Con las revelaciones de Edward Snowden sobre la NSA siguiendo los movimientos online de cualquier persona, el mundo de la vigilancia inmanente dejó de ser una realidad que sospechábamos y se convirtió en una condición de nuestra experiencia del mundo. No necesitamos comprobar la existencia de vida extraterrestre para saber que un mundo nos vigila: el mismo mundo en que vivimos no deja de mirarse obsesivamente.
Sin embargo, la paranoia no ha calado suficientemente hondo como para que la gente aprenda a protegerse en el mar poblado de tiburones en que el Internet parece haberse convertido (o que tal vez haya sido desde siempre). Por ejemplo, las cámaras web de virtualmente cualquier computadora con acceso a Internet pueden ser intervenidas por alguien con conocimientos muy básicos en codificación y seguridad informática.
De hecho, dejar tu cámara web “sin candado” es tan peligroso como dejar tu puerta abierta por la noche(suponiendo que vivas en una ciudad peligrosa): decenas de miles de cámaras web (privadas o de seguridad) transmiten 24 horas al día si sabes dónde buscar. Existen sitios y comunidades dedicadas a compilarlas, como si se tratara de tesoros de voyeuristas profesionales.
No todo lo que se ve en esas cámaras es necesariamente perturbador en sentido gráfico: lo perturbador es el hecho en sí; lo perturbador no es que existan cámaras web donde expresamente la gente tiene sexo para deleite visual de los voyeurs, sino el hecho de que un observador casual pueda ver, por ejemplo, a una viejecita en un asilo de Lyon tomando su desayuno, o las cámaras de seguridad de una tienda de conveniencia en Kiev. Lo perturbador del caso es vivir en un mundo donde la cámara es un ojo abierto al mundo, en una versión postapocalíptica del Truman’s Show.
Estas imágenes también nos advierten del futuro que se abrirá frente a nuestros ojos, literalmente, cuando dispositivos como Google Glass sean tan comunes como los iPhones y Androids: ¿qué impedirá que otros vean lo que veamos?
Asistimos a una nueva constitución del espacio público: el ojo de la webcam es un embajador invisible del mundo, justo frente a nuestros ojos. En clave menos paranoica: sonríe: nunca sabes quién puede estar observando al otro lado de la pantalla (literalmente).
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