sábado, 7 de febrero de 2015

¿QUÉ PIENSAN CHOMSKY Y ŽIŽEK DE LOS ATENTADOS A “CHARLIE HEBDO”?

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Qué frágil debe ser la creencia de un islamista si se siente amenazado por una caricatura estúpida en un periódico semanario satírico, dice el filósofo esloveno.

Noam Chomsky

El mundo quedó horrorizado después del brutal ataque que sufrió la revista satírica francesa Charlie Hebdo. En las columnas del New York Times, el corresponsal Steven Erlanger, presente desde hace mucho tiempo en Europa, describió de forma sobrecogedora las repercusiones inmediatas de lo que muchos describen como el “11 septiembre” francés. Fue “una jornada durante la cual se sucedieron sirenas ruidosas con los ires y venires de los helicópteros.
Una jornada de frenesí mediático, de cordones policiacos, de muchedumbres en pánico y de niños alejados de las escuelas por cuestiones de seguridad. Una jornada, como las dos que le siguieron, de sangre y de horror en París y sus suburbios”. El inmenso repudio mundial provocado por el atentado fue acompañado por una reflexión sobre las raíces profundas de esta barbaridad. “Muchos son los que ven en estos hechos un choque de civilizaciones”, anunciaba un título del New York Times.
Las reacciones de horror y de indignación respecto a estos crímenes son justificadas, al igual que la búsqueda de sus causas profundas, siempre y cuando guardemos en mente firmemente algunos principios. La reacción debería ser completamente independiente de la opinión que se puede tener de ese periódico y del material que produce. Los eslóganes omnipresentes de tipo “Yo soy Charlie”, no deberían indicar, ni siquiera insinuar, ninguna asociación con el periódico, al menos en el contexto de la defensa de la libertad de expresión. Deberían más bien expresar una defensa de al libertad de expresión a pesar de lo que se puede opinar acerca del contenido, y aunque éste sea calificado de hiriente o depravado.
Y esos eslóganes también deberían expresar la condena de la violencia y del terror. El dirigente del Partido de los Trabajadores de Israel y principal contrincante para las próximas elecciones, Isaac Herzog, tiene toda la razón cuando dice que “El terrorismo es terrorismo. No existen dos formas diferentes de considerarlo.” También acierta cuando dice “Todas la naciones que desean la paz y la libertad enfrentan un inmenso reto” respecto al mortífero terrorismo – si dejamos de lado su interpretación selectiva acerca de este reto.
Erlanger describe muy bien la horrible escena. Cita uno de los periodistas sobrevivientes: “Todo se desplomó. No había ninguna escapatoria. Había humo por todos lados. Fue terrible. La gente gritaba. Una verdadera pesadilla.” Otro periodista superviviente describió “una inmensa deflagración antes de ser sumergidos en la absoluta oscuridad.” La escena, según Erlanger, “no era más que un montón de vidrio roto, paredes caídas, maderas retorcidas, pinturas desgarradas y devastación emocional.” Por lo menos 10 personas habrían muerto a raíz de la explosión, 20 otras habían desaparecido, “probablemente enterradas bajo los escombros”.
Esas citaciones, como nos lo recuerda el incansable David Peterson, no son de enero del 2015. En realidad son extraídas de una nota de Erlander del 24 de abril de 1999, que solo alcanzó la sexta página del New York Times, es muy lejos de alcanzar la relevancia del ataque de Charlie Hebdo. Erlanger en realidad describía el resultado de “un ataque con misil sobre la sede de la televisión de estado de Serbia” por parte de la OTAN (es decir los EE.UU.) que “dejó fuera del aire Radio Television Serbia.”
