jueves, 8 de mayo de 2014

[Occupy Wall Street] El policía que la agredió sexualmente es inocente y ella enfrenta hasta 7 años de cárcel

por Malú Huacuja del Toro

[Occupy Wall Street] El policía que la agredió sexualmente es inocente y ella enfrenta hasta 7 años de cárcel
Hay estudios sobre entrenamientos a los policías para manosear a las mujeres y provocarlas.

Desde hace un mes, los protestantes del movimiento Ocupemos Wall Street (Occupy Wall Street) contra la plutocracia que hace sufrir a la mayoría de los habitantes del planeta estuvieron visitando en masa los tribunales al sur de Manhattan para apoyar a nuestra compañera Cecily McMillan, una de las activistas veteranas de este movimiento que comenzó el 17 de septiembre de 2011 (en la foto  vemos a Cecily con Justin Wedes, quien este año fue alumno de la Escuela de la Libertad Zapatista y nos entregó el ensayo de 7 lecciones zapatistas).
 
Cecily McMillan y Justin Wedes en la Plaza de la Libertad ocupada
 
 
El inicio de sesiones del juicio se había postergado varias veces para —creemos algunos— desalentar la masiva atención que de todas formas tuvo este caso. Cecily pasó casi dos años de su vida sabiendo que enfrentaba una posible sentencia de entre dos a siete años de cárcel por haberle dado un codazo a un policía que le manoseó y apretujó el seno derecho al grado de dejarle moretones al momento en que la arrestó por desobediencia civil pacífica, y que le causó un ataque nervioso. La fuerza policíaca a las órdenes del entonces alcalde Michael Bloomberg (ahora consejero del gobierno “de izquierda” de la ciudad de México) que fue desplegada ese día era imponente, innecesaria e intimidante. De eso se trataba. Hay estudios sobre entrenamientos a los policías para manosear a las mujeres y provocarlas. Es posible que también de eso se tratara. Pero nada de eso se pudo escuchar ni ver en los tribunales. El día que los activistas se presentaron cada uno con un corazón de papel pegado en el pecho, el juez ordenó sacarlos de la sala. En cuanto la noticia fue cubierta (y muy mal, por cierto, evidentemente parcial y con fechas traspapeladas, al grado que tuvimos que mandar cartas aclaratorias y con pruebas) en  The New York Times, el juez impuso silencio en los medios a la defensa de Cecily. Y aunque, durante el juicio, el policía “atacado” por Cecily se señaló el ojo equivocado, el jurado la “encontró” culpable de todos los cargos que se le imputaban. Peor aún: ayer 6 de mayo, uno de los miembros del jurado que no quiso revelar su nombre declaró que al terminar el juicio fueron conducidos en una camioneta lejos de la corte para evitar a la prensa, y que “no tenía idea de que la condena iba a ser la cárcel”. O sea que si el jurado no peca de corrupto y de defender a los bancos y a su policía, peca de abulia cruel.
           Por todo ello, y como no permitieron en los tribunales hacer un análisis más amplio, la prensa alternativa se ha dado a la tarea de cubrir lo que los medios de incomunicación nunca explicaron a los jurados ni a la opinión pública. He aquí una perspectiva más completa, puntual y exacta de lo ocurrido:
 
El ANÁLISIS DE RACHEL de AUTOSTRADDLE*

Cecily McMillan es una activista involucrada en el movimiento Ocupemos Wall Street (Occupy Wall Street), pero probablemente eso no es lo que usted ha escuchado de ella. Lo más posible es que usted esté familiarizado con su nombre porque hoy fue hallada culpable de atacar a un oficial de policía. La policía de Nueva York alega que McMillan le dio intencionalmente un codazo al oficial Grantley Bovell en la cara, el día de la fiesta de San Patricio, en el año de 2012. McMillan y su defensor alegan que ella le dio un codazo a alguien que estaba detrás de sin saber quién era, en un intento por impedir que le manoseara un seno. Parece que, al final de las cuentas, el jurado terminó creyendo la narrativa del Departamento de Policía de Nueva York.
     
