martes, 16 de octubre de 2012

Personas refugiadas recorren a pie 600 kilómetros para protestar por sus condiciones de vida

por Kaos. Inmigración

Personas refugiadas recorren a pie 600 kilómetros para protestar por sus condiciones de vida
Un grupo de personas internadas en campos de refugiados alemanes rompió una orden oficial que limita su movilidad y marchó 600 km por toda Alemania para protestar contra lo que denuncian como "un trato inhumano por parte de las autoridades".
A la Oranienplatz del barrio berlinés de Kreuzberg acaba de llegar una marcha de refugiados. Durante un mes ha recorrido Alemania a pie, desde Würzburg hasta Berlín, 600 kilómetros, para protestar por las condiciones a las que están sometidos. Jóvenes solidarios locales y refugiados levantan tiendas de campaña. Se cocina comida caliente. Los emigrantes y refugiados son los héroes anónimos de la Europa actual, gente que lleva en su biografía historias increíbles. Su marcha de protesta en Alemania es ilegal y no tiene precedentes.
Con 18 años Bashirollaj Safi se fue de Afganistán a Grecia. Le acompañaba su hermano de 9 años. “La vida en Grecia se ha hecho imposible”, explica. Los emigrantes no se atreven a salir de casa por temor a ser atacados por fascistas y policías que trabajan al unísono, dice. Un día, un grupo persiguió por la calle a su hermano que volvía de la escuela, le tumbó le rompió un brazo. “Yo fui golpeado varias veces, un amigo fue arrollado por una moto y mientras estaba en el suelo otra volvió a pasar por encima. Murió dos horas después”. 
Bashirrollaj y su hermano estuvieron seis semanas en la cárcel por ilegales, les hicieron firmar un papel y los entregaron en la puerta de la cárcel a un grupo que esperaba en un coche. Resultaron ser secuestradores que pretendían pedir rescate por ellos. Nueve días después lograron fugarse, denunciaron el hecho a la policía, pero volvieron a encarcelarlos por doce días. “Entre 2008 y 2010 pude trabajar, luego la situación se complicó demasiado”. “Últimamente he pensado en el suicidio”, dice el joven afgano, que ha logrado llegar a Alemania. Pero aquí la situación no es ninguna broma. 
El suicidio no es raro en las residencias y campos de internamiento alemanes para refugiados. En el de Weiden (Baviera) dos jóvenes de 22 y 24 años lo intentaron recientemente. A principios de año se suicidó el refugiado Mohamad Rajsepar y el 4 de septiembre fue el joven iraní de 27 años, Samir Hashemi, en Kirchheim unter Teck, en el centro de Alemania. Llevaba diez meses en Alemania y todavía no le habían hecho la “entrevista”, requisito para alcanzar el estatuto de refugiado. 
Más que “estatuto” se trata de un infierno. El refugiado tiene prohibido buscar trabajo autónomamente y está condenado a vivir de la asistencia social, 300 euros al mes que en muchos casos se quedan en 40 euros, siendo el resto cheques canjeables por comida en un establecimiento concreto, explica Bernard, camerunés de 28 años y que lleva un año en Alemania. 
Los primeros tres meses se pasan en una “residencia de acogida”, luego tras la llamada “entrevista” en la que se rellena un gran cuestionario, pasas a otra residencia que es como una especie de limbo. No se puede abandonar el distrito de asignación sin permiso, ni pernoctar fuera de la residencia. 
“Tienen a la gente en habitaciones minúsculas, nuestra residencia es para 300 personas y somos 700, hay una sola ducha para 300 y un ambiente estresante en el que en cualquier momento te pueden deportar, viene la policía a llevarse a alguien a la fuerza por la noche, oyes gritos.... La policía te dice, “vuelve a tu país aquí no te necesitamos”. “En las localidades es como si se formara a la gente para el racismo. En el hospital, en el comercio eres atendido el último aunque hayas llegado el primero”. 
Muchas residencias son campos en medio del bosque o en zonas rurales aisladas, dice. “Salir a pasear por el pueblo significa enfrentarse constantemente a los controles policiales”, explica Bernard. “Los agentes te conocen perfectamente, pero es una forma de presión psicológica, una vez uno de ellos me dijo, “es mejor que no salgáis porque cuando hay demasiados negros fuera ensuciáis la calle”. “¿Los neonazis?, te insultan y te tiran piedras. En el hospital no se ocupan de ti, si te duele la barriga te dan paracetamol. Con los funcionarios, si hablas inglés te dicen, “hable alemán, no le entiendo”, pero no tenemos posibilidad de estudiar alemán porque no tenemos libertad de circulación”, explica el camerunés, que habla tres lenguas europeas y otras tres de su país, de las que su compañero Patrice habla nueve. “Imagínese el estado de ánimo de la gente”. 
De la residencia de Bernard una treintena se han sumado a la marcha de protesta. Es una transgresión porque no te puedes ausentar así, pero de momento no ha habido detenciones ni represalias. “Quien no se arriesga no cambia nada”, dice. 
“Pedimos la abolición de la prohibición de abandonar la residencia asignada, poder trabajar y acceder a cursos de alemán, la aceleración de los procedimientos de asilo, permisos de residencia, que la policía deje de practicar controles racistas selectivos, que cierren los campos para refugiados aislados en los bosques y la abolición de las deportaciones” ¿Solidaridades?: “siempre hay una minoría que nos apoya. En Potsdam una mujer nos trajo flores. Otra nos dio agua, algunos han aplaudido a nuestro paso...”

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