El cuadro de Hamburgo es un emblema del antifascismo, el equipo adorado por los punks de todo el mundo y un modelo de fútbol en servicio social. Hinchas de Platense armaron una peña acá, las Kumbia Queers son la banda fetiche del plantel femenino y hasta jugó el argento “Cepillo” Acosta.
Por Yumber Vera Rojas
Desde Hamburgo, Alemania
Basta sentarse en las reposeras del Hamburg del Mar para descubrir el misterio de dónde salen esos contenedores naranjas que se encuentran apilados en las dársenas de la Costanera Norte de Buenos Aires con la inscripción “Hamburg Süd”. Durante el período estival, el coqueto bar playero apostado a la orilla del puerto de Hamburgo, a partir de su armazón de madera, sus palmeras, y esas tablas de surf plantadas en la arena que reciben a los clientes, pinta de trópico a una ciudad cuyo mayor pico de calor abraza los 22 grados. No obstante, pese al placebo veraniego, en Sankt Pauli la alegría es alemana todo el año. Y es que por su tradición marinera, el barrio se transformó en el punto neurálgico no sólo de la cultura, sino también de la joda local. “El que nunca en la noche alegre haya ido de juerga a la Reeperbahn es un pobre infeliz, porque no te conoce Sankt Pauli. Mi Sankt Pauli nocturno”, canta Hans Albers en Auf der Reeperbahn nachts um halb eins (“En la Reeperbahn, a las doce y media”), tema que inmortalizó tanto al actor teutón como a la película que lo contiene: Grosse Freiheit Nr. 7, de 1944.
Además de Albers, desde Elvis Costello y Tom Waits hasta la dupla de electro house Digitalism hicieron alusión a la Reeperbahn en algunos de sus temas. Y es que la calle principal de St. Pauli (su nombre se abrevia así) es sin duda muy especial, amén de sus pocas cuadras. La calzada, en su extremo oeste, recibe a los transeúntes con la Beatles-Platz, pequeña explanada inaugurada en 2008 que conmemora la estadía de los Fab Four en el barrio, cuando aún vestían de cuero y se peinaban el jopo (aunque ahí conocieron luego a Astrid Kirchherr, quien fue influyente al momento de adoptar el corte que popularizaron), entre 1960 y 1962, período en el que actuaron en pubs como el Star Club y el Indra, que aún existe. A pocos metros, el vecindario comienza a tomar forma de gran feria porno, pues abundan los sex shops y cabarets, que tienen en las inmediaciones del callejón Herbertstraße, próximo a la estación de policía más famosa de Alemania, Davidwache (cuya fachada fue usada por un sinnúmero de películas y series de televisión), su tramo más atractivo debido a que es el corazón de la prostitución en la ciudad.
Punk Pauli
Al dejar atrás su semblante más lujurioso, por el que se convirtió aparte en una de las zonas rojas más populares de Europa, y tras soslayar teatros, salas de recitales, tiendas de souvenires (los chiches de marinero son la gran sensación) y locales exprés de comida turca, al igual que a hippies, punks, putas que se preparan para la faena y vendedores de hachís, casi al finalizar la Reeperbahn, a mano izquierda, se alza el templo por el que igualmente es conocido este barrio, cuya idiosincrasia evoca por momentos a La Boca. Se trata del Millerntor-Stadion, hogar del equipo de fútbol más singular de la historia de este deporte: el FC St. Pauli. Es que, a diferencia del Barcelona, del Manchester United, de la Juventus e incluso del Bayern Munich, el cuadro hamburgués, que actualmente forma parte de la Zweite Bundesliga (segunda categoría de la Liga alemana), no se distingue por sus récords o campeonatos. Desde la creación de la Bundesliga, en 1963, el St. Pauli, si bien jugó en la primera categoría, nunca obtuvo un título de ese tenor. No obstante, se destaca por su militancia ideológica. Lo que lo transformó en un club de culto.
