salamanca de Madrid o de Pedralbes en Barcelona.
Lo que ocurre estos días en el país caribeño es el enésimo capítulo de la lucha de clases, esa que según el multimillonario estadounidense Warren Buffett la empezaron los ricos y la van ganando. En Venezuela comenzó hace cinco siglos y también la iniciaron los ricos. Ocurre que desde hace quince años acumulan derrota tras derrota.
por Alejandro Fierro
Periodista y miembro de la Fundación CEPS
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