Durante las últimas semanas, la tesis de una invasión militar se ha planteado como inminente dentro del debate de la opinión pública a nivel nacional e internacional. Por eso bien vale hacerse un panorama del contexto de agresiones y amenazas contra el país para saber si es tan cierto que estamos cerca de un escenario tan violento para la estabilidad de Venezuela.
Bruno Sgarzini
El formato de la amenaza permanente para disuadir a Venezuela
Según la Estrategia de Seguridad Nacional de la Administración Trump, todos los recursos de poder financieros, militares, comerciales, mediáticos y diplomáticos deben ser utilizados por Estados Unidos en función de que la amenaza contra el país agredido sea tan grande que éste se vea dispuesto a ceder en una mesa de negociación. De acuerdo a esta lógica, todo el cacareo del secretario de Estado, Rex Tillerson, sobre un embargo petrolero y las amenazas de Trump sobre una “opción militar” que no se descarta, deberían dar como resultado que el chavismo abandone el poder a través de una negociación.
Es decir: su total rendición bajo el formato propuesto por Tillerson de Maduro descansando en una hacienda con vista al mar en una parte de Cuba, mientras se delega todo el poder en un militar presto a darle un golpe de Estado.
Así se explica la sincronía entre una agresiva campaña comunicacional donde se sobreexponen las consecuencias de la crisis, agravada por las sanciones, y la consecución de acciones contra Venezuela, como las sendas declaraciones del Grupo de Lima, el anuncio de un examen preliminar por “violaciones a los derechos humanos” en la Corte Penal Internacional, las profecías lanzadas por Rex Tillerson acerca de un golpe militar en el país y la posibilidad de que se aplique un embargo petrolero contra PDVSA. Todos formatos de un mismo intento de disuasión que hasta al día de hoy no han surtido efecto hacia dentro de Venezuela.
En repetidas ocasiones se ha dicho en esta tribuna que este enfoque tiene mucho que ver con que los tres personajes con mayor poder en la Administración Trump son militares. Como el jefe de gabinete en el caso de John Kelly, la dirección del Consejo de Seguridad Nacional a cargo del mayor general H.R. McMaster, y la jefatura del Pentágono en las manos de James Mattis. Mientras que su prontuario los ubica en el antes, durante y después de la destrucción de Irak, una de las experiencias bélicas más sanguinarias y macabras de la historia moderna donde al menos un millón de personas perdieron la vida por la toma de decisiones de estos personajes, ampliamente implicados en la organización de este genocidio.
Sin embargo, de esta experiencia, totalmente contraproducente, deriva que las sanciones financieras, milimétricamente diseñadas, se hayan convertido en la principal bomba de la política exterior debido al pantano militar en el que se convirtió Irak. Ya que las sanciones apuntan a llevar a las naciones atacadas hacia un punto de negociación, o de resquebrajamiento interno que posibilite un cambio de gobierno movilizado por las condiciones generadas por la presión contra el país. Venezuela parece encontrarse bastante cerca de este punto si se tiene en cuenta que recién desde el año pasado ha iniciado el ciclo de institucionalización de un bloqueo comercial y financiero en su contra, similar al que se ha aplicado a Cuba y otros países como Irán.
Las sanciones como un corsé al futuro
Para comprender esta premisa, se puede partir de los dichos de Jack Lew, secretario del Departamento de Tesoro durante la era Obama, quien en un discurso en 2016 sostuvo que “las sanciones son la bala de plata de la política exterior de Estados Unidos porque son más efectivas y baratas para doblegar a sus enemigos que el poder tradicional, porque tienen influencia en los mercados financieros estadounidenses, el nervio central de la economía globalizada”. Según su opinión, el ejemplo más claro de esto es el de Irán porque las sanciones “la convirtieron en una zona prohibida para las compañías occidentales hasta que modificó sus políticas a cambio de un alivio en el bloqueo en su contra”. Ambas declaraciones son para tener en cuenta en un momento donde el diseño del bloqueo contra Venezuela se realiza principalmente desde la dirección de la CIA de Mike Pompeo, de acuerdo a sus propias declaraciones en el Instituto Americano de la Empresa a principios de este año.
Ya que se encuentran bastante a tono con las recientes afirmaciones de un alto funcionario del Departamento de Estado, acerca de que las “sanciones financieras contra Venezuela han funcionado porque han provocado un colapso económico total del país”. Una expresión de deseo que sintetiza el objetivo de las órdenes ejecutivas de la Administración Trump que impiden el financiamiento de la República Bolivariana, y ordenan bloquear los pagos del Estado y privados hasta que se compruebe si ese dinero proviene del “narcotráfico, la corrupción o la violación a los derechos humanos”, según lo dicta el Departamento del Tesoro. Una persecución financiera que progresivamente se dirige hacia sacar a Venezuela del sistema de pagos internacionales, en la línea de convertirla en “una zona prohibida para las compañías occidentales”, según lo comentado por Lew.
