El “mandar obedeciendo” implica una permanente tensión. Nuevos tipos de vínculos se hacen necesarios. La verticalidad del viejo “centralismo democrático” ya no sirve como fundamento organizativo.
Fernando Dorado
lunes, 3 de enero de 2011
Hacia una Hegemonía Social Popular en América Latina
17:13
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Popayán, 3 de enero de 2011
En América Latina - especialmente en países de Sudamérica -, avanza una revolución democrático-nacionalista. Una nueva hegemonía política está en formación.
La oligarquía entreguista, parasitaria y “compradora” que mantenía una “soberanía al debe” con base en una economía hipotecada a las potencias capitalistas occidentales encabezadas por los EE.UU., está siendo derrotada en países como Venezuela, Ecuador y Bolivia, y debilitada en Paraguay, Uruguay, Argentina, Brasil y Guyana.
En Chile, Perú y Colombia, la oligarquía colonial se ha mantenido en el poder por medios violentos. La dictadura de Pinochet y las democracias de fachada o “restringidas” han sido las herramientas utilizadas por esas elites antinacionales para contener a las fuerzas del cambio. En Perú y Colombia, las clases dominantes han explotado los errores cometidos por la insurgencia armada. Ésta no logró desenmascarar ni deslegitimar la “farsa democrática”, lo cual permitió que las insurrecciones fallidas fueran usadas y convertidas en “vacunas” contra-revolucionarias. Es necesario rectificar.
Gobiernos progresistas y hegemonía social popular
El ascenso de una nueva hegemonía es algo complejo y lento. Las fuerzas populares – trabajadores del campo y la ciudad; comunidades campesinas indígenas, afrodescendientes y mestizas; pequeños y medianos productores; sectores medios de la sociedad y el proletariado “informalizado” – se apoyan en gobiernos progresistas para recuperar las bases económicas construidas con su trabajo. Éstas fueron socavadas por 30 años de neoliberalismo. Buscan crear condiciones favorables para apuntalar su hegemonía política.
Es una lucha a muerte porque se da en el marco de una profunda crisis económica, financiera, energética, ambiental, alimentaria y moral del mundo capitalista, y además, porque la independencia de los países del “patio trasero de los EE.UU.” constituye un golpe certero al corazón del imperio estadounidense que ahonda su progresivo declive.
La particularidad de éste fenómeno consiste en que el control oligárquico-colonial fue derrotado en el terreno de la “legalidad electoral”. Esa “institución democrática” ha sido un arma ideológica de las fuerzas imperiales. De esa manera – usando su propia medicina –, las fuerzas progresistas se apropiaron de una “parte del poder” (gobierno) y desde allí intentan minar el poder económico, político e ideológico de las clases dominantes.
Washington está tentado a intervenir por la fuerza. No lo puede hacer sin antes deslegitimar los procesos de cambio. Por ahora usan la política de contención y tácticas de provocación propias de las guerras de 4ª generación. Acusan a los gobiernos nacionalistas de ser cómplices de “narco-terrorismo” y de “alineamiento pro-iraní” que presentan como una amenaza nuclear inminente para occidente y el mundo.
Como toda verdadera revolución enfrentamos una “dualidad de poderes”. Los sectores populares – poco a poco - ponen a su servicio los aparatos y medios de control político e ideológico que estaban bajo el monopolio del gran capital. Tratan de neutralizar las fuerzas retardatarias que se sostienen gracias a la precaria estructura económica de nuestras naciones. Dependemos de la exportación de materias primas básicas (petróleo, gas, oro, carbón, café, banano, flores y otros productos). Forzosamente hacemos parte de los circuitos globalizados del mercado capitalista y ello nos hace vulnerables.
Líderes carismáticos como Ignacio “Lula” Da Silva, Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa, representan y encabezan dicho proceso. Impulsan iniciativas de integración regional y diversifican sus relaciones económicas con países y bloques económicos que compiten con el Pacto de la OTAN. En todos los países se pueden mostrar importantes avances en redistribución de la riqueza entre la mayoría de la población – vía inversión social - pero el camino no está desbrozado. Se avizoran peligros y amenazas en el entorno.
Evaluar esa situación es vital para todo el proceso latinoamericano dado que si la oligarquía en alianza con los EE.UU. consigue derrotar la revolución en alguno de estos países, tal hecho constituiría un fuerte revés para el conjunto de las fuerzas democráticas de la región.
