Jóvenes canadienses calificados como “políticamente apagados” han despertado y se manifiestan contra una reforma educativa. “Nos levantamos juntos en las calles, en los puentes, en los techos, en los ministerios, en todas partes”.
TESTIMONIO DE KARL-PHILIP VALLÉE, ESTUDIANTE DE PERIODISMO EN LA UQAM
TRADUCCIÓN: ALEXANDRE BEAUDOUIN
FOTO: ÉCOLE DE LA MONTAGNE ROUGE
TRADUCCIÓN: ALEXANDRE BEAUDOUIN
FOTO: ÉCOLE DE LA MONTAGNE ROUGE
Soy un activista moderado. Esto significa que, cuando algo no me gusta, lo grito bien alto, pero cuando me pisan los pies, pido disculpas en voz baja.
Estoy involucrado directa o indirectamente en asociaciones estudiantiles desde mi primer año de Cégep1, hace cinco años. En mi pequeño Cégep de provincia (donde hay mil 300 estudiantes de los cuales la mayoría cursa un programa técnico2) he visto toda la magnitud del famoso “desinterés”, del cinismo de nuestra generación cuando se trata de política. Hacíamos todas nuestras asambleas generales en la cafetería, a la hora de la comida para estar seguros de alcanzar el quórum (número mínimo de participantes para que la asamblea sea considerada como válida). Tapizábamos las paredes del Cégep con carteles, lanzábamos convocatorias en el portal de la institución y en Facebook, pero no servía de nada. Incluso logramos que la gente en la cafetería votara en contra del aumento de la matrícula sin que nadie interviniera para preguntarnos de qué estábamos hablando.
Emplearé un lenguaje crudo, pero a todo el mundo le valía madres. Había unos incluso que se ahogaban de la risa comiendo su “poutine”3 al vernos subir sobre una silla con nuestro micrófono.
Pero esto no es el punto al cual quiero llegar. Lo que quiero es que la gente entienda lo que los estudiantes, al igual que los demás, estamos viviendo actualmente: un momento que tendrá un impacto sobre el resto de nuestras vidas.
Aunque sea por una vez, mi generación, a la cual se describe como políticamente apagada y sin vida, se levanta y se expresa sobre una reforma que no quiere. No se levanta sola en una silla en medio de la cafetería; nos levantamos juntos en las calles, en los puentes, en los techos, en los ministerios, en el Parlamento. Nos levantamos en todas partes.
Aunque sea por una vez, hay mucha gente en las asambleas generales (incluso fuera de la Universidad de Quebec en Montreal).
Aunque sea por una vez, las asociaciones estudiantiles nacionales tienen un objetivo común.
Aunque sea por una vez, los jóvenes están escribiendo la historia (seguido es el caso en otras partes, pero aquí, ya no tanto).
¿Y cuál es la reacción en Quebec? ¿Qué decimos a nuestros jóvenes?
Que nos cagan. Que nos hacen perder el tiempo en el tráfico. Que nos hacen perder dinero porque no podemos llegar a la oficina. Que no por tener un sueño y que se los quiera romper el gobierno podrán negociar. Que deberían de dejar de estar enojados. Que es su culpa si la policía los golpea.
Que si la democracia te vale madres, tenías razón.
Quebec está rompiendo no solamente los sueños de sus jóvenes, pero también de una generación entera. Cuando decimos que vale la pena pelearse por la democracia, que por todo el mundo hay pueblos que se pelean por su derecho a expresarse, yo me digo a mí mismo que no es tan diferente aquí.
Para miles de estudiantes, incluso tal vez una mayoría de ellos, los votos de huelga que se han realizado fueron una primera experiencia democrática. Esto, no hay que olvidarlo. Y no fue una experiencia democrática como las elecciones provinciales. No, una verdadera experiencia democrática. Democracia directa, no representativa, directa. Se dice que uno nunca se olvida de una primera vez. Creo que mi generación no la olvidará pronto.
Mi generación no olvidará que, a pesar de que se creía que se quedaría sentada, se ha levantado. Mi generación no olvidará que estaba masivamente presente para votar sobre una cuestión fundamental. Mi generación no olvidará que estaba unida detrás de un objetivo común. Mi generación no olvidará que tuvo la oportunidad de escribir la historia.
Pero tampoco olvidará que, cuando hizo todo esto, le han pisado los pies y se le pidió que se disculpara.
Ahora, el movimiento estudiantil se encuentra en la encrucijada. Si se va a la derecha, pide disculpas y regresa a sentarse cabizbaja, la cola entre las patas. Si se va a la izquierda, dice a sus detractores, y al gobierno de Quebec en particular, que la democracia prevalece.
Era yo un activista moderado.
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