Hubo una justificación oficial. “La OTAN y los representantes estadounidenses defendieron el ataque”, reportó Erlanger, “como parte del esfuerzo para debilitar el régimen del Presidente de Yugoslavia Slobodan Milosevic.” El portavoz del Pentágono, Kenneth Bacon declaró durante una conferencia de prensa en Washington que “la televisión serbia formaba parte integrante de la máquina de terror de Milosevic, al mismo nivel que sus fuerzas armadas”, lo que la convertía por lo tanto en un blanco legítimo.
El gobierno de Yugoslavia declaró: “La nación entera apoya a nuestro presidente, Slobodan Milosevic”, según reporta Erlanger, quien añade que “no queda claro cómo el Gobierno sabe esto con tal precisión.”
Ningún comentario sardónico de ese tipo sería el bienvenido ahora que se puede leer en la prensa que Francia está en duelo y que el mundo está indignado ante los abominables acontecimientos. Tampoco resulta necesario interrogarse acerca de las causas profundas, ni de preguntarse quien representa a la civilización y quien a la barbarie.
Pero Isaac Herzog se equivoca cuando dice “El terrorismo es terrorismo. No existen dos formas diferentes de considerarlo.” Definitivamente sí existen dos formas de considerarlo: el terrorismo no es terrorismo cuando se trata de un ataque mucho más violento pero perpetrado por los que son Justos en virtud su poder. De la misma forma, la libertad de expresión no corre peligro cuando los Justos destruyen un canal de televisión que apoya a un gobierno que están atacando.
Asimismo, se entiende fácilmente el comentario del abogado de derechos cívicos Floyd Abrams, reconocido por su defensa apasionada de la libertad de expresión, publicado en el New York Times y en el que señala que el ataque contra Charlie Hebdo “es la agresión más grave en contra del periodismo de la que se tenga memoria.” Tiene razón de precisar “de la que se tenga memoria”, lo que divide cuidadosamente a los ataques contra el periodismo y los actos de terrorismo en dos categorías: los Suyos, que son horribles; y los Nuestros, que son virtuosos y fácilmente eliminados de nuestra memoria.
Vale la pena subrayar que esto solamente es uno de los numerosos ejemplos de ataques contra la libertad de expresión realizado por los Justos. Para mencionar únicamente otro ejemplo que fue fácilmente borrado de “nuestra memoria”, el ataque llevado a cabo por las fuerzas de los EE.UU en Falluja en noviembre del 2004, uno de los peores crímenes realizados durante la invasión a Irak, que inició con la ocupación militar del Hospital General de esa ciudad. La ocupación militar de un hospital representa en sí, por supuesto, un grave crimen de guerra, independientemente de la forma en la que fue llevada a cabo. Los hechos fueron trivialmente descritos en un artículo publicado en primera plana del New York Times, junto con una fotografía ilustrando el crimen. El texto señalaba que “soldados armados sacaron de las habitaciones a los pacientes y empleados del hospital, y les ordenaron sentarse o tirarse al piso mientras que las tropas los maniataban por detrás.” Esos crímenes fueron descritos como si fuesen altamente meritorios y justificados: “La ofensiva permitió clausurar lo que oficiales describían como una herramienta de propaganda para los militantes: el Hospital General de Falluja, con su flujo de informes sobre el número de víctimas civiles.”
Evidentemente, no se le podía permitir a una agencia de propaganda de este tipo que siguiera escupiendo sus vulgares obscenidades.
(Traducción: Luis Alberto Reygada)

