Por: Matías Bosch (Nieto de Juan bosch)
La escena de ver a centenares de personas agolpándose en conducta histérica ante las puertas de IKEA Santo Domingo, al punto de arrancarlas de cuajo, causa escozor en cualquier televidente.No es la primera vez que se presencian hechos de similar naturaleza. Los yanquis nos tienen acostumbrados a sus ya clásicos “Black Friday”, especies de liturgias del consumismo voraz. Por igual, no es la primera vez que nos enfrentamos a episodios de histeria colectiva, aquellos en que la racionalidad individual queda suspendida en el torbellino de los fenómenos de masa.
Lo que sí puede asombrarnos es la extraordinaria falta de previsión de los dueños de una megatienda que, haciendo una oferta inédita (17 productos a 17 pesos cada uno) careció de los procedimientos y protocolos básicos de seguridad para hacerse cargo de lo que podía pasar, si es que lo contemplaron. Apenas cuatro guardias privados es todo lo que se ve en las imágenes grabadas por un testigo presencial. En un régimen de legalidad medianamente exigente esto es inaceptable y hoy debemos agradecer a un milagro que no tengamos que lamentar alguna tragedia. Pero no es todo.
Lo que el 17F en IKEA refleja también es la brutal modificación que ha sufrido la población dominicana en sus patrones de consumo, entendidos estos como una combinación de niveles de gasto y adquisición de productos comerciales, pero también de hábitos, gustos y preferencias. Lo alarmante es que estos patrones de consumo, que se manifiestan en una avalancha de integrantes de la mayoritaria baja pequeña burguesía nacional instalada en el momento de apogeo de su nivel de compras, coincida con una realidad laboral en la cual el 85% de la masa trabajadora formal percibe ingresos inferiores a 25 mil pesos, mientras el 57% se tiene que contentar con menos de 10 mil pesos. Esta ecuación, sabemos, sería imposible sin el desarrollo de una descomunal industria del crédito bancario y de las ofertas del comercio, que han hecho al trabajador promedio un factor de producción de ganancias prácticamente usurarias, y la promoción mediante todos los medios y recursos de un modelo cultural que pone al “shopping center” como espacio determinante para la felicidad. Todo esto desarrollándose al margen del control ciudadano, de valores públicos fundamentales, a riesgo de sufrir los embates que hoy padece Proconsumidor.
En todo caso, el asunto IKEA nos muestra otro drama más, tanto o más preocupante que éste: la crisis de la comunidad basada en lazos socio-afectivos y valores compartidos, sin la cual una democracia es inviable. Desaparecidos los territorios comunes de pertenencia –parafraseando al investigador argentino Denis Merklen: los ricos se encierran en los condominios y los pobres en los barrios- y diluidos los objetivos comunes basados en lazos de solidaridad, la sociedad dominicana y sus espacios dejan cada vez más de percibirse como el lugar de un “nosotros” para ser el contexto de islas cada vez más diferenciadas y distantes. Un impulso intrínsecamente humano de búsqueda de igualación y pertenencia se disputa ahora en términos del lugar a donde voy, compro y consumo. Tener o no el producto es la diferencia entre estar dentro o estar fuera, pertenecer o no pertenecer.
El acto de ingreso por la fuerza a la tienda puede verse, a todas luces, también como un acto de reivindicación ante una exclusión cotidiana basada en otra fuerza, la del poder adquisitivo brutalmente concentrado. La mercantilización del acceso al disfrute, el logro de la calidad de vida y el bienestar (desde los muebles a las pensiones y la atención de salud) como asuntos privados en una sociedad tan desigual como la dominicana sólo puede arrojar una actitud: sálvese quien pueda. Para una democracia, que se fundamenta en una igualdad esencial entre ciudadanos (no individuos), que por tanto comparten derechos y responsabilidades comunes, una cultura así se vuelve su peor cáncer, su gangrena más voraz.
El asunto IKEA sería un accidente, un “fenómeno de masas” curioso, una anécdota más en el calendario de hechos pintorescos, si no estuviéramos concientes de que en su base están la exacerbación de la competencia individual y el éxito particularizado, la sobreexplotación de trabajadores embarcados en una cultura de sobreconsumo insostenible sin control privado ni público, y la disociación entre la vida de prosperidad que el mercado ofrece por todos los canales posibles y la realidad de privaciones en que se desenvuelven las mayorías del país.
Sobre ese terreno movedizo cualquier élite debería temer estar sentada. En la Alemania de la primera mitad del siglo XX, como en la Rep. Dominicana de los treinta, los "fenómenos de masas" como el visto en esa tienda-laboratorio parieron como respuestas a las crisis, los experimentos sociales más terribles y espeluznantes que podamos imaginar.
Tomado De: Http://Www.Perspectivaciudadana.Com
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