CARLOS AZNAREZ / Resumen Latinoamericano – Francia está convulsionada, surcada por la confusión e invadida por los miedos (que casi siempre desembocan en comportamientos xenófobos), porque esta vez la guerra que tanto provocaron y alentaron sus gobernantes ya no alcanza para verla solamente en los televisores. Ahora las balas de un lado y del otro resuenan en las calles de París y sus alrededores, y como no podía ser de otra manera hay muertos. Algunos, como los colaboradores del periódico “Charlie Hebdo”, masacrados en su lugar de trabajo. Otros, fusilados por la policía francesa, que en su afán de “encontrar culpables”, militariza con más de 80 mil efectivos la capital y sus pueblos adyacentes.
Esta es la foto que muestra al mundo, en este particular principio de año, un país que a diferencia de los Estados Unidos, siempre se las ha arreglado para disimular su afición a la violencia, y dentro de ella, las “hazañas” de años de terrorismo estatal.
Francia, la de la guillotina, en la que perdieron la vida tantos inocentes (desoladoramente pobres la mayoría de ellos, que no tuvieron el más mínimo derecho a la defensa). Francia, la de cuatro centenares de pruebas atómicas en otros tantos sitios del planeta, contaminando y destruyendo el ecosistema. Francia, la de las guerras imperiales y colonialistas en Argelia, en Chad, en Africa y el Medio Oriente. Basta recordar el poderío militar francés, capaz de arrojar al vertedero aquellas frases ilustres de “Libertad, Igualdad y Fraternidad”, arrasando con sus uniformados poblaciones enteras, bombardeando territorios muy lejanos de sus lugares habituales de residencia, torturando salvajemente a los revolucionarios haitianos y argelinos, encarcelando por cientos a militantes vascos, bretones o corsos (todos ellos, embarcados en rebeldías independentistas), o exportando la doctrina militar de exterminio hacia diversos puntos del planeta, como Argentina, por ejemplo, en que los militares gorilas locales leyeron y releyeron manuales elaborados por sus colegas vecinos de la Torre Eiffel.
El caso al que ahora se refiere con indisimulado morbo la mayoría de la prensa corporativa mundial, no escapa a las generales de la ley. Un grupo comando simpatizante de Al Qaeda o el ISIS (qué más da), irrumpe en la redacción de un semanario humorístico y asesina a gran parte de la redacción, algunos de cuyos integrantes eran conocidísimos por sus caricaturas y viñetas cargadas de un humor irreverente, que a veces solía causar gracia y otras, decididamente no. Se trata, desde ya, de un crimen brutal, pero no menos importante que el de cientos de periodistas asesinados gota a gota en Honduras, en México o en Guatemala.
Ahora bien, párrafo aparte merece este tipo de “journal humorístico” que, como en el caso de “Charlie H.” la había emprendido desde hace varios años -entre otros temas urticantes de los que les tocó burlarse- contra el profeta Muhammad y por ende contra todo el Islam. Por ello, las amenazas les llovían a granel, pero jamás pensaron sus directivos, que iban a ser víctimas de un “jueves negro”.
Lo que ocurre es que en los tiempos que corren, el humor no otorga luz verde, y hay temas que no se pueden tomar en broma. Sobre todo, si ofenden la elección religiosa de millones de personas en el mundo. Por un lado, porque si bien es cierto que las religiones son generalmente manipuladas por los poderosos o son parte importante del Sistema de opresión, en otras ocasiones, como ya ha ocurrido con los movimientos cristianos latinoamericanos denominados “del Tercer Mundo”, o con distintas experiencias del Islam, pueden ser utilizadas como una herramienta de toma de conciencia y de lucha anticolonial.
Ahora bien, el grupo ultra que atacó las oficinas de “Charlie H.” no era desconocido para la Inteligencia francesa, ya que varios de ellos, en ocasiones totalmente distintas a las actuales, habían salido del país para formar parte de las “milicias de la libertad” que intentaron, sin éxito, derrocar al presidente sirio Bachar Al Assad. Otros, hermanos, primos o vecinos de estos que ahora fueron fusilados por la policía francesa, habían combatido del lado de la OTAN, en Libia y en Iraq. Equipados con armamento de primera tecnología, ayudados económicamente por el dinero que depositaban en bancos europeos o de Medio Oriente, jeques, emires o monarcas, pero también por no pocos empresarios europeos. Los mismos que hoy se rasgan las vestiduras y claman al cielo por la “libertad de opinión”, palabra que sistemáticamente les sirve para violarla y perseguir a quienes la practican.