Slavoj Žižek

¿están los malos llenos de apasionada intensidad?
Ahora, cuando todos estamos en un estado de shock después de la matanza en las oficinas de Charlie Hebdo, es el momento adecuado para reunir el coraje de pensar. Debemos, por supuesto, condenar sin ambigüedades los asesinatos como un ataque a la propia esencia de nuestras libertades, y condenarlos sin salvedades ocultas (del estilo de “Charlie Hebdo, sin embargo, provocó y humilló demasiado a los musulmanes”). Pero tal patetismo de la solidaridad universal no es suficiente – debemos pensar más allá.
Tal pensamiento no tiene nada que ver con la relativización barata del crimen (el mantra de “¿quiénes somos nosotros, los occidentales, autores de terribles masacres en el Tercer Mundo, para condenar estos actos?”). Tiene aún menos que ver con el miedo patológico de muchos izquierdistas liberales occidentales de sentirse culpables de islamofobia. Para estos falsos izquierdistas, cualquier crítica del Islam es denunciado como una expresión de la islamofobia occidental; Salman Rushdie fue denunciado por provocar innecesariamente a los musulmanes y por lo tanto (en parte, por lo menos) responsable de la fatwa que lo condenaba a muerte, etc. El resultado de tal actitud es lo que uno puede esperar en estos casos: mientras más se abisman los izquierdistas liberales occidentales en su culpabilidad, más son acusados por los fundamentalistas musulmanes de ser hipócritas que tratan de ocultar su odio al Islam. Esta constelación reproduce perfectamente la paradoja del superyó: cuanto más obedeces lo que el Otro te exige, más culpable eres. Como si cuanto más tolerante fueras con el Islam, más fuerte habrá de ser su presión sobre ti. . .
Es por esto por lo que me parecen también insuficientes las llamadas a la moderación, en la línea de la afirmación de Simon Jenkins (en The Guardian, 7 de enero) de que nuestra tarea es “no reaccionar de forma exagerada, no sobre-publicitar las consecuencias. Hay que tratar cada caso como un horrible accidente pasajero”- el ataque a Charlie Hebdo no era un mero “horrible accidente pasajero”. Siguió una agenda religiosa y política precisa y, como tal, era claramente parte de un patrón mucho mayor. Por supuesto que no debemos reaccionar de forma exagerada, si por tal se entiende sucumbir a una ciega islamofobia – pero debemos analizar despiadadamente este patrón.
Lo que es mucho más necesario que la demonización de los terroristas en fanáticos suicidas heroicos es una refutación de este mito demoníaco. Hace mucho tiempo Friedrich Nietzsche percibió cómo la civilización occidental se estaba moviendo en la dirección del último hombre, una criatura apática, sin gran pasión o compromiso. Incapaz de soñar, cansado de la vida, que no toma riesgos, buscando sólo el confort y la seguridad, una expresión de la tolerancia hacia el otro: “Un poco de veneno de vez en cuando: esto hace los sueños más agradables. Y mucho veneno al final, para una muerte agradable. Ellos tienen sus pequeños placeres para el día a día, y sus pequeños placeres de la noche, pero tienen un sentido para la salud. “Hemos descubierto la felicidad,” – dicen los últimos hombres, y parpadean”.
Efectivamente, puede parecer que la división entre el permisivo Primer Mundo y la reacción fundamentalista hacia éste pasa cada vez más por una la línea que opone llevar una vida satisfactoria llena de riquezas materiales y culturales, frente a dedicar la vida a una causa trascendente. ¿No es este antagonismo el que existe entre lo que Nietzsche llama nihilismo “pasivo” y “activo”? Nosotros, en Occidente, somos los nietzscheanos últimos hombres, inmersos en placeres cotidianos estúpidos, mientras que los radicales musulmanes están dispuestos a arriesgarlo todo, comprometidos en la lucha hasta su autodestrucción. La “Segunda Venida” de William Butler Yeats refleja perfectamente nuestra difícil situación actual: “Los buenos carecen de toda convicción, mientras que los malos están llenos de apasionada intensidad.” Esta es una excelente descripción de la actual división entre liberales anémicos y fundamentalistas apasionadas. “Los buenos” ya no son capaces de participar plenamente, mientras que “los malos” participan de un fanatismo religioso racista y sexista.
