En 1950, en los comienzos de la Guerra Fría, Estados Unidos lanzó un ataque masivo contra Corea con ayuda de soldados coreanos y oficiales del ejército japonés que habíandirigido la criminal ocupación de la península, apenas unos pocos años antes, durante la Segunda Guerra Mundial.
Al reescribir la historia, la invasión la justificaron diciendo que se defendían de una agresión previa, lo cual es falso. Creó doctrina para otras invasiones posteriores, como las inexistentes “armas de destrucción masiva” en Irak. La excusa también era necesaria para revestir el ataque con la cobertura de la ONU, que también creó escuela para invasiones posteriores con los simulacros de “coaliciones internacionales”, por ejemplo en Afganistán.
Estados presentó el ataque ante la ONU como una operación “policial” que se prolongó durante tres años y causó la muerte de 3,5 millones de coreanos y un bloqueo que se ha prolongado hasta hoy.
Para lograr la coarta de la ONU aprovecharon el boicot de la URSS al Consejo de Seguridad. Tras la Revolución de 1949 en China, el nuevo gobierno había exigido ocupar el asiento que le correspondía en la ONU, desalojando del mismo al gobierno del Kuomintang. Estados UNidos se opuso al cambio y, ante la negativa, la URSS inició un boicot en apoyo de las legítimas reclamaciones de China.
Además, fue necesario un segundo fraude: en virtud del reglamento interno, el Consejo de Seguridad no se podía reunir sin la presencia de todos sus miembros, pero Estados Unidos se saltó el reglamento para aprovechar el boicot soviético y que la ONU aprobara la agresión contra Corea.
El golpe de Estado dejó las manos libres a Estados Unidos en Corea, apoyados por sus fieles aliados de Gran Bretaña, Francia y el Kuomintang.
La agresión fue una burla al artículo 51 de la Carta de la ONU, que reconoce el derecho que tienen las naciones a defenderse de cualquier ataque armado, no el derecho de atacar a dichas naciones.
La Guerra de Corea resultó un fisco para los imperialistas, que ni siquiera lograron conquistar toda la península, un paso previo para aplastar luego al gobierno revolucionario de China y devolver las riendas de Pekín al Kuomintang. Aquel plan es el mismo que subyace en todas las provocaciones actuales de Estados Unidos dirigidas contra Corea del norte. La conquista de la península no sería más que una plataforma de agresión contra China y Rusia.
Los coreanos aún tienen grabados y sangre y fuego las matanzas cometidas por los imperialistas durante aquella guerra. El New York Times reconoció que en los 20 primeros meses de guerra la aviación estadounidense lanzó 7.700 toneladas de napalm. Sobre Pyongyang, la capital, cayeron más bombas que sobre Japón a lo largo de toda la Segunda Guerra Mundial.
La población civil que huía despavorida por la calle era ametrallada por los cazas que sobrevolaban la capital en vuelos rasantes. Los refugios antiaéreos se convirtieron en tumbas para muchos civiles que se refugiaron en ellos. En Sinchon la soldadesca de MacArthur obligó a 500 civiles a introducirse en una fosa, donde les rociaron gasolina y los quemaron vivos.
El gobierno de Corea del norte tiene las mejores razones para tratar de impedir que aquellas matanzas se vuelvan a repetir.
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