Hay un momento (lo mismo le pasó a los jerarcas de Washington) que el Frankestein construido con tanto esmero y disciplina, decide caminar por pie propio. Ya se pudo ver con los talibanes afganos, o con las mismas milicias mercenarias en Libia. El denominado “Estado Islámico” no es otra cosa que eso, y cuando se llega a ese punto, la guerra que antes era bien vista por la codicia Occidental, se convierte en un akelarre de horror y miedo desesperado en sus propios territorios. Se lo pudo ver y palpar esta semana, con los trenes y el metro londinense interrumpidos por una simple llamada con “aviso de bomba”, o en Madrid, con amenazas que mencionaban el 11/M de la Estación Atocha, o en París, con el caso de “Charlie Hebdo”.
El gran problema es que los tiempos siguen cambiando para mal, ya que el poderío capitalista en su afán de extender sus conquistas económicas sigue apelando a invadir territorios que les pueden dar dividendos importantes, y comienza a sufrir las consecuencias de una guerra asimétrica que muchas veces se les escapa de la mano y les estalla en pleno rostro.
Esto es lo que, sin dudas, han provocado personajes siniestros como el ex presidente Nicolás Sarkozy y el actual mandatario Francois Hollande. El primero fue el principal instigador del brutal crimen del jefe libio Muhammar Gadafi, y en 2009 había recibido en su despacho a uno de los yihadistas que ahora atacó la redacción de “Charlie H.”. El mismo Sarkozy que en el colmo del cinismo ahora clama al cielo señalando que “Los bárbaros están atacando a Francia”.
No se queda atrás el actual mandatario Francois Hollande, aliado fundamental de Estados Unidos en cuanta tropelía se les ocurre emprender a los genocidas de Washington y figura aborrecible por su prédica fascista contra los inmigrantes de ascendencia musulmana.
Hacia ellos y no sólo contra los atacantes al “Charlie H.” (mercenarios cómplices de su política imperial) deberían ir dirigidas todas las acusaciones por lo ocurrido en estos días. Y sin embargo, como esos boxeadores que demuestran tener buena cintura, ambos convierten la hipocresía criminal que los arropa desde siempre en una carga de gigantesco victimismo. Muy sueltos de cuerpo, convocan a “la unidad del pueblo francés” para “detener al terrorismo”.
Además, intentan convertir el ataque al “Charlie Hebdo” en una excusa para blanquear cientos de asesinatos provocados por sus soldados colonialistas en diversos países, y por último, convocan a una marcha de repudio al crimen de los periodistas en la que participen la izquierda y la derecha representada por ellos mismos. “Millones de franceses debemos salir a las calles este domingo”, sostiene Hollande, cuando él y muchos de los que lo acompañarán ese día callaron frente a las masacres de palestinos en Gaza, o los ataques similares realizados por los mercenarios en Siria, Iraq y el Líbano. Es fácil reclamarse ahora “víctimas del terrorismo” y convertirse en blancas palomas de la “unidad y la tolerancia”. Son los mismos que en estas tristes circunstancias desempolvan nuevamente la bandera del chauvinismo anti musulmán, negándole a esa comunidad el derecho a la educación, a la atención médica o el acceso a trabajos dignos. En fin, excluyéndoles de la vida social, con expresiones de un racismo que en ese país no es sólo privativo de la ultraderecha de Le Pen.
Por todo ello, sería loable que el pueblo francés exija en la calle el castigo a los culpables de la masacre de “Charlie H.” pero también se pronuncie a favor de la retirada de los militares franceses de las fuerzas de exterminio de la OTAN, y deje de apoyar al paramilitarismo mercenario que tantos muertos causa diariamente en Medio Oriente. La impunidad con que vienen actuando los gobernantes franceses no puede ser premiada ni glorificada con la excusa de un crimen brutal. Menos aún marchando juntos con quienes han provocado este estado de cosas.
¿Qué se podría pensar si el presidente mexicano Enrique Peña Nieto convocara en estos días a una manifestación junto a los familiares de los estudiantes masacrados en Atyozinapa, para exigir justicia, cuando es el propio poder gubernamental el culpable de esas muertes?
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