Antes de que comenzara la actual temporada de la Zweite Bundesliga, en la que hasta esta semana St. Pauli se ubicaba quinto a 14 puntos del líder, el FC Köln, durante la época de preventa los hinchas del club se acercaban hasta la tienda de souvenir del Millerntor-Stadion para comprar las entradas para el partido inaugural. “¿Te interesa?”, preguntaba apenas salía del local un punk con cara de malo, aún más pronunciada por su cresta mohicana, sus tatuajes y su vestidura completamente oscura. Frente a la negativa, y sin importarle su desfachatez, guardaba sus boletos, tomaba a su chica de la mano, y seguía su procesión por las inmediaciones del estadio hasta encontrar otro posible cliente. Al igual que este chico, a partir de la década del ‘80 toda la comunidad punk, primero de Hamburgo, luego de Alemania y después del mundo, participó en la transición de la identidad del equipo, que comenzó como club de barrio para después convertirse en símbolo antifascista, antisexista, antirracista y antihooligan, al que se adhirieron anarquistas, comunistas y socialistas.
Cuando Karamelo Santo actuó en Alemania, en 2002, como parte de su primera gira por Europa, entre el público que se acercó a descubrir al grupo argentino se encontraba gente curiosa por el rock mestizo latinoamericano, que hacía muy poco había penetrado en ese país. También militantes políticos de la izquierda, arengadores del movimiento okupa, audiencia party/punk reggae e hinchas del St. Pauli. “No sabía nada sobre el equipo hasta que estuvimos allá”, reconoce Goy Ogalde, otrora frontman de la agrupación mendocina. “Recuerdo que era muy especial el ambiente que se vivía en los alrededores del Reeperbahn, con respecto al club. Luego de que terminamos un recital en Hamburgo se me acercó un líder de la barra del St. Pauli, que me explicó el nivel de compromiso ideológico que tienen sus hinchas y esa sensación de celebración cada vez que iban a la cancha a apoyarlo. Y describió algunos de los proyectos que lleva adelante la institución fuera del fútbol. Este muchacho también me comentó que varios años atrás hubo un jugador argentino que formó parte del plantel.”
Cepillën
Se llama Gustavo “Cepillo” Acosta y se convirtió en el primer futbolista latinoamericano en integrarse al St. Pauli. “Ese año y medio que viví ahí me marcó muchísimo”, afirma ante el NO el ex mediocampista marplatense, quien hoy entrena a las categorías inferiores de Ferro, donde debutó en 1985, la última gran época del cuadro de Caballito. “Lo que pasaba con ese equipo, más en ese momento, no era normal.” Después de competir entre 1988 y 1991 en la Bundesliga, los Weltpokalsiegerbesieger (o “Derrota campeones del mundo”, apodo con el que se los conoce tras vencer 2 a 1 al Bayern Munich en la temporada 2001-2002, cuando la oncena que actualmente dirige Pep le ganó la Intercontinental a Boca) regresaron a la segunda división. Por lo que en su camino de preparación para volver a la máxima categoría reclutaron refuerzos de otras latitudes. “Un empresario alemán vino al país a comprar a Juan Esnáider, pero, como no había Internet entonces, no sabía que lo habían vendido al Real Madrid. Le gustó mi estilo, y, después de seguirme un mes, me ofreció llevarme allá.”
El cambio de imagen que experimentó St. Pauli fue tan radical que para comienzos de los ‘90, luego de que una década antes apenas convocara 1600 espectadores, su asistencia en el Millerntor-Stadion superaba las 20 mil personas. “No hacía mucho que había caído el Muro de Berlín, y parte del éxito del club tuvo que ver con que supo capitalizar ese recambio en la sociedad, porque al igual que en el resto de los equipos, conmigo jugaron futbolistas de la antigua Alemania Oriental. La Liga se hizo muy competitiva”, describe Acosta, quien llegó a Hamburgo con 26 años. “Aunque en aquel momento fuéramos el club más poderoso de la segunda división, lo que me llamaba la atención era el respaldo de la gente, el folclore del estadio. Cuando entrabas a la cancha a hacer el calentamiento, no te imaginás cómo alentaban. Pero lo que no podía entender era el ímpetu de la hinchada: al terminar el partido dábamos la vuelta olímpica para saludarla, incluso si perdíamos. Una vez que empecé a manejar el idioma, les dije a mis compañeros: ‘Esto en Argentina no pasa. Perdés y te matan’”. Lo que no olvidará el futbolista argentino fue su bienvenida al club. “Cuando te dicen que te tenés que ir a Alemania, lo primero que pensás es que esa gente es muy fría y distante. Pero viví lo contrario”, afirma Cepillo. “Después de firmar mi contrato en el estadio, el presidente de St. Pauli me dijo: ‘Te voy a mostrar Hamburgo’. Me llevó al puerto, donde me mostró, a manera de atractivo turístico, sus calles, entre ellas la Herbertstraße, con todas esas chicas hermosas en las vidrieras, y terminamos en un cabaret donde me hicieron un show de sexo. Días más tarde, cuando debuté, la hinchada me recibió con una bandera de Argentina y otra del Che Guevara detrás de un arco. Siempre las pusieron mientras jugué en el equipo.” Incluso, el también ex jugador del Cádiz español e Independiente de Medellín fue la imagen de la publicidad de un amistoso. “En repudio a la violencia que había en Alemania contra los turcos, jugamos contra el Galatasaray. En ese partido participó ‘Toni’ Schumacher, que atajó para ellos medio tiempo, y la otra mitad lo hizo con nosotros.”