La mayor parte de la izquierda latinoamericana ha apoyado este proceso. Sin embargo, hasta ahora no ha mostrado capacidad política para ponerse al frente. Algunos sectores minoritarios – que representan sectores radicalizados de los trabajadores del Estado (maestros, trabajadores de la salud, obreros de algunas empresas estatales) -, atacan a esos gobiernos porque - según ellos -, siguen aplicando políticas privatizadoras y neoliberales.
Tal reclamo lo hacen también algunas organizaciones sociales indígenas y campesinas en Ecuador, Bolivia, Brasil, y en menor medida en Venezuela, acusando a los gobiernos nacionalistas de mantener políticas “extractivistas” y de no estar construyendo una verdadera democracia participativa que en algunos de esos países debe traducirse en la construcción de un Estado Plurinacional, como ha quedado establecido en las Constituciones Políticas recientemente aprobadas.
El último frustrado golpe de Estado en Ecuador dejó ver esas contradicciones entre organizaciones sociales y el gobierno de la “revolución ciudadana”, que han sido analizadas por Miguel Carvajal Aguirre, ministro coordinador de Seguridad, en interesante entrevista realizada por Martha Harnecker. (1)
Los problemas en la construcción de Hegemonía Social Popular
Completar la derrota de la oligarquía colonial de América Latina es una tarea de impacto mundial. Agudizará las contradicciones inter-imperialistas y abrirá nuevas brechas para los pueblos de todo el orbe. Los EE.UU. y sus aliados europeos resentirán el golpe. Dicha tarea implica caminar firmemente con las dos piernas que hicieron posible ese primer paso: los movimientos sociales y los gobiernos progresistas.
Hasta ahora, los gobiernos han cumplido su papel en medio de las limitaciones y errores propios del nuevo reto. La experiencia demuestra que el Estado – por ahora – es el único instrumento para romper los monopolios parasitarios más vergonzosos que existen en la región. Lo cuál no significa que necesariamente se deban constituir monopolios estatales. La experiencia de Cuba – que hoy busca nuevos caminos – debe ser asimilada.
La gran falencia – desde mi punto de vista - está en el terreno de las organizaciones sociales. Las concepciones políticas predominantes y sus prácticas correspondientes, son nuestra principal debilidad. La dinámica social de los movimientos pareciera rebasar la capacidad individual de cada sector, grupo, partido, organización y/o de los dirigentes populares. Muchos de ellos asumen funciones de gobierno empujados por la necesidad sin tener claro el panorama. Pero, así es la vida. El pueblo siempre aprende sobre la marcha.
En teoría, la ruta en el terreno político está planteada por diferentes pensadores y movimientos. Los aportes de los zapatistas mexicanos y del MST del Brasil nos indican que lo ideal es “mandar obedeciendo”. Pero una cosa es la teoría y otra la práctica. Tal formulación es viable cuando el movimiento social es maduro, autónomo, democrático y está sintonizado con el proceso de cambio y, en correspondencia, los gobernantes están íntimamente ligados al movimiento social.
Nuestra compleja realidad social nos muestra que al interior de los movimientos se desarrolla una intensa lucha de clases – política e ideológica -, entre lo nuevo y lo viejo.
En forma resumida presento los principales problemas que viven los movimientos y organizaciones sociales que hacen parte de los procesos de cambio:
- Existe una gran confusión entre lo que es movimiento social y organización social. Se reduce el movimiento social a la suma de las organizaciones sin comprender que los movimientos son procesos más amplios que se expresan de múltiples y variadas formas, tanto en la lucha política como en la estrictamente económica, social y cultural.
Se requiere una mirada cuántica (no estática) de los movimientos sociales, que identifique su movimiento ondulatorio, sus interrelaciones, los saltos cualitativos y las potencialidades-contradictorias que se acumulan en forma imperceptible. Sólo así podremos “tejer” de verdad.
- Cuando el movimiento social no ha madurado políticamente, las organizaciones sociales (sindicatos, asociaciones, ligas, gremios, etc.) asumen posiciones contradictorias que se retroalimentan: una, se adjudican tareas propias de los partidos políticos que lleva a que las organizaciones desvirtúen su esencia amplia y no partidista, que las debilita en su base social. Dos, las reivindicaciones sociales y económicas se reducen a estrechos círculos. Se cae en “economismo”, “estrechez corporativa”, y prácticas gremialistas, lo que las aísla del conjunto de la sociedad.
