Jorge Rafael Videla se apoyó en el Mundial de fútbol para tratar de realizar un lavado de imagen a través del fútbol, intentando mostrar de cara al exterior que los genocidios que se denunciaban desde dentro y fuera del país carecían de base. Ni crímenes contra la humanidad, ni represión, ni ‘desaparecidos': Videla trató de mostrar al mundo exterior que Argentina era un tierra paradisíaca, que se encontraba muy lejos de lo que ‘algunos críticos’ querían mostrar.
El balón echó a rodar en el Mundial de Argentina un jueves 1 de junio de 1978, el mismo día en que las Madres de la Plaza de Mayo se manifestaban como cada jueves desde el 30 de abril de 1977 ante la Casa Rosada pidiendo la devolución de sus hijos. Mientras Argentina se desangraba con 30.000 personas desaparecidas, tanto la FIFA como el resto del mundo prefirieron mirar para otro lado y disfrutar del espectáculo del fútbol. Sin embargo, hubo futbolistas que sí que se atrevieron a mostrar su disconformidad y su absoluto rechazo al régimen dictatorial de Jorge Rafael Videla.
Así, Johan Cruyff se negó a jugar el Mundial de Argentina por la violación masiva de derechos humanos que realizaba la dictadura de Videla. Luego trascendió la historia de que la verdadera excusa para no participar tanto en Argentina´78 como en España´82 fue que el mismo Cruyff se negaba a vestir una camiseta Adidas con el número 14 en la espalda, ya que en el Mundial anterior le había ido muy bien económicamente con su camiseta marca Cruyff, la que era exactamente igual a la de sus compañeros de equipo, pero en vez de lucir tres tiras en los hombros, la suya lucía sólo dos.
A pesar de la baja de Cruyff, Holanda volvió a disputar la final de un Mundial por segunda vez consecutiva. A la hora de recibir los trofeos, los holandeses se fueron a los vestuarios para no dar la mano a los jefes de la dictadura argentina durante la entrega de sus medallas de plata por el subcampeonato conseguido. Además, antes de la final, se reunieron con las Madres de la Plaza de Mayo.
Lo mismo hizo el portero sueco Ronnie Hellström. El día que arrancó el Mundial, Hellström acompañó a Las Madres de la Plaza de Mayo en su manifestación en la Casa Rosada en lugar de asistir a la ceremonia de inauguración. Fue el único mundialista que lo hizo. “Decidí hacerlo porque era una obligación que tenía con mi conciencia”, confesó.
La gran final disputada entre Argentina y Holanda, y tras un gol en la primera parte de Kempes, Nanninga llevaba el choque a la prórroga en el ’82. En el tiempo extra, de nuevo Kempes y Bertoni darían a Argentina el primer Mundial de su historia.
Pero el éxito deportivo de la albiceleste iba a quedar en un segundo plano: sobornos a equipos rivales, periodistas detenidos para evitar preguntar sobre la dictadura o presos liberados junto a sus torturadores para celebrar el éxito argentino, fueron algunas de las dantescas imágenes que se pudieron vivir en un Mundial que entrará en la historia por el uso del balón como una de las grandes armas políticas.
Uno de los grandes gestos del campeonato lo tuvo Holanda, que tras perder la final, abandonó el estadio para evitar saludar a los jefes de Estado argentinos en la entrega de la medalla de finalista. “Fui usado. Lo del poder que se aprovecha del deporte es tan viejo como la humanidad”, aseguró Menotti algunos años después. Argentina levantó su primer Mundial en su país, un torneo que siempre será recordado como ‘el Mundial de la vergüenza’.
0 comentarios:
Publicar un comentario