Escrito por Juan Carlos Zambrana Gutiérrez
Se dice que las democracias occidentales habían forjado una alianza para derrotar al fascismo y al ultranacionalismo en la Segunda Guerra Mundial y que luego de vencer construyeron un Nuevo Orden Mundial para sepultar a estas ideologías. Pero actualmente vemos que un fantasma se cierne sobre Europa…
El criticado evolucionismo social propugnaba el mejoramiento progresivo de las sociedades a través del tiempo, de manera que todas dejarían en algún momento sus configuraciones primitivas y se civilizarían indefectiblemente. Por otra parte, la controvertida teoría del Fin de la Historia postulaba una concepción finita de la evolución social y filosófica. Francis Fukuyama aseguró en la década de 1990 que la culminación del desarrollo filosófico y social se había alcanzado con la democracia liberal y que a partir de entonces el mundo entero haría la transición a este esquema político-social.
Estas dos teorías contemplaban un mejoramiento progresivo de las sociedades a nivel mundial, pero a la luz de las experiencias vividas en el siglo XX y lo que va del XXI, ha sido evidente una caprichosa constatación empírica que ha derrumbado a ambas teorías: existen ideologías retrógradas que insisten en volver a materializarse en las sociedades, una y otra vez, de manera cíclica, rompiendo con la lógica del evolucionismo.
Una de estas ideologías es el nacionalismo, que retornó en el siglo XXI con su materialización más acabada, el Estado nacional, en el que las minorías deben ser toleradas por la mayoría nacional, si es que se da el mejor de los casos. Esto se evidencia con la creación de nuevos Estados nacionales, como Timor Oriental, Kosovo, Montenegro, Sudán del Sur y Crimea (que pretende ser asimilada por Rusia). También dan cuenta de esto los referéndums de independencia que se promueven en Escocia, Cataluña y el Kurdistán Iraquí. Adicionalmente cabe considerar las aspiraciones independentistas de Groenlandia, la República Serbia de Bosnia, Quebec, Somalilandia, Chechenia, Valonia y Flandes.
Pero… ¿Qué hay del arrasador éxito electoral de la xenófoba francesa Marine Le Pen y el empoderamiento de fascistas y neonazis en Grecia, Alemania y Ucrania? Estos hechos bien podrían indicar un rebrote de la versión extrema del nacionalismo: el ultranacionalismo.
Llevado a este extremo, el nacionalismo puede llegar a sugerir el amurallamiento del territorio nacional, el genocidio o la erróneamente denominada “limpieza étnica”. La humanidad contemporánea ha sido testigo de estas manifestaciones ultranacionalistas en Uganda, Burundi y Sudán del Sur. También cabe considerar que la diputada israelí Ayelet Shaked acaba de hacer un llamado público a asesinar a todos los palestinos y a sus madres, mientras que algunos líderes de las naciones vecinas de Israel suelen pronunciarse en favor de borrar al Estado judío del mapa.
La historia del siglo XX fue escrita de modo que pareciera que las democracias occidentales habían forjado una alianza para derrotar al fascismo y al ultranacionalismo durante la Segunda Guerra Mundial y que luego de vencer construyeron un Nuevo Orden Mundial en el cual estas ideologías quedarían sepultadas para siempre. Pero actualmente vemos que un fantasma se cierne sobre Europa… y otras partes del mundo.
La advertencia es para los políticos del mundo y asimismo para el electorado: no se debe quedar impasibles cuando se advierte que los espectros del ultranacionalismo, el chauvinismo y la xenofobia se están corporeizando en las instituciones y en la sociedad. Cuando los ultranacionalistas no son censurados y parados a tiempo, los resultados son aterradores (no hicieron esto con Hitler en el periodo 1923 – 1939 y la humanidad entera pagó las consecuencias). Urge esgrimir una crítica aguda a estos políticos y asimismo condenar sus ideas homicidas.
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