No obstante, ¿lo que hacen los fundamentalistas terroristas encaja realmente con esta descripción? Aquello de lo que obviamente carecen es de una característica que es fácil de discernir en todos los fundamentalistas auténticos, de los budistas tibetanos a los Amish en los EE.UU.: la ausencia de resentimiento y la envidia, la profunda indiferencia hacia modo de vida de los no creyentes. Si los llamados fundamentalistas de hoy creen realmente que han encontrado su camino a la verdad, ¿por qué deberían sentirse amenazados por los no creyentes?, ¿por qué deberían envidiarlos? Cuando un budista se encuentra con un hedonista occidental, difícilmente lo condena. Él sólo señala con benevolencia que la búsqueda de la felicidad hedonista es contraproducente. En contraste con los verdaderos fundamentalistas, los terroristas pseudo-fundamentalistas están profundamente molestos, intrigados, fascinados, por la vida pecaminosa de los no creyentes. Uno puede sentir que, en la lucha contra el pecado de los otros, están luchando contra su propia tentación.
Es aquí donde el diagnóstico de Yeats se queda corto ante la difícil situación actual: la intensidad apasionada de los terroristas es prueba de una falta de verdadera convicción. ¿Cuán frágil debe ser la creencia de un musulmán si se siente amenazada por una caricatura estúpida en un periódico satírico semanal? El terrorismo fundamentalista islámico no está basado en la convicción por los terroristas de su propia superioridad y en su deseo de salvaguardar su identidad cultural y religiosa de la embestida de la civilización global de consumo. El problema de los fundamentalistas no es que los consideremos inferiores a nosotros, sino más bien que secretamente ellos mismos se consideran inferiores. Por eso nuestra condescendiente y políticamente correcta aseveración que no sentimos superioridad respecto de ellos sólo los pone más furioso y alimenta su resentimiento. El problema no es la diferencia cultural (su esfuerzo por preservar su identidad), sino el hecho opuesto de que los fundamentalistas ya son como nosotros, pues han interiorizado secretamente nuestros hábitos y miden por ellos. La paradoja subyacente en todo esto es que en realidad carecen precismente de una dosis de esa convicción “racista” en la propia superioridad.
Las recientes vicisitudes del fundamentalismo musulmán confirman la vieja visión de Walter Benjamin de que “cada ascenso del fascismo es testigo de una revolución fracasada”: el auge del fascismo es el fracaso de la izquierda, pero a la vez una prueba de que había un potencial revolucionario, una insatisfacción, que la Izquierda no fue capaz de movilizar. ¿Y no es lo mismo que sostiene hoy el llamado “islamo-fascismo”? ¿No es el ascenso del islamismo radical exactamente correlativo a la desaparición de la izquierda secular en los países musulmanes? Cuando, allá por la primavera de 2009, los talibanes se apoderaron del valle de Swat en Pakistán, el New York Times informó que diseñaron “una revuelta de clases que hizo estallar profundas fisuras entre un pequeño grupo de ricos terratenientes y sus arrendatarios sin tierra”. Sin embargo, si al “aprovecharse” de la difícil situación de los agricultores, los talibanes están “haciendo saltar la alarma sobre los riesgos para Pakistán, que sigue siendo en gran medida feudal”, ¿qué impide que los demócratas liberales en Pakistán, así como los de EE.UU., “aprovechen” de forma semejante esta difícil situación y traten de ayudar a los campesinos sin tierra? La triste consecuencia de este hecho es que las fuerzas feudales en Pakistán son el “aliado natural” de la democracia liberal…
Entonces, ¿qué decir acerca de los valores fundamentales del liberalismo: la libertad, la igualdad, etc.? La paradoja es que el liberalismo en sí no es lo suficientemente fuerte como para salvarlos a la embestida fundamentalista. El fundamentalismo es una reacción -una falsa, desconcertante, reacción, por supuesto- en contra de un fallo real del liberalismo, y es por ello por lo que una y otra vez es generado por el liberalismo. Abandonado a sí mismo, el liberalismo lentamente se hunde – lo único que puede salvar a sus valores fundamentales es una izquierda renovada. La clave para que este legado sobreviva es que el liberalismo necesita la ayuda fraterna de la izquierda radical. Esta es la única manera de derrotar el fundamentalismo, barrer el suelo bajo sus pies.
Pensar en respuesta a los asesinatos de París significa desprenderse de la autosatisfacción de suficiencia de un liberal permisivo y aceptar que el conflicto entre la permisividad liberal y el fundamentalismo es en última instancia un conflicto falso -un círculo vicioso de dos polos que se generan y se presuponen mutuamente. Lo que Max Horkheimer había dicho sobre el fascismo y el capitalismo ya en 1930 -los que no quieren hablar de manera crítica sobre el capitalismo también deberían guardar silencio sobre el fascismo- habría de aplicarse también al fundamentalismo de hoy: los que no quieren hablar críticamente sobre la democracia liberal también deben guardar silencio sobre el fundamentalismo religioso.
Slavoj Žižek

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