Somos los piratas
Al igual que ese partido contra el único combinado turco que fue campeón de Europa (en 2000), el St. Pauli, que también tiene equipos en otras disciplinas deportivas (destacan el béisbol, el rugby, el fútbol americano, el ciclismo, el balonmano y el ping pong) usó el fútbol en otras ocasiones para desplegar su brazo ideológico. Lo que puso en evidencia en 2005 al realizar un partido de pretemporada en Cuba, en el que se enfrentó a la Selección nacional de la isla para demostrar su apoyo a Fidel Casto. Además, a través de la campaña “Viva con agua Sankt Pauli”, realizada junto a algunos hinchas, recaudó dinero para construir bombas de agua para las escuelas de la nación antillana. Al año siguiente, a manera de protesta contra la FIFA, St. Pauli organizó el torneo FIFI Wild Cup, disputado por Tíbet, República Turca del Norte de Chipre, Groenlandia, Gibraltar y Zanzíbar (todos ellos países no reconocidos por el principal ente rector del deporte más popular del mundo), y en el que el cuadro alemán participó con el nombre de República de St. Pauli.
El conjunto hamburgués destaca asimismo por haberse acercado a otros clubes para establecer camaraderías. No obstante, mientras ya es conocida su relación con el Celtic escocés, el Livorno italiano o el Rayo Vallecano español (los tres antifascistas), en Argentina, al menos sus hinchas, establecieron nexos con Platense por una razón muy simple: sus uniformes comparten los mismos colores, marrón y blanco, aunque los teutones usan además el rojo y el negro. Fue por ese motivo que Mauricio Benítez Draghi y Hernán García, seguidores del Calamar, no sólo se acercaron al combinado también conocido con el apodo de Die Freibeuter der Liga (Los Piratas de la Liga), sino que crearon hace cuatro años su primera peña en Argentina: Piratas del Sur. Aunque se calcula que la que más fans moviliza en el mundo, de las 200 certificadas, es la de Valladolid, El Grano, la peña local, va creciendo. “Investigamos la historia de St. Pauli y conseguimos similitudes entre ambos equipos”, explica Benítez Draghi. “Por lo que nos empezamos a entusiasmar con el club, al punto de que cuando vemos los partidos por Internet en el barrio no entienden por qué gritamos goles.”
Piratas del Sur posee un perfil en Facebook (Piratas Del Sur - FC St. Pauli Fans En Argentina) con más de mil seguidores. Lo que deja de manifiesto que, así como sucede en el resto del planeta, el culto por St. Pauli ya se convirtió en una nueva costumbre argentina. “Nos pasó ver en la cancha de Platense a varias personas con remeras de St. Pauli”, señala Benítez Draghi, quien, a diferencia de su socio en la peña, que vive en Polonia y hace poco cumplió su sueño de presenciar un partido en el Millerntor-Stadion, hasta ahora no pudo acudir a la cancha creada en 1962, que recientemente amplió su capacidad a 30 mil espectadores. “Por eso creamos el perfil, para estrechar relación con los hinchas del club alemán. Muchos turistas que vienen de allá y gente que está acá nos contactó para que los llevemos a ver al Calamar”. Gracias a la iniciativa del tándem, ahora es posible estar al tanto los resultados de cada jornada, al igual que de las alineaciones y noticias acerca del club. Y ceremonialmente comparten los links en los que se pueden ver los partidos. El archienemigo del St. Pauli es el Hamburgo SV. En la última temporada en la que los Platense alemanes jugaron la Bundesliga, 2010-2011, empataron un partido y St. Pauli ganó el otro 1 a 0. Pero la rivalidad traspasa el terreno de juego, pues la oncena que hoy dirige Mirko Slomka (a un paso del descenso) posee una diáspora neofascista contra la que los Ultras Sankt Pauli, la barra, tienen entre y ceja, y contra la que cantan: “Amburgo, Amburgo: Vaffanculo!” (Hamburgo, Hamburgo: ¡váyanse a la mierda!). No obstante, al mismo tiempo que ostenta la hinchada antifascista más grande del fútbol (sería lindo que se cruzaran con la Lazio, cuadro facho de Italia), los “Kiezkicker”, juego de palabras que alude al apodo del barrio, Kiez, con “patear”, es el equipo con más admiradoras de todo el fútbol alemán, a tal instancia que retiró de su cancha la publicidad de la revista Maxim por considerarla sexista.
