Editorial de la revista Punto Final, de Chile
Señor
Barack Hussein Obama,
Presidente de los Estados Unidos de América
Señor
Barack Hussein Obama,
Presidente de los Estados Unidos de América
Señor presidente:
Simón Bolívar escribió el 5 de agosto de 1829: “Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias a nombre de la Libertad”. Una profecía confirmada mil veces, hasta nuestros días. La advertencia del Libertador se hizo realidad no sólo en América Latina y el Caribe, condenados por su cercanía geográfica y sus enormes riquezas a sufrir el pillaje de EE.UU. y sus legiones de marines. A partir de la segunda guerra mundial, la voracidad depredadora del nuevo imperio se hizo universal y sigue cometiendo crímenes de lesa humanidad invocando la libertad y los derechos humanos de sus víctimas.
Su país, señor presidente, que forjaron patriotas ejemplares inspirados en nobles principios republicanos, se ha convertido en un imperio desalmado, sangriento y rapaz, odiado y temido en el mundo.
Guerras e invasiones, bombardeos de poblaciones civiles, golpes de Estado, conspiraciones y asesinatos políticos, torturas en cárceles secretas, sabotajes, terrorismo, campañas de propaganda y dinero para desestabilizar gobiernos, patrañas para justificar la ocupación de países ricos en petróleo, gas y otros minerales, bloqueos de alimentos y medicinas para someter la soberanía y dignidad de naciones pequeñas y débiles, y, sobre todo, su desenfrenado espíritu de rapiña, convierten a EE.UU. en odioso símbolo del escarnio al derecho de gentes.
¡Qué lejos está hoy su país del noble espíritu que animó la Declaración de Independencia en 1776! La proclama de Jefferson y sus compañeros de que “todos los hombres nacen iguales”, se extravió en la oscuridad de la traición.
Usted, señor, representa algo muy distinto al país que soñaron los Padres Fundadores. Usted es el jefe de un imperio que amenaza al mundo con su desesperada búsqueda de materias primas y recursos energéticos para alimentar una economía que no reconoce otro límite que la máxima ganancia. Esa irresponsabilidad está empujando a la Humanidad al hambre y el desastre. El desprecio de su nación por las leyes de la naturaleza pone en riesgo la existencia del planeta y atropella las normas de solidaridad ambiental que aseguran la presencia de la pareja humana en la Tierra.
Su gobierno, señor presidente, ha continuado las políticas que hacen de EE.UU. un imperio guerrerista. Más que un país, el suyo es un bastión militar. Lo corrobora el presupuesto de defensa de este año con 553 mil millones de dólares y un suplemento de 117.800 millones para sostener la guerra en Afganistán e Iraq.
Usted no habla en nombre de los 155 millones de norteamericanos que quieren un mundo en paz. Mucho menos lo hace por los miles de sindicalistas y jóvenes que se han movilizado estos días en Wisconsin, Ohio y otros estados protestando contra las leyes que reducen las jubilaciones y salarios. Usted habla en nombre de los 400 norteamericanos que Michael Moore ha dicho que “tienen la misma cantidad de riqueza que la mitad del total de los estadounidenses”. Ese gordo formidable e incansable, que ha hecho lo suyo para difundir la realidad de EE.UU., afirma: “Hemos entregado nuestra preciosa democracia a una elite financiera. Wall Street, los bancos y Fortune son los que gobiernan esta república”(1).
Esa realidad -la del capitalismo-, la vivimos también en Chile.
Somos poco más de 17 millones de una población mestiza, que sin embargo, discrimina a indígenas, morenos y negros. Nuestro país sufre las mismas deformaciones que afectan al suyo, entre otros motivos porque se empeña en imitarlo. También en Chile una elite ejerce el poder. Sus miembros poseen enormes fortunas y figuran en el cuadro de honor de Forbes. Iris Fontbona viuda de Luksic posee 19.200 millones de dólares. Horst Paulmann, 10.500 millones; los Matte, dueños de bosques y plantas eléctricas, 10.400 millones; y el presidente de la República, Sebastián Piñera, elevó su fortuna a 2.400 millones el año pasado. Esta minoría insaciable controla los medios de comunicación y la educación privada -donde se educan la mayoría de los niños y jóvenes chilenos-. Logra así el mismo engaño masivo que Moore menciona en su discurso de Madison: que los pobres “voten por el partido que protege a los ricos porque ‘usted podrá ser un día uno de ellos’”.
