viernes, 27 de enero de 2012

¿Podemos permitir que los Estados regulen Internet?


La red es un eficiente vehículo de comunicación,, de protesta y de manifestación de la desidencia.
Carol Zardetto


La “web” es una manera muy acertada de denominar al espacio cibernético. Más que una red, es una tela, orgánica, viva y con un dinamismo propio, difícil de organizar o limitar. El sistema es complejo y constituido por infinitos elementos capaces de pensar cada uno por su cuenta, interconectados, manifestándose y creando sus propias versiones de cómo utilizar las capacidades que abre el espacio virtual. Allí, en ese lugar extraño se ha construido una gigantesca biblioteca, creada básicamente con los aportes espontáneos o maquinados de los ciudadanos globales. La pregunta que me asalta es ¿por qué son lícitas las bibliotecas que funcionan en nuestras ciudades, pero deben regularse, prohibirse y reprimirse las que han surgido con los aportes de todos?

La justificación de una propuesta como la Ley SOPA (Stop Online Piracy Act), viene dada por la legislación que protege los derechos de autor. Ciertamente existe legitimidad en el cobro de la producción de una obra. El dinero debe llegar tanto al autor, como a las empresas productoras. De lo contrario no habría manera de difundir las obras del pensamiento y la creatividad humanas. Pero, ¿dónde está el delicado límite entre proteger estos derechos y evitar a la humanidad el sano y legítimo goce de la cultura? Y para los países pobres como el nuestro, ¿no es Internet una inagotable fuente de conocimiento gratuito que democratiza el saber en el mejor sentido? ¿No ha sido su concentración una de las razones para nuestro subdesarrollo? ¿No es un beneficio inesperado que un habitante de Quiché pueda ver una película de Pedro Almodóvar? La expansión de la cultura, ¿podría suceder sin una gigantesca bibliotea virtual gratuita?

Más tenebrosas son las razones ocultas. Internet ha demostrado ser un eficiente vehículo de comunicación social y, por lo tanto, de protesta y manifestación pública de la disidencia. La primavera árabe estuvo articulada alrededor de las redes sociales y su dinámica rompió con décadas de regímenes tiránicos. Todo fue que se abriera un espacio de libertad para que se rebalsara el vaso. El masivo movimiento de Occupy Wall Street se organizó de la misma manera. Los sempiternos guardianes del orden social, los controladores, deben haber tomado un baño de terror ante las posibilidades de la comunicación, sin restricciones o cortapisas. ¿No ha sido la historia del mundo un largo recuento de represión, basada en la censura de los intereses humanos? ¿No es precisamente la incomunicación lo que permite la concentración y estabilidad del poder? ¿No estamos ya hartos de las “historias oficiales” que nos alejan de la verdad?

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