Medios y ciudadanos de algunos países están comenzando a levantar un rumor que acusa a los alemanes de intentar utilizar la crisis del euro para “conquistar Europa” y establecer un "Cuarto Reich".
Siobhan Dowling | GlobalPost
Podría haber sido una mala idea enviar a un alemán. Y su nombre ciertamente no ayudó mucho.
Cuando Horst Reichenbach llegó recientemente a Atenas para ponerse al frente de una nueva fuerza de trabajo de la Unión Europea que ayudase al país con su deuda, los medios de comunicación griegos lo apodaron al instante como “Tercer Reichenbach”.
Aparecieron caricaturas suyas con el uniforme nazi y un tabloide griego mostró una foto de su oficina con el siguiente titular: “La nueva sede de la Gestapo”.
Los griegos no son los únicos que albergan sospechas hacia Alemania. La prensa conservadora británica está en pie de guerra. El Daily Mail fue tan lejos como para acusar a los alemanes de intentar utilizar la crisis del euro para “conquistar Europa” yestablecer un "Cuarto Reich".
Mientras tanto, en Polonia, las supuestas ambiciones imperiales de Alemania se convirtieron en un problema en las últimas elecciones.
Y a medida que la crisis del euro se ha agudizado, la canciller alemana Angela Merkel ha insistido en que la UE tenga una mayor participación en la gobernabilidad nacional de los 18 miembros de la zona euro. Entre otras medidas, aboga por un poder europeo real sobre los presupuestos de los distintos países.
Con Italia ya absorbida por la espiral de deuda, Merkel ha advertido de que se necesitan rápidamente profundas reformas estructurales. “Eso significa más Europa, no menos Europa", ha dicho en repetidas ocasiones, la última el lunes en una reunión de su conservador Partido Demócrata Cristiano.
Del mismo modo, los miembros del partido supuestamente quieren más poder de Alemania en el Banco Central Europeo, cambiando su sistema de votación de manera que se base en la fortaleza económica. En la actualidad, cada país miembro tiene un voto.
Aquí está el problema: cuando la líder alemana pide un mayor poder e influencia europeo y casi todo el mundo interpreta que esto significa que Alemania tenga el poder y la influencia. Como el país más rico y más grande de la Unión, la influencia de Alemaniaensombrece mucho a la de los eurócratas afincados en Bruselas.
De hecho, cuando la gente refunfuña de la UE, ya no se queja de Bruselas.
No se suponía que fuera a ser así. Por el contrario, después de la Segunda Guerra Mundial, un gran impulso para la creación de la Unión Europea fue que se iba a frenar el poder alemán. Los países que habían hecho dos veces la guerra unos contra otros unían sus economías de una forma tan estrecha que el conflicto en el futuro sería imposible.
Un cálculo similar ayudó a alimentar el ascenso de la zona euro. Como precio por aceptar la reunificación alemana, el presidente francés en ese momento, Francois Mitterrand, exigió que Alemania renunciase a su preciado marco alemán y se comprometiese a tener una moneda común. El objetivo era amortiguar el poder alemán, no reforzarlo.
Hegemonía a regañadientes.
En la práctica, mientras que los Estados miembros tanto grandes como pequeños se suponía que iban a ser iguales, el corazón de la unión ha sido durante mucho tiempo la relación franco-alemana. Desde el primer momento, Alemania proporcionó el motor económico y Francia el liderazgo político. Así era como a los alemanes les gustaba.
"Los alemanes tendían a liderar desde atrás, y a permitir que los franceses ocupen simbólicamente un papel importante", dice William Paterson, profesor de política alemana en la Universidad de Aston en el Reino Unido. Ahora, sin embargo, la economía francesa parece cada vez más inestable, con sus bancos muy expuestos a la deuda de los débiles países periféricos. París está tratando desesperadamente de mantener su codiciada triple A de calificación crediticia. La tradicional relación de poder se ha inclinado hacia Alemania.
Para que se hable hoy de "Merkozy," cada vez está más claro que la canciller alemana tiene que ocupar el asiento del conductor.
“Alemania hace todo lo posible para presentar una imagen de uniformidad, y una relación equilibrada con Francia”, explica Olaf Cramme, director del centro de pensamiento Policy Network, con sede en Londres. Sin embargo, “la relación se ha convertido en extremadamente unilateral, y Alemania tiene la última palabra”, según dice que le han dicho los responsables políticos de Francia.
Berlín no parece estar completamente a gusto con este papel. Alemania es una "hegemonía a regañadientes”, dice Paterson. Los países deudores "miran a Alemania para salir del lío", apunta "Esto pone a los alemanes en la posición poco envidiable de: ¿si no es Alemania, entonces ¿quién?".
Exacerbando las tensiones, los alemanes se quejan de los costes de la zona euro. Sus políticos, a su vez parecen condescendientes hacia los países en problemas, dando conferencias acerca de la responsabilidad fiscal.
Esto, por supuesto, hace caso omiso de los muchos beneficios que han redundado en Alemania no sólo de la moneda común, sino también del despilfarro de sus vecinos. La zona euro ha proporcionado Alemania un gran mercado en el que puede vender sus productos de una forma sencilla y a buen precio. Y un fuerte endeudamiento de otros miembros condujo a una mayor demanda de sus exportaciones, haciendo que creciese el consumo doméstico relativamente débil de Alemania. En otras palabras, sin la zona euro, la economía alemana no se hubiera desarrollado tan bien.