El soporte social de la elite que gobierna en Chile es una pretendida clase media, alienada por el consumismo y que se equilibra sobre la tarjeta de crédito. Esto le facilita acceder a automóviles, electrodomésticos, celulares, viajes y espectáculos cuya profusión permite crear el espejismo de una sociedad igualitaria. Detrás del telón se esconden tres y medio millones de pobres e indigentes y casi 700 mil jóvenes que no estudian ni trabajan. Una parte considerable de la población es prisionera de la droga. Chile -como usted sabe- es uno de los diez países con mayor desigualdad en el mundo.
Como puede ver, señor presidente, en Chile se sentirá como en su casa. De algún modo -lo percibirá si el espeso muro de su seguridad lo permite-, nuestro país es una burda imitación del suyo. Pero ustedes son el imperio y nosotros la colonia.
El modelo económico y social que nos impusieron mediante el terrorismo de Estado los militares y empresarios coaligados con las trasnacionales, fue el premio mayor de la intervención norteamericana. La oligarquía que ayudó a desatar el golpe es la misma que hoy gobierna el país. No ha dejado de hacerlo en ningún momento durante casi 40 años. Para ello se ha valido indistintamente de militares y políticos de derecha y centro-”izquierda”. Estos últimos gobernaron durante 20 años y ni siquiera despeinaron el modelo neoliberal. Por el contrario, terminaron de traspasar al sector privado lo poco que quedaba en el área pública.
Esa gentuza, señor presidente, son sus amigos en Chile. Tenga cuidado con ellos.
Es lamentable, señor presidente, que usted recorra el mismo camino sinuoso que ya hicieron sus antecesores. No ha corregido la alevosa política hacia Cuba que impulsaron los diez presidentes anteriores. El bloqueo a la isla -usted lo sabe- es una arbitrariedad inicua que viola los derechos humanos del pueblo cubano. Lo señala todos los años Naciones Unidas, sin que su país se dé por enterado. Esto constituye un agravio y una afrenta para toda América Latina y el Caribe porque atropella la soberanía de una nación hermana. Aún más, su gobierno ha hecho oídos sordos a la petición mundial de libertad para cinco cubanos prisioneros en EE.UU. acusados de impedir las acciones terroristas que se fraguaban contra la isla.
La beligerante actitud de su gobierno contra Venezuela es otro hecho bochornoso de esta política imperial. Sus intentos por desestabilizar al gobierno del presidente Hugo Chávez repiten el mismo esquema de intromisión extranjera que vivieron Chile en 1973 y Honduras en 2009.
Usted parece no entender que en América Latina y el Caribe ha renacido una corriente social y política que demanda democracia participativa, justicia e igualdad. Es un movimiento de pueblos cansados de ficciones democráticas a la medida de los intereses oligárquicos. Su demanda superior -desde siempre- es la unidad e integración de América Latina y el Caribe.
Eso es lo que representa Hugo Chávez para el pueblo venezolano y para los pobres y excluidos del continente. La revolución bolivariana tiene una línea de continuidad de dos siglos con la historia política latinoamericana y caribeña. Proviene de los libertadores que desafiaron y derrotaron al poder colonial, entre ellos nuestro Bernardo O’Higgins que proclamó “más vale morir de pie que vivir de rodillas”. Ese fue el espíritu combativo de los jefes y soldados indígenas y mestizos de las primeras luchas de la independencia. Es el mismo espíritu que renació en Fidel Castro y Salvador Allende, y que hoy recorre los llanos de Venezuela y las selvas y montañas de Ecuador y Bolivia.
En 1960 un gran norteamericano, el sociólogo C. Wright Mills, escribió Escucha yanqui. La Revolución Cubana. Fue un intento por hacer comprender a EE.UU. ese acontecimiento histórico. Pero el yanqui no escuchó. Ojalá usted preste atención a norteamericanos valientes como Noam Chomsky, James Petras, Michael Moore y tantos otros intelectuales, artistas, cineastas, pastores religiosos, científicos, sindicalistas, etc., que con honestidad tratan que su nación despierte a la realidad. Si usted atiende esas voces, comprenderá porqué el clásico grito “Yanqui go home” lo continuarán escuchando los presidentes norteamericanos hasta el día del juicio final del imperialismo.