La condena de McMillan ocurre ante un complejo conjunto de factores: un sistema judicial que ha probado consistentemente tener fallas en sus consideraciones sobre las mujeres que se defienden a sí mismas de los hombres (pregúntenles tan sólo a CeCe McDonald y Marissa Alexander); un tipo de brutalidad policíaca que se ha aplicado particularmente contra la protesta de Occupy de algunas formas, pero que ciertamente no comenzó ahí; el  persistente telar de la cultura de la violación. Son complicadas las narrativas culturales profundamente incrustadas que hacen posible la condena impactante de McMillan, y son lo suficientemente fuertes como para que, en opinión de muchos, su condena no sea impactante en realidad. McMIllan tenía pruebas fotográficas de moretones en su seno, y su historia como activista que específicamente promueve tácticas no violentas hace que no sea posible que ataque a un oficial de policía. Pero nada de eso importó. Mucho de este caso es confuso pero hay una cosa clara: las historias que nuestra cultura se cuenta a sí misma sobre violencia, justicia y mujeres fueron al final de las cuentas más convincentes para un jurado que las pruebas mismas.
     
La historia de violencia de la policía de Nueva York en contra de la población civil es larga, y el juicio de McMillan es sólo un punto de datos. La política “Stop and Frisk” (de detener y catear en la calle) es una buena ilustración de por qué McMillan enfrenta una batalla cuesta arriba: el sistema legal ha apoyado el derecho de la policía a acceder a los cuerpos de los civiles de manera invasiva  desde hace bastante tiempo y no ha requerido ninguna justificación legal para hacerlo. Occupy Wall Street llevó el tema de la brutalidad policíaca a las noticias nacionales; aunque los negros y morenos en la ciudad de Nueva York habían sufrido por mucho tiempo la violencia a manos de la policía, Occupy proporcionó fotos y videos de violencia cometida contra jóvenes blancos desarmados, lo que provocó más indignación en los medios de comunicación masiva. Una investigación independiente de cuatro consultorías jurídicas encontró que “la policía de Nueva York agredió a los manifestantes de Occupy Wall Street y violó sus derechos en muchísimas ocasiones”, y explicó sus conclusiones en un informe titulado La supresión de la protesta: violaciones a los derechos humanos en EEUU, en respuesta a Occupy Wall Street. El asistente del fiscal de distrito Erin Choi, quien procesó McMillan en los tribunales, dijo al jurado que el recuento de McMillan sobre los sucesos con Bovell [el policía que la atacó ] era “tan ridículo e increíble que igual podría haber dicho que unos extraterrestres bajaron esa noche y la agredieron”. Dada la larga historia de brutalidad policíaca y violaciones por parte de la policía de Nueva York , y dada la violencia que se vive durante Occupy Wall Street —Supresión de la protesta  señala una serie de incidentes específicos que varían desde aplicar “llaves de yudo” a gente con cámaras, aventar a los protestantes al aire hasta tomarlos del cuello, ahogarlos y estrellarlos contra los carros— el argumento de Choi parece ingenuo en el mejor de los casos y en el peor, un intento de cambiar de lugar los hechos hasta confundir la autoconfianza en la percepción de  McMillan y de la opinión pública hasta hacerlos creer que simplemente no existe prueba de la brutalidad policíaca.
 
Aún más perturbador que un indignante comentario por Choi fueron los parámetros de las pruebas que se presentaban ante el jurado. Molly Knefel en The Guardian señala que al jurado se le negó específicamente tener información crucial sobre el contexto, y se privilegió el testimonio de los oficiales de la policía de Nueva York por encima de las pruebas materiales de los hechos:
 
... El jurado no escuchó nada acerca de la violencia policíaca que tuvo lugar en el Parque Zuccotti esa noche. No oyó acerca de lo que allí ocurrió el 15 de noviembre de 2011, la primera vez que el parque fue desalojado. Se excluyó enteramente de la sala del tribunal… El juez Ronald Zweibel dictaminó sistemáticamente que cualquier contexto más amplio de lo que estuviera sucediendo en torno a McMillan en el momento de la detención (por no hablar del historial de violencia de Bovell [el policía]) era irrelevante en los alcances del juicio […] A pesar de las fotografías de su cuerpo magullado, incluyendo su seno derecho, la fiscalía puso en duda tras las acusaciones de McMillan de haber sido herida por la policía; todo eso mientras que el oficial Bovell repetidamente identificó el ojo equivocado mientras estuvo dando testimonio de cómo lo hirió McMillan.
 
A pesar de que es el trabajo de cualquier abogado tratar de hacer hincapié en las pruebas que apoyan la historia de su cliente y restar méritos a las que no lo hacen, lo que ocurrió en la sala del tribunal durante el juicio de McMillan es una representación microcósmica de una realidad social persistente: las formas como se hacen invisibles los patrones culturales de violencia, especialmente contra las personas marginadas, y en su lugar se presentan como eventos aislados interpersonales. De esta manera, el asalto sexual en las universidades se degrada a una epidemia nacional o a un desafortunado malentendido entre chicos universitarios. La violencia contra las mujeres trans se estima como un solo caso de un individuo transfóbico, no es un problema generalizado y mortal. Al eliminar del salón de tribunales el contexto amplio en que tiene lugar la agresión McMillan —como, por ejemplo, el hecho de que [el policía] Bovell tiene una historia de violencia y mala conducta con la policía de Nueva York— la fiscalía efectivamente niega que el asalto a McMillan sea parte de un problema sistémico y les niega los miembros del jurado la oportunidad para llegar a esa conclusión.
       
