Cuando con cada paso que uno da se mueven los troncos de los árboles, uno sabe que está en un pantano tétrico.
Así sucede al caminar sobre lo que fue una piscina de lodos de perforación petrolera en la Amazonia ecuatoriana.
La extensión y el impacto de la contaminación en la vida natural y en las comunidades humanas del nororiente ecuatoriano son mucho peores de lo que pueda imaginarse, pudo comprobar este periodista en un extenso recorrido por la zona. Hemos recorrido 400 kilómetros de carreteras y caminos de las nororientales provincias de Sucumbíos y Orellana, visitó seis comunidades afectadas y 12 sitios contaminados por la empresa estadounidense Texaco durante sus actividades de exploración y explotación, entre 1964 y 1990.
El pantano cuyos árboles se mueven es la “piscina” de desechos petroleros del pozo Yuca 9, una de las 162 que Texaco dice haber limpiado, o “remediado”, entre 1995 y 1998.Esas piscinas o fosas, algunas del tamaño de una cancha de fútbol, servían para depositar los lodos de perforación y todo tipo de desechos, incluso heces y basura, pues las instalaciones petroleras carecían de rellenos sanitarios y de tratamiento de aguas servidas.
La corporación estadounidense Chevron, actual propietaria de Texaco, fue condenada el 14 de febrero por un juez de Nueva Loja, capital de Sucumbíos, a pagar 9.510 millones de dólares como indemnización por daños de su subsidiaria al ambiente y a la salud humana.
Los demandantes, indígenas y campesinos organizados en la Asamblea de Afectados por Texaco (AAT), apelaron por considerar insuficiente el monto para reparar el desastre, que incluye impactos en la salud. También lo hizo Chevron, alegando que el proceso es fraudulento. El juicio pasó así al pleno de la Corte Provincial de Sucumbíos.
En un contrato firmado en 1995 con el Estado ecuatoriano, Texaco asumió la responsabilidad de hacerse cargo de un tercio de los pasivos ambientales que dejó en la selva. El resto correspondía al gobierno. En el juicio, Chevron alegó que esas tareas se llevaron a cabo a satisfacción hasta 1998.
Pero la remediación de las piscinas, pudo comprobar Tierramérica, consistió en echar sobre ellas palos, llantas, tanques y maleza y tapar todo con tierra.
En 15 años, la naturaleza amazónica hizo crecer sobre ellas vegetación e incluso árboles, éstos que se mueven con cada paso que se da cerca de ellos. Pero es cuestión de perforar apenas un metro y medio o dos para encontrarse con el lodo.
Dos miembros del Frente de Defensa de la Amazonía, la organización de indígenas y campesinos que respalda la demanda de la AAT, practicaron esas perforaciones en varios de los sitios visitados por Tierramérica, incluso en la antigua piscina del pozo Sacha 53, de la que Chevron se ufana de tener informes favorables.
Texaco dice haber construido en total 326 piscinas como éstas mientras operó aquí, pero las inspecciones judiciales y peritajes establecieron la existencia de al menos 956.
Antes del año 1995, Texaco ya había tapado otras fosas que el Frente de Defensa de la Amazonía llama “piscinas ocultas”.
Cuando estos depósitos se cavaron no se los revistió con ningún material protector. Así, los residuos petroleros se filtraron por el suelo hacia los cursos de agua.
La mayoría de las piscinas contaban con unos desagües, llamados “cuellos de ganso”, instalados bajo el nivel del lodo petrolero, con el supuesto fin de permitir la salida de agua limpia hacia las corrientes cercanas cuando la lluvia elevaba el nivel del líquido depositado. La tesis que sustentaba esta práctica era que el petróleo flota sobre el agua.
Pero los cuellos de ganso se convirtieron de inmediato en conductos para esparcir aun más los vertidos venenosos, que siguen fluyendo por ellos hasta ahora.
Una de las paradojas de esta selva húmeda tropical donde el agua abunda, es que muchas aldeas y comunidades carecen del líquido para beber, cocinar y bañarse, porque están arruinados los arroyos y ríos en cuyas riberas asentaron sus casas.
“Esta es la casa de María Aguinda, una de las firmantes de la demanda original contra Texaco, en 1993. Lo hizo porque este río al pie de su casa se contaminó de petróleo y tenía que ir a buscar agua en otro río, a dos horas de camino”, indica a Tierramérica la indígena quichua Rosa Tanguila, de la comunidad Rumipamba, en Orellana.
Aquí la polución procede del pozo Auca 1, supuestamente remediado por Texaco, pero cuyas filtraciones envenenaron el río muy temprano.
Ante las protestas y paros de los habitantes, la empresa estatal Petroecuador está realizando trabajos de limpieza puntuales, y claramente insuficientes, en una cuenca en la que caben varios estadios de fútbol.
Tanguila es parte del equipo conformado por indígenas de la comunidad y contratado por Petroecuador para limpiar el lugar.
El trabajo consiste en lanzar fuertes chorros de agua hacia el fondo del río para remover una viscosa masa negra que se conduce luego hacia una trampa, donde Tanguila la retira con una raqueta triangular para depositarla en un tanque de metal.
“Estamos limpiando lo que Texaco dice que dejó bien”, ironiza Tanguila.
Los trabajadores tienen overoles de caucho para sumergirse en el lodo gris y negro, pero carecen de guantes y de gafas, por lo que están expuestos a la contaminación. Varios niños pequeños juegan a orillas del mismo del río y se salpican con la misma agua.
Para otro habitante de la zona, Donald Moncayo, de la empresa Selva Viva, “primerito, cuando recibió Petroecuador (el control del área) lo que debían haber hecho es un levantamiento de los pasivos ambientales o de los daños ambientales que dejaba la Texaco acá en la Amazonía, cosa que no hicieron”.
¿Por qué no? “Tal vez porque muchos funcionarios de Texaco pasaron a ser parte de Petroecuador y tenían ya calculado lo que iban a hacer: que el Estado ecuatoriano cargue con el muerto y libere a Texaco”, añadió Moncayo.
Selva Viva, creada por el Frente de Defensa de la Amazonía, intenta proteger un área selvática, rescatar especies en peligro de extinción y promover el ecoturismo, una tarea hercúlea en medio de tanto crudo.
Cronología de Texaco en Ecuador1964: Texaco forma un consorcio con Gulf Oil Corporation y consigue una concesión para explorar y explotar crudo por 28 años en el nororiente ecuatoriano. El éxito lleva a ampliar el área concedida a miles de kilómetros cuadrados.
El primer pozo exitoso es bautizado Lago Agrio 1, en recuerdo del hallazgo de petróleo de 1901 en Sour Lake, en el sureño estado estadounidense de Texas, que dio lugar a la formación de Texaco.
En torno a Lago Agrio surge un poblado que, más tarde y con el nombre de Nueva Loja, se convierte en capital de Sucumbíos.
1977: La Corporación Estatal Petrolera Ecuatoriana (CEPE), antecesora de Petroecuador, adquiere 62,5 por ciento del consorcio, que sigue administrado y operado por Texaco.
1990: El Estado ecuatoriano pasa a administrar y operar el consorcio, encargando la tarea a Petroecuador, sustituta de CEPE. Texaco se mantiene como socia y recibiendo dividendos.
1992: Texaco se retira de Ecuador al terminar el contrato.
1993: Una demanda de acción colectiva se presenta contra Texaco en la justicia de Estados Unidos.
1995-1998: Texaco efectúa trabajos de remediación pendientes. El Estado ecuatoriano se declara satisfecho, pero deja abierta la posibilidad de reclamos de terceros.
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