Lo saluda atentamente,
Simón Bolívar escribió el 5 de agosto de 1829: “Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias a nombre de la Libertad”. Una profecía confirmada mil veces, hasta nuestros días. La advertencia del Libertador se hizo realidad no sólo en América Latina y el Caribe, condenados por su cercanía geográfica y sus enormes riquezas a sufrir el pillaje de EE.UU. y sus legiones de marines. A partir de la segunda guerra mundial, la voracidad depredadora del nuevo imperio se hizo universal y sigue cometiendo crímenes de lesa humanidad invocando la libertad y los derechos humanos de sus víctimas.
Su país, señor presidente, que forjaron patriotas ejemplares inspirados en nobles principios republicanos, se ha convertido en un imperio desalmado, sangriento y rapaz, odiado y temido en el mundo.
Guerras e invasiones, bombardeos de poblaciones civiles, golpes de Estado, conspiraciones y asesinatos políticos, torturas en cárceles secretas, sabotajes, terrorismo, campañas de propaganda y dinero para desestabilizar gobiernos, patrañas para justificar la ocupación de países ricos en petróleo, gas y otros minerales, bloqueos de alimentos y medicinas para someter la soberanía y dignidad de naciones pequeñas y débiles, y, sobre todo, su desenfrenado espíritu de rapiña, convierten a EE.UU. en odioso símbolo del escarnio al derecho de gentes.
¡Qué lejos está hoy su país del noble espíritu que animó la Declaración de Independencia en 1776! La proclama de Jefferson y sus compañeros de que “todos los hombres nacen iguales”, se extravió en la oscuridad de la traición.
Usted, señor, representa algo muy distinto al país que soñaron los Padres Fundadores. Usted es el jefe de un imperio que amenaza al mundo con su desesperada búsqueda de materias primas y recursos energéticos para alimentar una economía que no reconoce otro límite que la máxima ganancia. Esa irresponsabilidad está empujando a la Humanidad al hambre y el desastre. El desprecio de su nación por las leyes de la naturaleza pone en riesgo la existencia del planeta y atropella las normas de solidaridad ambiental que aseguran la presencia de la pareja humana en la Tierra.
Su gobierno, señor presidente, ha continuado las políticas que hacen de EE.UU. un imperio guerrerista. Más que un país, el suyo es un bastión militar. Lo corrobora el presupuesto de defensa de este año con 553 mil millones de dólares y un suplemento de 117.800 millones para sostener la guerra en Afganistán e Iraq.
Usted no habla en nombre de los 155 millones de norteamericanos que quieren un mundo en paz. Mucho menos lo hace por los miles de sindicalistas y jóvenes que se han movilizado estos días en Wisconsin, Ohio y otros estados protestando contra las leyes que reducen las jubilaciones y salarios. Usted habla en nombre de los 400 norteamericanos que Michael Moore ha dicho que “tienen la misma cantidad de riqueza que la mitad del total de los estadounidenses”. Ese gordo formidable e incansable, que ha hecho lo suyo para difundir la realidad de EE.UU., afirma: “Hemos entregado nuestra preciosa democracia a una elite financiera. Wall Street, los bancos y Fortune son los que gobiernan esta república”(1).
Esa realidad -la del capitalismo-, la vivimos también en Chile.
Somos poco más de 17 millones de una población mestiza, que sin embargo, discrimina a indígenas, morenos y negros. Nuestro país sufre las mismas deformaciones que afectan al suyo, entre otros motivos porque se empeña en imitarlo. También en Chile una elite ejerce el poder. Sus miembros poseen enormes fortunas y figuran en el cuadro de honor de Forbes. Iris Fontbona viuda de Luksic posee 19.200 millones de dólares. Horst Paulmann, 10.500 millones; los Matte, dueños de bosques y plantas eléctricas, 10.400 millones; y el presidente de la República, Sebastián Piñera, elevó su fortuna a 2.400 millones el año pasado. Esta minoría insaciable controla los medios de comunicación y la educación privada -donde se educan la mayoría de los niños y jóvenes chilenos-. Logra así el mismo engaño masivo que Moore menciona en su discurso de Madison: que los pobres “voten por el partido que protege a los ricos porque ‘usted podrá ser un día uno de ellos’”.
