No es la ”jungla” de migrantes de Calais, es París, pero tantos son los indocumentados llegados en los últimos días y tan precarias las condiciones, que la zona donde se concentran podría considerarse una nueva jungla en Francia.
Las organizaciones humanitarias calculan que se trata de unas dos mil personas apiñadas en las cercanías de la estación de metro de Stalingrado, en el noreste de la ciudad.
Debajo de la línea ferroviaria exterior están instalados varios centenares de foráneos y lo mismo sucede a lo largo de varias cuadras por las avenidas cercanas: allí permanecen en deterioradas tiendas de campaña verdes, naranjas, azules, amarillas… rodeadas de cordeles en los que cuelgan ropas y abrigos.
‘Son muy tranquilos, no hemos tenido problemas de robos, lo único que hacen es comer y dormir’, cuenta Hamid a Prensa Latina, un vendedor de una tienda de ropas situada justo frente a la aglomeración.
‘El problema es que nos hemos quedado sin trabajo, nadie quiere venir a esta zona porque temen que los migrantes sean peligrosos’, lamentó mostrando la poca afluencia de clientes en su local.
Efectivamente, la avenida está repleta de comercios, cafeterías y restaurantes, pero casi todos los sitios permanecen vacíos y solo aparecen algunos compradores y consumidores esporádicos.
El panorama es impactante al observar aquella multitud de personas sin techo, sin un sitio a donde ir, con solo una maleta en la que cargan lo esencial para vivir.
La mayor parte de ellos duermen en el piso, aunque en el interior de algunas tiendas es posible ver colchones viejos en los que se acuestan tres y cuatro personas por falta de espacio, o para contrarrestar el frío, o quizás por las dos.
Si bien casi todos son hombres mayormente jóvenes, también hay mujeres y hasta niños pequeños.
Hamid, el de la tienda, también es inmigrante, pero llegó hace más de 40 años de Pakistán. Como quien se reconoce en ellos, mira a los indocumentados y comenta que lo más preocupante son las noches.
‘Yo estoy en la tienda con calefacción y siento frío, no sé cómo ellos logran resistir, sobre todo por las noches cuando bajan mucho más la temperaturas. Ojala el gobierno los evacue y los lleve a lugares seguros antes de que llegue el invierno’, señaló.
El presidente galo, François Hollande, prometió que desmantelarán la aglomeración porque, según sus declaraciones, en un país con una antigua tradición solidaria como Francia, los campos de migrantes no son admisibles.
Los foráneos que reúnan las condiciones para recibir el asilo serán llevados a centros de acogida, mientras el resto recibirá cartas con un plazo de 30 días para abandonar el territorio nacional.
No obstante, una mayoría viene de países en guerra como Siria, Libia o Sudán, y por ello no les será difícil justificar su condición de refugiados.
Como pasos iniciales para la futura evacuación, la policía de París llevó a cabo un control administrativo para identificar a los migrantes e ir conociendo las circunstancias de los diferentes casos.
Mientras tales gestiones avanzan, las condiciones en que permanecen los extranjeros son verdaderamente duras: las autoridades colocaron algunos baños en los alrededores, las asociaciones humanitarias trabajan sin descanso para llevarles ropas y alimentos, pero los esfuerzos son insuficientes.
‘Nosotros les damos comida, tratamos de ayudar como podemos, pero es difícil, son muchos, cada día son más, y varios vecinos se molestan porque los problemas de higiene están creciendo en toda la zona’, dijo a Prensa Latina una residente del área llamada Martine, quien además colabora con las organizaciones de apoyo.
Solo un corto recorrido por los alrededores permite constatar tales preocupaciones: los desechos inundan las calles y aceras, cada tres pasos aparecen los botes de basura desbordados, y los olores desagradables irrumpen como signo inequívoco de la falta de higiene imperante.
Tal como explican Hamid, Martine y otros vecinos, lo más preocupante es que tal situación se repite una y otra vez en los últimos tiempos: cuando la zona comienza a desbordarse de migrantes, viene la policía y los evacua, pero poco tiempo después llegan más indocumentados para instalarse, y entonces la historia vuelve a empezar.
Luisa María González | PL
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