¿Saldaremos lo de la Saona con un par de marchas y algùn conciertito en la playa, de modo similar a como se hizo con lo de los Haitises? ¿Podràn màs la ignorancia inmediatista y el individualismo que la gotita exànime de patrioterismo que ni fuerza tiene para inflar nuestros pechos con orgullo y amor por esta HERMOSA, HERMOSISIMA, INEFABLEMENTE HERMOSA media isla en que hemos tenido la dicha de nacer?
Una base militar en la isla Saona es algo sencillamente impensable, y no es porque sea gringa, rusa, china o marciana. Seguirìa siendo igual de impensable aùn si hubiese sido una iniciativa dominicana, porque la Saona, diminuta como es, alberga vida vegetal y animal que serìa mortalmente amenazada por presencia humana tan intrusiva como la de militares. Pero que sea otro caso màs del ya tradicional irrespeto estadounidense (jamàs seràn los gringos “americanos” para mì) hacia la soberanìa de otro paìs, hace de la presente una situaciòn insoportablemente enojosa. Màs enojoso es que dicha injerencia gringa tenga lugar con la venia servil de un gobierno cuyas directrices ideològicas supuestamente se basan en la defensa de los mejores intereses de nuestra Patria, y en un rechazo frontal e innegociable contra la intervenciòn de EEUU en nuestros asuntos.
Algo muy esencial, muy necesario para la supervivencia de los dominicanos como pueblo ha muerto en nuestros corazones. Pero por alguna razòn, cada vez son màs numerosas e intensas las situaciones que nos retan a revivir ese “algo”, a alimentarlo para que se fortalezca y crezca. Somos un paìs pequeño, pero nuestros abuelos nunca rehuyeron el deber de hacer lo que fuera necesario para defenderlo de todo lo que amenazara su integridad. Y nuestros antepasados asì actuaron porque sabìan que èste y no otro, era SU paìs, la tierra que les habìa parido, la que les daba hogar, y la que por ende tenìan que cuidar. Esas generaciones no temìan hacer frente a quien fuera, ni a los ejèrcitos màs poderosos del planeta. Y asì lucharon en una època en la que no habìa internet, ni velocidades casi instantàneas en el trasiego de informaciòn a lo largo y ancho del planeta que permitieran que su lucha hallara eco y apoyo en otros lugares del mundo. Lucharon sin pensar en las carencias o inadecuaciòn de sus defensas frente a las del elemento invasor. Lucharon sin pensar en remuneraciones futuras, otras que el saber que cumplìan con un deber patrio, con un compromiso de amor a su paìs. Y para librar sus luchas no les bastaba sentarse frente a un computador y reproducir un par de frases prediseñadas gracias a plantillas de publicidad barata. Para luchar ellos tenìan, primero, que salir a la calle, encontrar voces y brazos afines. Tenìan que abandonar una zona de confort, y lanzarse al peligro, cualquiera que fuera. Tenìan que exponer sus mentes y cuerpos. Tenìan que abrirse al mundo. La ùnica posibilidad de resguardo era quedarse de brazos cruzados, en la aparente seguridad del hogar. Pero eso no era una opciòn para quien realmente querìa luchar. Es esa y no otra la actitud que mide la verdadera estatura de un Pueblo.
Pero esa actitud se ha ido, y no sè a dònde. Hemos porteado hacia el Poder a la peor ralea imaginable y hemos dejado que se instale en cada rincòn del Palacio Nacional y de nuestras instituciones pùblicas. Hemos dejado que esos gobiernos corruptos hagan y deshagan segùn les plazca, ofreciendo el paìs al pillaje de empresas y negocios asesinos, y ello a cambio de ningùn beneficio para los dominicanos màs allà de los grupitos que siempre tienen la sartèn agarrada por el mango, y al pueblo agarrado por el pichirrì. Hemos permitido que nuestra dignidad sea pisoteada en todas las formas pensables.
¿Cuànto màs se puede hacer para destruìr nuestra integridad? ¿Cuànto màs podemos aguantar tanta vejaciòn sin reaccionar verdaderamente?
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