Por Pijamasurf
La figura del policía ha sufrido diversas transformaciones a lo largo de su historia, aunque conservando una función común: proteger los intereses económicos de la clase dominante.
Dos eventos clave de 2014 fueron las protestas civiles en Estados Unidos y México provocadas por excesos en el uso de la fuerza policíaca: en Ayotzinapa, Guerrero, un grupo de uniformados entregó a normalistas de la escuela rural del lugar a manos de sicarios del narcotráfico, lo que provocó la ola de protestas civiles que no han cesado; en Ferguson, Missouri, las protestas comenzaron por el asesinato de un joven negro a manos de un policía blanco.
Si la gente de estos y otros países no puede confiar en las instituciones encargadas de cuidarlos, ¿para qué sirven realmente tales instituciones?
Y es que el origen de la policía como institución moderna –brazo ejecutor del poder judicial y preservador ideológico y táctico del “orden público”— tiene una historia interesante que permite comprender no sólo por qué los ciudadanos no pueden confiar en la policía, sino por qué no deberían hacerlo.
Orígenes
El término “policía” deriva de polis, la palabra griega para “ciudad”, pero su uso moderno data del siglo XVIII y la politeia, un concepto para designar lo relativo al buen orden del Estado-nación y los deberes cívicos de quienes lo integran.
Sin embargo, todos los conceptos utilizados para formular la función de la fuerza de policía fueron acuñados ad hoc para preservar intereses de la clase dominante, y no tanto para controlar a los “malos” ciudadanos.
El “ciudadano” también es producto de la Revolución Francesa que, a pesar de sus ideales de “libertad, igualdad y fraternidad”, surgió como respuesta burguesa para mermar el poder de la monarquía y establecer mejores condiciones para el comercio. En la Edad Media, la gente vivía en pequeñas comunidades en condiciones de semiesclavitud (como siervos), y eran incapaces de presentar una firme resistencia a los señores feudales. Los gremios de artesanos tenían una razonable expectativa de mejorar su posición social explotando el trabajo de los demás; cuando los líderes de los gremios comienzan a tomar conciencia de su propia importancia política, el surgimiento de la burguesía está a la vuelta de la Historia.
No importa desde qué enfoque se analice: la función de la policía es reprender físicamente, desalentar ciertos comportamientos (“en favor de la comunidad”, entendiendo por “comunidad” a la mencionada clase dominante) y perpetuar, a través de su sola presencia, la desigualdad social.
Para el marxismo, la policía forma parte del aparato represivo del Estado y se encarga de la administración de la violencia, en tanto instrumento de la clase burguesa, que asegura a través de la policía –y no del ejército— su propio poder. Para Foucault, la policía y el sistema penal son instituciones de poder, las cuales no sirven para eliminar el crimen, sino para mantenerlo controlado y vigilado dentro de ciertos límites. Por último, hay que recordar que para Weber, el Estado detenta “el monopolio de la violencia”, encarnado en las fuerzas de policía.
Formas modernas
Muchos habrán visto la película Pandillas de Nueva York de Martin Scorsese, ubicada en el primer tercio del siglo XIX: grupos de inmigrantes de diferentes nacionalidades se disputan el control de las calles de la bullente urbe, y la policía funciona como puente y pivote entre la clase dominante (a quienes obedecen) y los delincuentes (de quienes se benefician). Nueva York es el paradigma de ciudad moderna, por lo que no es raro que la élite de la ciudad haya puesto tanto esfuerzo y recursos en la creación de un orden judicial que les permitiera mantener a raya los intereses raciales y económicos de los pobres. Se considera que la “Night Watch” (vigilancia nocturna) fue el primer cuerpo de policía moderno, establecido en lo que hoy es Nueva York –tal vez por eso, dicha ciudad pasó a la ficción como el paradigma del superhéroe (vigilante) moderno, quien es además encarnación de las virtudes civiles.
En un contexto histórico, son ilustrativas las palabras del historiador E. P. Thompson sobre la policía inglesa, surgida en el siglo XIX, la cual era “el intento imparcial de barrer las calles de vendedores callejeros, mendigos, prostitutas, espectáculos callejeros, ladrones, niños jugando a la pelota y librepensadores y oradores socialistas por igual. El pretexto era muy a menudo una queja a causa de la interrupción del comercio formulada por un tendero”.
La policía moderna surge, pues, para reprimir levantamientos en pro de la equidad social, huelgas obreras y campesinas, así como para efectuar una tipología de los elementos disidentes de la sociedad. A pesar de que su función ha tratado de especializarse mediante la ciencia (desde personajes como Sherlock Holmes hasta la moderna ciencia forense), la vigencia de la tortura como método de interrogación da cuenta de su verdadero rostro: vigilar que los delincuentes se exhiban unos a otros. Es por ello que la Mafia y el crimen organizado penalizan a los traidores y delatores más que a ningún otro elemento de sus filas. La corrupción de nuestros días sería el equivalente a la prima que el esclavo otorga al amo a cambio de su propia libertad: no es que el sistema se desestabilice a causa de la corrupción, sino que el sistema es la posibilidad misma de la corrupción.
En México, la policía federal, estatal y municipal es producto (según el historiador Paul Vanderwood) de la Policía Rural de la Federación, conocidos popularmente como Los Rurales, una fuerza armada campesina que desciende de la Guardia de Seguridad, creada en 1857 para vigilar el camino de Veracruz a México, una de las principales vías de crecimiento económico de la época. El presidente Juárez se sirvió de Los Rurales como segunda línea del ejército durante la intervención francesa, y Porfirio Díaz los convirtió en una institución confiable “al proveerlos de un empleo no muy diferente al que habían ejercido como tropas sublevadas, previniendo así que esta gente, al tornarse ociosa, se uniera a las gavillas de bandidos”, segúnLuis Ignacio Sánchez. Cabe mencionar que Los Rurales eran, al igual que los cuerpos de seguridad de otros países, provenientes de las clases bajas, y su función era reprimir y vigilar a las clases que conocían tan bien. Los movimientos de autodefensa en nuestros días son un ejemplo ilustrativo de esto, aunque extenderse en el análisis desbordaría el alcance de este artículo.
Seguridad y educación cívica
Las fuerzas de seguridad, sin embargo, no pueden por sí mismas. En conjunto con las reformas de seguridad que dieron origen a la policía moderna, las reformas educativas se encargaron de condicionar los comportamientos de los ciudadanos para evitar la sublevación y facilitar el control estatal sobre la población.
En otras palabras, la criminología y la educación se desarrollaron de la mano con un fin común: dotar de identidad a la gente y caracterizarlos según una tipología de control, cuya desobediencia se criminaliza. Si esto les parece paranoico, piensen solamente que la homosexualidad, la diversidad de creencias e incluso la libre expresión en algún tiempo fueron delitos graves, penados por sociedades modernas hasta muy entrado el siglo XX.
El viejo dicho reza “divide y vencerás”, y lo mismo aplica para los estados y los ciudadanos: la policía no ha hecho sino dividir a la sociedad entre buenos y malos, no según una moral objetiva, sino según unos beneficios económicos (capitalistas) subjetivos. Educar a la gente para adquirir conciencia de clase, para aceptar la otredad radical, para expresar un pensamiento propio surgido de la creatividad colectiva y reconocer la disputa entre explotadores y explotados (o empleadores y empleados) volvería irrelevante la función policial, y permitiría que la sociedad fuera libre por primera vez en su historia.
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