Pero la condena de McMillan va más allá de negar la existencia de la violencia sistémica: se trata del fenómeno jurídico de castigar a las personas que la sufren y, específicamente, de castigar a las mujeres. En los últimos años, hemos visto de alguna manera castigadas en tribunales a las mujeres que se han defendido a sí mismas en contra de la violencia, mientras que sus atacantes reciben poco o ningún castigo. CeCe McDonald fue víctima de un atacante enfurecido, pero terminó en la cárcel, y no así ninguno de sus atacantes. Un caso famoso, ocurrido bajo la misma ley que no condena a George Zimmerman por la muerte de Trayvon Martin,  es el de Marissa Alexander, enviada a prisión por disparar un tiro que no hirió a nadie, en un intento de asustar a su novio agresivo. La condena de McMillan encaja con una narrativa cultural que insiste en que la violencia perpetrada contra las mujeres no es un problema, pero una mujer que se defiende a sí misma de lo que es. Por supuesto, este concepto también se vincula claramente con las narraciones perpetuadas por la cultura de la violación: en concreto, que es mucho más probable que una mujer mienta acerca de haber sido agredida, que el hecho de si su asalto fue real.  Para no variarle, los comentarios de Choi en el tribunal se leen como una página de manual de tontos para culpara a la víctima. De Anna Merlan en el periódico Village Voice:
Choi denominó como “absolutamente ofensivo” y “físicamente imposible” el argumento de McMillan de que Bovell la había agarrado, y dijo que era “absurda la forma como esta historia no tiene sentido”.  “Si McMillan fue verdaderamente manoseada —dijo Choi—, la joven lo habría informado de inmediato. Ella señaló que habló con un trabajador social y con un psiquiatra en el hospital después de ser arrestada, y que no mencionó el incidente a ninguno de los dos”.
     
En el juicio de McMillan tenemos la oportunidad de ver en acción no sólo la misoginia, la práctica de culpar a la víctima y la apología, sino cómo se apuntalan a escala más amplia los sistemas de opresión y violencia. En su argumentación, Choi confía en que el jurado ya tiene o al menos está familiarizado con una creencia: los “verdaderos” sobrevivientes de un ataque sexual divulgan todos los detalles de éste inmediatamente a las autoridades correspondientes y toman todas las posibles oportunidades de iniciar acciones legales . Si no lo hacen, quiere decir que están mintiendo. Esta idea, por supuesto, no toma en cuenta los hechos claves, como que el asalto de McMillan fue cometido por una de las “autoridades correspondientes” y que McMillan había visto más que suficiente violencia policíaca sin rendición de cuentas como para saber que probablemente sería inútil reportar. El útil Mito de la Mujer que Miente permitió Choi dirigir eficazmente la atención lejos del fenómeno comprobado por analistas independientes de la violencia policíaca desenfrenada sobre el individuo. Cuando se emplea con habilidad, este tipo de invocación de la ideología de la cultura de la violación puede obscurecer totalmente cualquier conciencia de la opresión sistémica que un individuo puede estar esbozando.
       
Es importante destacar que Cecily McMillan es de apariencia blanca (ella es multirracial), algo que probablemente ha afectado radicalmente el resultado de su historia. Aunque el asalto de McMillan es atroz e imperdonable —como lo es que el tribunal lo ignore y la acuse de agresión—, es también algo que sucede muchísimo más frecuentemente a las mujeres de color y no recibe por lo general el clamor  que la historia de McMillan tiene. Sería un error considerar a la historia de McMillan, acompañada de la brutalidad policíaca, como un incidente aislado o incluso sólo un incidente en el contexto de las protestas de Occupy; es importante recordar que esto ha estado ocurriendo durante mucho tiempo antes de Occupy y que ha ocurrido sobre todo a la gente de color. Aún si no pudiéramos detener la condena a McMilla, podemos utilizar la visibilidad de la misma para apoyar a la gente de color que con mayor frecuencia es sujeta a la violencia policíaca. Podemos negarnos a ceder ante la presión de ponernos anteojeras y, en cambio, encender los reflectores sobre el sistema entero. •
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