Los sueños han estimulado la imaginación humana como pocas cosas, tal vez porque cualquier teoría sobre ellos es virtualmente irrefutable. Mensajes adivinatorios del futuro para unos, reverberación interna del mundo según otros y narrativas enigmáticas para el común, los sueños parecen exactamente la clase de experiencia subjetiva que permanecerá siempre oculta, inaccesible al escrutinio público e impermeable a la ciencia empírica. Craso error. La neurología ya está solo a un paso de leer los sueños.
Si es que no lo ha dado ya, porque Yukiyasu Kamitani y sus colegas del Laboratorio de Neurociencia Computacional ATR, en Tokio, han puesto a punto una especie de diccionario que traduce la actividad cerebral de sus voluntarios humanos durante el sueño —el familiar mapa de colinas rojas activas y valles verdes silentes que genera la resonancia magnética— a otro lenguaje muy distinto pero que nos resulta mucho más próximo y fácil de interpretar: la secuencia de imágenes que el sujeto estaba soñando en ese instante.
Los mitos sobre los sueños se deben, en el fondo, a la misma miopía que nos confunde al reflexionar sobre el yo, la consciencia o el pensamiento. Estamos fisiológicamente incapacitados para pensar que pensar es una cosa, una secuencia de coreografías de activación neuronal que pueden detectarse y medirse con las tecnologías actuales de imagen como la resonancia magnética funcional (fRMI). Y por mentira que pueda parecer, los sueños también son una cosa, algo distinta del estado de vigilia pero con muchos paralelos con él.
Tal y como describen en la revista Science, Kamitani y sus colegas han decidido centrarse en solo tres voluntarios —o quizá es que solo consiguieron tres—, pero les han exprimido con nipona minuciosidad. Al sujeto se le introduce en el estruendoso tubo de resonancia magnética a razón de tres horas por sesión y por el plazo de diez días; en cuanto el voluntario, pese a todo lo anterior, logra dormirse y el ordenador registra su actividad cerebral, los científicos lo despiertan bruscamente y le preguntan con qué estaba soñando, y así hasta 200 veces.
Un ejemplo de uno de los sueños descritos por los voluntarios es: “Desde el cielo vi algo como una estatua de bronce, una gran estatua de bronce que existía en una pequeña colina, y bajo la colina había casas, calles y árboles de la forma normal”. La idea del experimento es hallar correlaciones consistentes entre esa jerigonza —o más bien entre los elementos de la jerigonza, como la estatua o la colina— y los patrones de actividad en el córtex visual, la zona posterior del cerebro que normalmente procesa las imágenes provenientes del mundo exterior.
Y su éxito ha sido más que notable. Después de entrenar a sus algoritmos de esa forma, con 200 o más correlaciones para cada voluntario, el sistema ha sido capaz de predecir la imaginería onírica con un 60% de acierto. Es decir, que las pautas de activación que se ven por resonancia magnética durante el sueño significan —tres de cada cinco veces— lo que el sujeto estaba soñando subjetivamente en ese momento, o al menos lo que un segundo después dijo haber soñado. Sueños plasmados.
Hasta ayer, la posibilidad de leer los sueños no era más que ciencia ficción de serie B —“Star Trek en el mejor de los casos”, como comenta en Science el neurocientífico de Harvard Robert Stickgold—, pero el tema acaba de saltar a la estantería de no ficción. Los investigadores de Tokio llaman la atención sobre los posibles avances en el tratamiento del insomnio y otros males de la mente que se derivan de sus descubrimientos. Pero ahora que nos van a saber leer los sueños, tendremos que preguntarnos si queremos que nos los lean o si no, y si no por qué no.
(Con información de El País)
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