La contrapartida de que Alemania viva dentro de sus posibilidades está en que otros están viviendo por encima de sus posibilidades”, dice Philip Whyte, investigador senior en el Centro para la Reforma Europea, con sede en Londres.
Cuando Horst Reichenbach llegó recientemente a Atenas para ponerse al frente de una nueva fuerza de trabajo de la Unión Europea que ayudase al país con su deuda, los medios de comunicación griegos lo apodaron al instante como “Tercer Reichenbach”.
Aparecieron caricaturas suyas con el uniforme nazi y un tabloide griego mostró una foto de su oficina con el siguiente titular: “La nueva sede de la Gestapo”.
Los griegos no son los únicos que albergan sospechas hacia Alemania. La prensa conservadora británica está en pie de guerra. El Daily Mail fue tan lejos como para acusar a los alemanes de intentar utilizar la crisis del euro para “conquistar Europa” yestablecer un "Cuarto Reich".
Mientras tanto, en Polonia, las supuestas ambiciones imperiales de Alemania se convirtieron en un problema en las últimas elecciones.
Y a medida que la crisis del euro se ha agudizado, la canciller alemana Angela Merkel ha insistido en que la UE tenga una mayor participación en la gobernabilidad nacional de los 18 miembros de la zona euro. Entre otras medidas, aboga por un poder europeo real sobre los presupuestos de los distintos países.
Con Italia ya absorbida por la espiral de deuda, Merkel ha advertido de que se necesitan rápidamente profundas reformas estructurales. “Eso significa más Europa, no menos Europa", ha dicho en repetidas ocasiones, la última el lunes en una reunión de su conservador Partido Demócrata Cristiano.
Del mismo modo, los miembros del partido supuestamente quieren más poder de Alemania en el Banco Central Europeo, cambiando su sistema de votación de manera que se base en la fortaleza económica. En la actualidad, cada país miembro tiene un voto.
Aquí está el problema: cuando la líder alemana pide un mayor poder e influencia europeo y casi todo el mundo interpreta que esto significa que Alemania tenga el poder y la influencia. Como el país más rico y más grande de la Unión, la influencia de Alemaniaensombrece mucho a la de los eurócratas afincados en Bruselas.
De hecho, cuando la gente refunfuña de la UE, ya no se queja de Bruselas.
No se suponía que fuera a ser así. Por el contrario, después de la Segunda Guerra Mundial, un gran impulso para la creación de la Unión Europea fue que se iba a frenar el poder alemán. Los países que habían hecho dos veces la guerra unos contra otros unían sus economías de una forma tan estrecha que el conflicto en el futuro sería imposible.
Un cálculo similar ayudó a alimentar el ascenso de la zona euro. Como precio por aceptar la reunificación alemana, el presidente francés en ese momento, Francois Mitterrand, exigió que Alemania renunciase a su preciado marco alemán y se comprometiese a tener una moneda común. El objetivo era amortiguar el poder alemán, no reforzarlo.
Hegemonía a regañadientes.
En la práctica, mientras que los Estados miembros tanto grandes como pequeños se suponía que iban a ser iguales, el corazón de la unión ha sido durante mucho tiempo la relación franco-alemana. Desde el primer momento, Alemania proporcionó el motor económico y Francia el liderazgo político. Así era como a los alemanes les gustaba.
"Los alemanes tendían a liderar desde atrás, y a permitir que los franceses ocupen simbólicamente un papel importante", dice William Paterson, profesor de política alemana en la Universidad de Aston en el Reino Unido. Ahora, sin embargo, la economía francesa parece cada vez más inestable, con sus bancos muy expuestos a la deuda de los débiles países periféricos. París está tratando desesperadamente de mantener su codiciada triple A de calificación crediticia. La tradicional relación de poder se ha inclinado hacia Alemania.
Para que se hable hoy de "Merkozy," cada vez está más claro que la canciller alemana tiene que ocupar el asiento del conductor.
“Alemania hace todo lo posible para presentar una imagen de uniformidad, y una relación equilibrada con Francia”, explica Olaf Cramme, director del centro de pensamiento Policy Network, con sede en Londres. Sin embargo, “la relación se ha convertido en extremadamente unilateral, y Alemania tiene la última palabra”, según dice que le han dicho los responsables políticos de Francia.
Berlín no parece estar completamente a gusto con este papel. Alemania es una "hegemonía a regañadientes”, dice Paterson. Los países deudores "miran a Alemania para salir del lío", apunta "Esto pone a los alemanes en la posición poco envidiable de: ¿si no es Alemania, entonces ¿quién?".
Exacerbando las tensiones, los alemanes se quejan de los costes de la zona euro. Sus políticos, a su vez parecen condescendientes hacia los países en problemas, dando conferencias acerca de la responsabilidad fiscal.
Esto, por supuesto, hace caso omiso de los muchos beneficios que han redundado en Alemania no sólo de la moneda común, sino también del despilfarro de sus vecinos. La zona euro ha proporcionado Alemania un gran mercado en el que puede vender sus productos de una forma sencilla y a buen precio. Y un fuerte endeudamiento de otros miembros condujo a una mayor demanda de sus exportaciones, haciendo que creciese el consumo doméstico relativamente débil de Alemania. En otras palabras, sin la zona euro, la economía alemana no se hubiera desarrollado tan bien.
La contrapartida de que Alemania viva dentro de sus posibilidades está en que otros están viviendo por encima de sus posibilidades”, dice Philip Whyte, investigador senior en el Centro para la Reforma Europea, con sede en Londres.
0 comentarios:
Publicar un comentario