El ex presidente haitiano Jean-Bertrand Aristide, exiliado en Sudáfrica, intentaregresar al país, pero las autoridades de Haití le deniegan, pero no al dictador Duvalier.
Rodolfo Mattarollo
Cuando el doctor Néstor Kirchner me ofreció representar a la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) en Haití, no imaginé que al mismo tiempo me estaba otorgando la posibilidad histórica de colaborar en la detención del último dictador paradigmático del Caribe, Jean Claude Duvalier.
Anoche el presidente haitiano René Préval convocó en su casa a una reunión, no para celebrar su cumpleaños que caía ese lunes 17 de enero de 2011, destinado a entrar en la ardua historia de los derechos humanos en este martirizado país, sino para analizar la insólita situación creada por este dictador retirado (aunque al parecer no del todo) que se presentaba en el escenario de sus crímenes “para ayudar”.
El presidente de Haití no es un hombre de fortuna. Dice que le es fácil eludir la vigilancia de los servicios de seguridad cuando viaja al exterior porque “no parece un presidente”. Vive en una casa prestada por los dueños de la imprenta más tradicional de Puerto Príncipe, en donde tuvo lugar una reunión de tres horas después de las agotadoras jornadas diurnas.
Préval había convocado a su primer ministro, a su ministro de Justicia, a su consejero especial en Asuntos Jurídicos, a su esposa y a quien esto escribe. Más tarde llegó Michelle Montas, compañera del más grande periodista haitiano del siglo XX, el inolvidable Jean Dominique, exiliado del duvalierismo, asesinado hace once años por nostálgicos de la dictadura, cuando entraba a su radio a las 6 de la mañana para transmitir con Michelle ese noticiero que era el pan cotidiano para muchos haitianos y no haitianos que vivimos en Haití en la década del ’90. Michelle era también una víctima directa de la dictadura duvalierista.
Se discutieron estrategias judiciales, políticas, informativas. Hubo acuerdos rápidos ante la evidencia de lo que correspondía hacer. La decisión del presidente era total. Llamó al jefe de la nueva policía nacional de Haití, le dio órdenes, se distribuyeron las tareas, se respetaron estrictamente las garantías del derecho internacional y el derecho local, que prohíbe las detenciones desde la puesta hasta la salida del sol.
Pero al amanecer el hotel en el que pernoctó el ex dictador apareció rodeado por los efectivos de seguridad y pocas horas más tarde se lo presentaba a la fiscalía de la capital, un juez de instrucción revisaba los expedientes, uno de los integrantes de la reunión de la noche anterior entregaba varias páginas sobre el carácter “por su naturaleza” imprescriptible del crimen de lesa humanidad. Comenzaba lo que puede ser uno de los grandes procesos por violación de los derechos humanos de Latinoamérica y el Caribe. Aunque ahora es el momento de la mayor vigilancia. Nada está dicho definitivamente. Y es preciso equilibrar la lucha del frágil David de la Justicia haitiana con el gigantesco Goliat que, con extrañas complicidades, se presentó ayer en el escenario de sus crímenes “para ayudar”.
El ex presidente haitiano Jean-Bertrand Aristide, exiliado en Sudáfrica, intenta renovar su pasaporte y regresar al país, pero las autoridades de Haití le deniegan la validación del documento. Así lo confirmó el abogado Brian Concannon, director del estadounidense Instituto para la Justicia y Democracia en Haití, que sigue de cerca la situación legal del ex mandatario. “Aristide está en su derecho de regresar al país, pero no se lo permiten”, dijo Concannon. “Lo último que sé es que está en Sudáfrica sin pasaporte para poder volver”, agregó. El abogado personal de Aristide en Miami, Ira Kurzban, dijo al diario The Miami Herald que desde 2004 la posición de su cliente “ha sido que él fue secuestrado, sacado del país y que quiere regresar como un ciudadano normal”. Aristide, un sacerdote muy popular en las barriadas más pobres de Haití, fue el primer presidente surgido de elecciones en la nación caribeña, en 1990, tras 29 años de dictadura de los Duvalier. En 2004, durante su segunda presidencia, la oposición lo acusó de “desviaciones mafiosas” y los enfrentamientos entre milicias oficialistas y opositoras se multiplicaron en el país. En momentos en que la insurrección armada comenzaba a provocar víctimas, París y luego Washington presionaron a Aristide para que abandonara Haití y dejara paso a una intervención internacional.
* Embajador de la Unasur en Haití.
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