Según este menú declarativo, la campaña de presión contra el país apunta a que sea incapaz de acceder a dinero para enderezar su economía, induciendo sus debilidades administrativas a niveles críticos, lo cual marca una imagen estática, de crisis perpetua, como si las sanciones fuesen un grillete atado al futuro de los venezolanos. Dado que la esencia misma de este tipo de bloqueo se dirige a afectar permanentemente el signo monetario del país, los suministros básicos, el flujo de materias primas para la industria, y los artefactos tecnológicos necesarios para mantener servicios esenciales como los sanitarios, eléctricos y de transporte. Una especie de asesinato lento de la nación basado en paralizar su vida interna en función de poner a sus habitantes a pensar solo en su sobrevivencia.
En este contexto es que se entiende mejor por qué las sanciones son un corsé al futuro de Venezuela, sobre todo si se analiza que el camino actual le impide desarrollarse y progresar, bajo los parámetros actuales de la globalización. Desde un punto de vista trágico en el que Washington le propone elegir “por las buenas” entre ser Grecia, si acepta sus dictados, un país tutelado a base de créditos y planes de ajustes; o “por las malas”, resistiéndose, una Irak destruida primero a sanciones y luego a bombazos. Ambas propuestas por las que se mueven todas las alternativas políticas que se le ofrecen al país, según las muchas vocerías que hoy se pelean por ver quién amenaza más a Venezuela.
De invasiones y bloqueos del Estado
Una de esas amenazas más agitadas es la de la inminente invasión militar por parte de Estados Unidos y una coalición militar, posterior a los últimos movimientos en Colombia del Comando Sur y la acción coordinada en las fronteras con Venezuela de este país en conjunto con Brasil y Guyana. Opción que Shannon K. O’Neil del Consejo de Relaciones Exteriores, uno de los tanques de pensamientos más influyentes de Washington, califica de contraproducente si se tiene en cuenta que Estados Unidos debería ocupar el país con 150 mil soldados, sin la garantía de poder estabilizarlo y la posibilidad de que se vuelva adversa para su política exterior en América Latina. Una especie de Irak en sus propias puertas, que se dice muy fácil pero se hace bastante difícil.
O’Neil, en cambio, propone continuar con el abanico de sanciones financieras al país y a altos funcionarios, como una forma de ejercer presión contra el Gobierno venezolano en clara consonancia con los mecanismos de presión contemplados en la Estrategia de Seguridad de la Administración Trump, entre los que también ubica la persecución judicial internacional contra el directorio cívico-militar bolivariano. Dentro de la estrategia descrita por el Departamento de Estado de llevar al país hacia un colapso para conseguir por esa vía un cambio político a través de un golpe de Estado interno, quizás en la misma tónica con la que se organizó en Zimbabwe en un entorno de alta inestabilidad económica.
Si la tesis de la invasión militar inminente fuera real, debería pasar antes por las fases de colapso y bloqueo técnico del Estado exigidas por las vocerías norteamericanas, en todas sus vertientes. Sin embargo, por mucho que se genera presión contra la vida del país, la única vía que le queda a la Administración Trump es la de utilizar recursos de poder duros, sin que exista en apariencia una oposición interna, ni un ejército irregular ni de proximidad, dispuesto a capitalizar los efectos de la encerrona financiera que aplican al país para agudizar los efectos de la crisis. En cierto punto, como dijimos, obligar al país a una elección imaginaria entre ser Grecia o Irak, lo que en realidad demuestra es la incapacidad de imponer una salida al conflicto político a favor de Washington.
Ante este panorama, la lucha del chavismo pasa por cerrar el ciclo político de alta inestabilidad interna abierto con la muerte de Hugo Chávez. Dado que la resolución del conflicto a través de unas elecciones presidenciales supone un importante margen de maniobra para imponer medidas hacia dentro de la administración del Estado, necesarias para evitar que los efectos de las sanciones, quizás de un embargo, paralicen el funcionamiento de la vida del país. En gran medida, cerrar un frente central de la política venezolana de los últimos años para dedicarse de lleno a moldear una nueva Venezuela, donde sean saneadas mínimamente las arterias económicas, financieras y comerciales, alteradas a partir de 2012. Ya que la mejor manera de detener una invasión es aquella que evita las condiciones para que se dé.
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