domingo, 24 de noviembre de 2013

De “piropos” y violaciones: sobre la violencia contra las mujeres

Vivimos en un mundo donde enseñan a las mujeres a cuidarse de no ser violadas, en vez de enseñar a los hombres a no violar

Cada vez que las personas salen a la calle establecen una relación con el espacio público, con las personas que por allí transitan, la gente desconocida con la cual nos cruzamos día a día. Pero esta relación adquiere un sentido particular cuando se trata de una mujer y esto no sucede únicamente en algunos casos sino que constituye una situación y una práctica sostenida y relacionada directamente con nosotras.
Cuando una mujer camina por la calle, parece ser que su cuerpo en realidad no es suyo: los hombres -aún si lo han pensado explícitamente de esa manera o no-, ejercen un pseudoderecho a opinar sobre nuestro aspecto, a hacer comentarios morbosos -mal llamados piropos- e incluso se lanzan a tocar, coger, agarrar lo que les plazca pues el cuerpo de las mujeres parece estar siempre disponible para otros, principalmente para ellos.
Si se le pregunta a cualquier mujer si alguna vez se ha sentido agredida en la calle, si la han morboseado o manoseado absolutamente todas dirán que sí. A algunas -irónicamente las más afortunadas- sólo les han hecho comentarios en la calle del tipo: “uy que rico mami”, “hola ¿cómo estás?”, “pss pss muñeca, ven y te digo algo”, todo esto siempre acompañado de un gesto lascivo.
Para las mujeres esto no es algo que ocurre de vez en cuando sino que sucede constantemente, pasa a diario y en todas partes, proviene siempre de uno o varios hombres, del que se asoma por la ventana de un carro que va pasando, del que está en el bus en el que nos movemos, a veces es un susurro en el oído y otras veces se presenta como un grito, lo hacen las personas que pasan por nuestro lado al caminar. No faltan tampoco los casos en que un hombre estira la mano para agarrar un seno o una nalga, todo eso que llaman “piropo” raya en el acoso sexual.
Si a esas mismas mujeres se les preguntara sobre su relación con el espacio público, sobre cómo se sienten cuando transitan por el mismo, seguramente contarán (lamentablemente con cierta naturalidad) que cuando pasan cerca de un edificio en construcción cruzan hacia otra calle o toman otro camino aún si fuera más largo para evitar la ola de miradas y comentarios sobre sus cuerpos, lo mismo pasa cuando andan cerca de un batallón militar o una estación de policía y en general ante cualquier agrupación de hombres, especialmente en las noches. Las mujeres prefieren no andar solas por la calle, especialmente cuando oscurece y en general aprenden que deben tener extrema precaución cuando van por la calle, aún a plena luz del día: es importante no pasar por callejones estrechos, no detenerse en la calle a hablar con desconocidos, para muchas mujeres todos los hombres son potenciales violadores y lo que muestra la experiencia no está tan lejos de ello. No en vano se dice que: “Vivimos en un mundo donde enseñan a las mujeres a cuidarse de no ser violadas, en vez de enseñar a los hombres a NO VIOLAR”.
Esta situación suele verse “disminuida” cuando algunas personas reconocen que esa práctica de los “piropos” es desagradable y que las mujeres deben sentirse mal cuando eso sucede como si se tratara simplemente de un mal momento que pasa como cualquier otro.
Pero en realidad, los “piropos” constituyen una forma de dominación que se ejerce sobre las mujeres, que define nuestras prácticas, nuestras relaciones con lxs otrxs y con el mundo en el cual nos movemos. Además, el acoso hacia las mujeres en las calles se da en momentos en los cuales ellas van solas o están acompañadas de otras mujeres. Siempre que hay un hombre presente, el acoso o bien desaparece o se da de una forma más solapada ¿eso qué nos dice?
Kate Millet es una feminista radical que ha problematizado el tema de la violación para pensarlo como un problema político. Para Millet, es cuestionable el hecho de que se trate a los violadores de una forma individualizada atendiendo a la idea de que ser violador responde a una patología y que es un trastorno que sólo tienen algunas personas por diferentes razones atribuidas fundamentalmente a sus experiencias personales. Sin embargo, la violación es también una de las consecuencias del sistema de dominación patriarcal y es un reflejo exacerbado del lugar de las mujeres en el patriarcado que tiene como fundamento la satisfacción masculina. Esto tiene que ver con algo que ha aparecido bastante últimamente en las redes sociales y que ha sido llamado “Cultura de la violación”.
En los contextos de guerra como el colombiano es además evidente el uso de la violación y de formas específicas de violencia contra las mujeres. Véronique Nahoum-Grappe, por ejemplo, escribe sobre la violación como un arma de guerra: la violencia sexual contra las mujeres se utiliza como un instrumento más de la destrucción de lxs otrxs, de esta manera, se atenta contra el enemigo a través del cuerpo de las mujeres.
