LINA PERERA NEGRIN – La desesperanza causada por un sistema político y económico en crisis y el abandono de un Estado más preocupado por los bancos que por las personas, son una vez más el caldo de cultivo donde brotan las ideas ultraderechistas y neofascistas en Europa.
Los graves problemas económicos que actualmente enfrenta la región resultan solo una parte de la ecuación. La estructura política de la posguerra, que con ligeras variaciones se mantiene hasta la actualidad, tiene tantas deudas con los ciudadanos como el Banco Central griego con la Troika. Y los europeos comienzan a pasar factura, pero muchas veces yerran en identificar los culpables.
Así surgen pequeños grupos o incluso partidos ultraderechistas o neofascistas que se aprovechan de estas debilidades ofreciendo programas de “ayuda” y tratando de seducir con cantos de sirena hacia sus ideologías extremistas. Como si no tuvieran a mano un libro de Historia, repiten la fórmula de la xenofobia y vinculan los problemas actuales a los inmigrantes, mientras dirigen todos sus cañones a un sistema de integración europeo que, aunque se le pueden señalar millones de defectos, ha mantenido ciertos niveles de paz en la región históricamente más convulsa del mundo.
Según el politólogo norteamericano Lawrence Brito, uno los rasgos del fascismo moderno es la alimentación sistemática del miedo a los enemigos, a veces invisibles y la consiguiente necesidad de seguridad, con lo que han conseguido el apoyo del propio pueblo, persuadido de que los derechos fundamentales deben de ser ignorados ante los problemas actuales.
Sin embargo, no señalan que del trabajo de los inmigrantes, los culpados en medio de la crisis, dependen en gran medida las economías de la Unión Europea (UE), donde sus ciudadanos acomodados no quieren hacer las labores más duras aunque estén en paro, como sucede desde hace décadas con los turcos en Alemania.
A esto se le añade la continua violencia a la que son sometidos por los grupos de ultraderecha, que también atacan a quienes pretenden contrarrestar su accionar. Ese fue el caso del joven militante antifascista Pavlos Fyssas, asesinado por miembros del partido neonazi Amanecer Dorado en Grecia.
Si es preocupante el auge de pequeños grupos radicales ilegales, es aún peor constatar la legalización de partidos con rasgos fascistas dentro de la estructura política tradicional.
Amanecer Dorado en Grecia, al realizar una campaña anterior a las elecciones griegas del 2012, que tenía como temas centrales el desempleo y la economía, alcanzó un 6,97 % y 21 diputados en el Parlamento. Pero actualmente sus principales dirigentes están siendo procesados por la justicia por su vinculación con actos ilegales.
Este no es el único caso. Casi por cada país existe un tipo de ultraderecha y muchos de ellos rozan con el neofascismo.
En Francia, Marine Le Pen, presidenta del Frente Nacional (FN) y líder de la ultraderecha francesa, obtuvo un resultado histórico en abril del 2012 en la primera vuelta de las presidenciales francesas, cuando obtuvo un 17,9 % de los otos.
Durante estas elecciones el periódico Liberation realizó un estudio de opinión que reveló que un 30 % de los que no superaron el examen de acceso a la universidad votó a la ultraderecha. Según Nonna Mayer, politóloga francesa, “cuanto más bajo es el nivel de estudios, más elevada es la probabilidad de votar al FN”.
Aunque estas estadísticas puedan no ser completas, resulta claro a qué personas apuntan estos partidos con sus ideologías.
En Alemania, reconocida por muchos como la locomotora de Europa, el Partido Nacionaldemocrático Alemán (NPD), de perfil ultraderechista, está integrado por cerca de 7 mil partidarios. Además tiene el apoyo de los Republicanos y la Unión Popular Alemana (DVU), otros dos partidos de extremistas con representación en el Parlamento.
De manera general, la ultraderecha alemana cometió miles de delitos de carácter ideológico en los últimos años. Relacionado con estas cifras, también se declararon ilegales diez organizaciones acusadas de realizar actos violentos desde 1990 hasta el 2011.
La gravedad de recientes ataques racistas cometidos en Alemania ha reactivado el debate político sobre la prohibición del NPD. Sin embargo, las autoridades germanas no se ponen de acuerdo sobre cómo enfrentar este sensible problema en el país.
La Unión Europea aprobó en el 2012 la Directiva Marco de Derecho Penal, obligando a los Estados a sancionar penalmente a quienes inciten al odio, violencia y discriminación por motivos raciales, xenófobos y de intolerancia cultural o religiosa.
En algunos países se adoptaron también medidas preventivas con instituciones y programas especiales en colaboración con organizaciones cívicas, como la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) y el Consejo de Europa.
Sin embargo, mientras el despunte económico no acaba de aparecer en el horizonte europeo, la guerra contra el extremismo parece estar corta de fondos y las consecuencias pueden ser mucho mayores que un crack bancario.
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