Necesitamos prácticas políticas adecuadas a cada espacio. Si tenemos visión integral de movimiento podremos actuar en forma coordinada, cada quien cumpliendo a cabalidad su tarea. La organización social, el partido político, la comunidad económica, el grupo cultural, el individuo, el colectivo, todos y todas, aprendiendo y avanzando en permanente contacto con los pueblos y la sociedad en su conjunto.
- Se idealizan ciertas formas de lucha y movilización social. Se rechaza la acción electoral, institucional y el ejercicio de gobierno, dado que se desecha la posibilidad de utilizar un aparato político y administrativo que hace parte del Estado oligárquico dominante. Se contrapone la construcción de poder popular “desde abajo” con la acción política que utiliza ese poder real existente. Esta posición es absurda si se tiene en cuenta que es mediante vías electorales como se ha accedido a los gobiernos.
Tenemos que superar prejuicios ideologistas que limitan nuestro sentido práctico. Mientras construimos y afinamos nuestras propias herramientas debemos – conscientemente – usar instrumentos heredados, trabajando en los dos terrenos. Exprimiendo al máximo lo viejo y construyendo lo nuevo.
- La inmadurez política de los movimientos sociales lleva a que sus mejores dirigentes tengan que involucrarse en la dirección del aparato estatal. Se corre el riesgo que la dinámica administrativa-institucional coopte y/o neutralice los mejores esfuerzos e iniciativas populares. En este terreno se presentan dos manifestaciones paralelas: el burocratismo-legalista, que consiste en que los partidos y movimientos políticos se concentran en la tarea de adecuar y perfeccionar un “Estado que no es el nuestro” (dixit Lenin). Las fórmulas de democracia participativa se ahogan en el marco de las instituciones existentes. El “basismo”, que se apoya únicamente en las bases sociales para construir el “poder popular”, se rechaza cualquier acción institucional, y no se logra construir una fuerza coercitiva (económica, normativa y material). El poder popular que se aspira construir se reduce así a ejercicios desgastantes que en forma indirecta fortalecen el burocratismo que se quiere derrotar.
Es obligatorio avanzar con lo que somos y tenemos. Es necesario trabajar en los dos escenarios: usar el poder existente para fortalecer el poder insurgente. Si nosotros no avanzamos, las nuevas generaciones no tendrán los referentes para continuar por nuevos caminos. Sólo la acción política que involucra al conjunto de la población crea las condiciones para esos avances y desarrollos. La perfección no existe, sólo lo perfectible.
- En otras ocasiones los dirigentes populares - en función de gobierno estatal - enfrentan erradamente las reclamaciones y protestas de sectores sociales específicos. Niegan la autonomía e independencia de las organizaciones sociales. Usan métodos burocráticos para debilitar las posiciones que cuestionan sus políticas. Tal enfrentamiento desgasta a los gobiernos progresistas, a las organizaciones y al movimiento en su conjunto.
El “mandar obedeciendo” implica una permanente tensión. Nuevos tipos de vínculos se hacen necesarios. La verticalidad del viejo “centralismo democrático” ya no sirve como fundamento organizativo. La horizontabilidad “onogeísta” basada en la dictadura del consenso que oculta un democraterismo anodino, tampoco es solución. La organización se debe adecuar a los momentos, los objetivos, la correlación de fuerzas, buscando el máximo de participación y de efectividad. Debemos confiar en la “batalla de ideas” y en la apropiación social del conocimiento avanzado. Un compañero lo define así: “Tejiendo la red que usamos aprendemos a recoger nuestro alimento. Lanzada, recogerá lo inesperado, lo útil y lo sorprendente. Tejer, habilita a otros a realizar la propia red, aprendemos a conversar de lo que hacemos y aprendemos a saber de lo que conversamos.” (2)
Nota: La segunda parte de este ensayo trata el tema de la posición de la izquierda tradicional frente a los procesos de cambio. También presenta una reseña de las propuestas alternativas que están en construcción (“Capitalismo andino-amazónico” de Álvaro García Linera, la política del “Vivir Bien”, y el “Socialismo del Siglo XXI” de Heinz Dieterich).
(1) Harnecker, Martha. “Las complejas relaciones del gobierno de Correa con los movimientos sociales”. Ver:
(2) Galíndez, Pedro. “Tejiendo la red que usamos”. Inédito.
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