El caso colombiano no es la excepción, de acuerdo con informes de Amnistía Internacional y la Mesa de Mujer y Conflicto Armado en Colombia “…la violencia sexual es una práctica generalizada en el conflicto armado colombiano, usada de manera sistemática por todas las partes: guerrilleros, paramilitares y miembros del Ejército y de la Policía Nacional; que la utilizan como estrategia de guerra, como forma de tortura o de castigo combinada con prácticas de mutilación contra mujeres acusadas de simpatizar con el enemigo, como mecanismo para humillar al enemigo o junto con modalidades de esclavitud”. Las mujeres son retenidas por parte de grupos de hombres armados quienes las someten a condiciones de esclavitud sexual, las obligan a realizar tareas domésticas; aquellas mujeres que definen como parientes del enemigo son violadas con especial sevicia y muchas de ellas son mutiladas sexualmente antes de ser asesinadas.
Es así como cotidianamente cientos de mujeres son violadas, agredidas física y verbalmente, torturadas, desaparecidas, explotadas… Algunos casos por su particular brutalidad o porque por distintas razones adquieren la atención de los medios de comunicación, se escuchan mucho más pero lo cierto es que miles de mujeres invisibles son maltratadas diariamente: por ejemplo, según datos de Medicina Legal, cada hora dos niñas son abusadas sexualmente; entre enero y septiembre de 2013 se registraron 11.333 casos de menores abusadxs de lxs cuales al menos el 83% son niñas. Según cifras del Observatorio de Estudios de Género de la Alta Consejería Presidencial para la Equidad de la Mujer los casos de violación van en aumento, entre 2005 y 2011 se pasó de 15.043 casos a 18.982. Por su parte, en Bogotá cada día se reportan 11 casos de abuso sexual y esto, teniendo en cuenta que la mayoría de casos de violencia y abuso sexual por distintas razones no son reportados, por lo cual la realidad es aún peor.
Es así como en las últimas semanas en todo el país se ha hablado acerca del caso de una mujer joven violada en el parqueadero de “Andrés Carne de Res”, un famoso restaurante ubicado en las afueras de Bogotá. Uno de los hechos que se destacó más fue el que Andrés Jaramillo (dueño de dicho restaurante), atribuyera indirectamente la responsabilidad de la violación a la mujer debido a su forma de vestir: “Estudiemos qué pasa con una niña de 20 años que llega con sus amigas, que es dejada por su padre a la buena de Dios. Llega vestida con un sobretodo y debajo tiene una minifalda, pues a qué está jugando. Para que ella después de excomulgar pecados con el padre diga que la violaron”.
En esos mismos días, otra mujer que fue violada por un amigo suyo en una noche en la cual usaba minifalda escribió su testimonio de violación y la difícil situación a la que se vio sometida cuando quiso denunciar su caso ante una justicia indolente e impune y finalmente, con toda la razón afirma “yo también usaba minifalda cuando me violaron ¿y qué?”.
Toda esta situación resulta por demás extremadamente preocupante, la violación no sólo es sistemática sino legítima y además es sólo una de las formas de violencia contra las mujeres que todas vivimos de distintas maneras y con mayor o menor intensidad pero que siempre está en nuestras vidas. Es importante y necesario que logremos establecer una relación diferente con el mundo en el cual nos movemos, que nos apropiemos de nuestras relaciones y que podamos transitar tranquilamente por todos los lugares fuera de nuestras casas (aunque de hecho, las cifras de violación demuestran que además, la violencia sexual en más del 60% de los casos en que se presenta, tiene lugar principalmente en los hogares).
Las calles son nuestras -de las mujeres- también y no tienen por qué constituirse en un espacio inseguro, en donde nos volvemos vulnerables y somos maltratadas constantemente. Esto no requiere únicamente que las mujeres asumamos la apropiación del espacio público sino que se trata de un problema que hunde sus raíces en la manera como todxs hemos concebido nuestras relaciones históricamente y que es urgente transformar.
El 25 de noviembre es el día de la no violencia contra las mujeres y aunque todos los días deberían ser ese día es importante que con mucha fuerza reivindiquemos nuestra libertad y nuestros derechos, precisamente en esta fecha en la cual hace 53 años las hermanas Mirabal, tres mujeres que se oponían al régimen dictatorial de Leonidas Trujillo en República Dominicana fueron asesinadas a garrotazos.
No queremos “piropos”, golpes, amenazas, gritos ni explotación. No somos las mujeres de nadie, no somos una posesión ni una mercancía sin importar la ropa que llevemos, la profesión que tengamos o el lugar en el que nos encontremos, NO es NO ¡machos de mierda!

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