El rock en mi forma de patear
Aparte, el equipo cuyo logo oficioso (aunque no oficial) es la bandera pirata (“Es el emblema que usamos los pobres contra los conjuntos ricos como el Bayern o el Madrid”, despachó hace un tiempo Sven Brux, integrante de la barra), no sólo redime a la clase trabajadora, sino que recibió el respaldo de la cultura rock. Amén de que cada vez que sus jugadores saltan a la cancha suena Hell’s Bells de AC/DC, y de que luego de convertir un gol se escucha Song 2 de Blur, Sascha Konietzko, cacique del grupo KMFDM, es un hincha confeso del St. Pauli, al igual que Andrew Eldritch de The Sister of Mercy. Mientras que los teutones Art Brut le dedicaron un tema homónimo y los noruegos Turbonegro adaptaron en alemán la letra de su canción I Got Erection. Bad Religion jugó en 2000 un partido a beneficio con la tercera división del cuadro hamburgués, al tiempo que Asian Dub Foundation y los mexicanos Molotov usan en sus recitales remeras de la oncena. Y no vendría mal que Los Auténticos Decadentes hicieran su contribución argentina con Los piratas.
Otro de los artistas que manifestaron su admiración por el club presidido actualmente por Stefan Orth (su antecesor fue el director de teatro, abiertamente homosexual, Corny Littman) son las argentinas Kumbia Queers. “Lo descubrimos por la conexión del equipo con el antifascismo en Alemania”, dilucida Patricia Pietrafesa, bajista del grupo. “Cuando fuimos a Hamburgo por primera vez, en 2010, tocamos en el Hafenklang, un antro en el que actúan bandas de punk rock, hardcore y cumbia. Y ahí se llegó el equipo de fútbol de mujeres de St. Pauli, con su entrenador. Desde ese momento, las chicas nos van a ver a todas partes, hasta se vinieron a nuestro show en el Fusion Fest (NdR: el festival independiente más grande de Europa), en el que nos regalaron las camisetas del club. Así que ahora son grandes fans de Kumbia Queers, y las Kumbia Queers de St. Pauli. En Europa, como están las cosas, con el avance de la derecha y el neofascismo, que varios equipos de futbol estén evidenciando su oposición merece todo nuestro respeto”.
A contramano de la Argentina y de otros países donde el fútbol lo es todo, en los que además la identidad del equipo hoy gira en torno a los jugadores referentes, en St. Pauli, que en 1979 estuvo al borde de la bancarrota (lo que lo llevó a la tercera división hasta 1984) la estrella es el propio club. Sin un presupuesto ostentoso ni jugadores emblemáticos, el combinado que en mayo cumplirá 104 años de historia, dirigido por el técnico Roland Vrabec, logró, además de hacerse de una hinchada de 11 millones de seguidores en todo el planeta, cambiar los paradigmas del fútbol al poner a este deporte al servicio de la sociedad. “Cuando me recibí de entrenador, mi obsesión fue dirigir las inferiores de St. Pauli”, asegura Gustavo “Cepillo” Acosta, quien apenas jugó tres meses en esa institución debido a una lesión que lo sacó prontamente de circulación. “Pese al poco tiempo que estuve allí, me mostraron otra manera de comprender el mundo. Me lo dieron todo. Me puse en contacto con una chica que trabaja en el club para blanquearle que quiero trabajar con ellos. No tuve respuesta. Al menos me gustaría que supieran es que el sentimiento que tengo por esa experiencia todavía es muy fuerte.”
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