El soporte social de la elite que gobierna en Chile es una pretendida clase media, alienada por el consumismo y que se equilibra sobre la tarjeta de crédito. Esto le facilita acceder a automóviles, electrodomésticos, celulares, viajes y espectáculos cuya profusión permite crear el espejismo de una sociedad igualitaria. Detrás del telón se esconden tres y medio millones de pobres e indigentes y casi 700 mil jóvenes que no estudian ni trabajan. Una parte considerable de la población es prisionera de la droga. Chile -como usted sabe- es uno de los diez países con mayor desigualdad en el mundo.
Como puede ver, señor presidente, en Chile se sentirá como en su casa. De algún modo -lo percibirá si el espeso muro de su seguridad lo permite-, nuestro país es una burda imitación del suyo. Pero ustedes son el imperio y nosotros la colonia.
El modelo económico y social que nos impusieron mediante el terrorismo de Estado los militares y empresarios coaligados con las trasnacionales, fue el premio mayor de la intervención norteamericana. La oligarquía que ayudó a desatar el golpe es la misma que hoy gobierna el país. No ha dejado de hacerlo en ningún momento durante casi 40 años. Para ello se ha valido indistintamente de militares y políticos de derecha y centro-”izquierda”. Estos últimos gobernaron durante 20 años y ni siquiera despeinaron el modelo neoliberal. Por el contrario, terminaron de traspasar al sector privado lo poco que quedaba en el área pública.
Esa gentuza, señor presidente, son sus amigos en Chile. Tenga cuidado con ellos.
Es lamentable, señor presidente, que usted recorra el mismo camino sinuoso que ya hicieron sus antecesores. No ha corregido la alevosa política hacia Cuba que impulsaron los diez presidentes anteriores. El bloqueo a la isla -usted lo sabe- es una arbitrariedad inicua que viola los derechos humanos del pueblo cubano. Lo señala todos los años Naciones Unidas, sin que su país se dé por enterado. Esto constituye un agravio y una afrenta para toda América Latina y el Caribe porque atropella la soberanía de una nación hermana. Aún más, su gobierno ha hecho oídos sordos a la petición mundial de libertad para cinco cubanos prisioneros en EE.UU. acusados de impedir las acciones terroristas que se fraguaban contra la isla.
La beligerante actitud de su gobierno contra Venezuela es otro hecho bochornoso de esta política imperial. Sus intentos por desestabilizar al gobierno del presidente Hugo Chávez repiten el mismo esquema de intromisión extranjera que vivieron Chile en 1973 y Honduras en 2009.
Usted parece no entender que en América Latina y el Caribe ha renacido una corriente social y política que demanda democracia participativa, justicia e igualdad. Es un movimiento de pueblos cansados de ficciones democráticas a la medida de los intereses oligárquicos. Su demanda superior -desde siempre- es la unidad e integración de América Latina y el Caribe.
Eso es lo que representa Hugo Chávez para el pueblo venezolano y para los pobres y excluidos del continente. La revolución bolivariana tiene una línea de continuidad de dos siglos con la historia política latinoamericana y caribeña. Proviene de los libertadores que desafiaron y derrotaron al poder colonial, entre ellos nuestro Bernardo O’Higgins que proclamó “más vale morir de pie que vivir de rodillas”. Ese fue el espíritu combativo de los jefes y soldados indígenas y mestizos de las primeras luchas de la independencia. Es el mismo espíritu que renació en Fidel Castro y Salvador Allende, y que hoy recorre los llanos de Venezuela y las selvas y montañas de Ecuador y Bolivia.
En 1960 un gran norteamericano, el sociólogo C. Wright Mills, escribió Escucha yanqui. La Revolución Cubana. Fue un intento por hacer comprender a EE.UU. ese acontecimiento histórico. Pero el yanqui no escuchó. Ojalá usted preste atención a norteamericanos valientes como Noam Chomsky, James Petras, Michael Moore y tantos otros intelectuales, artistas, cineastas, pastores religiosos, científicos, sindicalistas, etc., que con honestidad tratan que su nación despierte a la realidad. Si usted atiende esas voces, comprenderá porqué el clásico grito “Yanqui go home” lo continuarán escuchando los presidentes norteamericanos hasta el día del juicio final del imperialismo.
Lo saluda atentamente,
MANUEL CABIESES DONOSO
Director de “Punto Final”
Director de “Punto Final”
(1) Discurso de Michael Moore en Madison, Wisconsin, 5/3/2011
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