TELAM – Las disculpas que no ofreció Estados Unidos sobre su responsabilidad en el derrocamiento de Salvador Allende eran esperadas no sólo por Chile sino por toda América latina, sometida durante décadas a la ingerencia política de Washington.
La pregunta, que fue esquivada con decoro y frialdad por Barack Obama durante su reciente visita a Santiago, seguramente será formulada en el futuro cuando el presidente norteamericano u otro mandatario de ese país realice un nuevo viaje por la región.
Si Obama hubiera viajado a la Argentina posiblemente habría recibido una indagatoria similar sobre la relación que tuvo la Casa Blanca con la dictadura que derrocó al gobierno constitucional, el 24 de marzo de 1976, aunque es cierto que el ex presidente Jimmy Carter congeló la venta de armas al país tras reunirse en 1977 con el dictador Jorge Videla en Washington.
Allí yo le planteé (a Videla) nuestra inquietud por las violaciones a los derechos humanos que ocurrían en la Argentina.
Nosotros conocíamos las desapariciones por informes de inteligencia. Lo que queríamos era presionar económica y políticamente a Buenos Aires, y también a Chile, para que las cosas cambiaran. No tuvimos éxito, dijo Carter, durante una entrevista con el diario La Nación a fines de marzo de 2000.
Al visitar La Moneda, el palacio presidencial que fue bombardeado durante el golpe contra Allende, el 11 de septiembre de 1973, Obama dijo a la prensa que no podía hablar de todas las políticas del pasado y señaló que ahora hay que mirar hacia el futuro.
Obama conoce el papel que jugó Estados Unidos en las invasiones del Caribe a principios del siglo XX, el derrocamiento del presidente guatemalteco Jacobo Arbenz (1954), del dominicano Juan Bosch (1964), la invasión de Bahía de Cochinos, Cuba (1961) y el apoyo a los contras nicaragüenses, entre otros ejemplos.
El caso chileno fue debatido muchas veces en el Congreso de Estados unidos, sobre todo después de que en diciembre de 2008 el Archivo Nacional de Seguridad publicara la transcripción de las conversaciones telefónicas del ex secretario de Estado, Henry Kissinger, con miembros de la Agencia Central de Inteligencia (CIA).
Nosotros no dejaremos que Chile se hunda en una alcantarilla, dijo Kissinger al director de la CIA Richard Helms en una conversación telefónica realizada el 12 de septiembre de 1970, según un documento desclasificado publicado en la prensa estadounidense.
Las grabaciones señalaron, también, que el ex presidente Richard Nixon (1969 y 1974) opinaba que Allende era un hijo de puta al que había que patearle el trasero, informó la BCC de Londres.
También existe la sospecha sobre la supuesta implicancia de la CIA en el asesinato del comandante en jefe del ejército de Chile, general René Schneider, tras sufrir un intento de secuestro en el marco de un complot para impedir que Allende asuma la presidencia en 1970.
La visita de Obama se quedó, para desilusión de sus anfitriones en un vacío mensaje de buenas intenciones que reincidía en los tópicos más frecuentes y esquivaba los verdaderos temas pendientes para un presidente norteamericano en esta región, dijo el corresponsal del diario español El País en Washington, Antonio Cano.
Es posible que los ex presidentes chilenos Patricio Aylwin, Ricardo Lagos, Ricardo Frei y el actual mandatario de derecha, Sebastián Piñera, hayan esperado una declaración más importante de Washington, teniendo en cuenta que los cuatro políticos condenaron a la dictadura militar de Augusto Pinochet.
Una disculpa o una referencia al papel que jugó Estados Unidos hubiera probablemente sido bien recibida no sólo por Chile, sino por varios países latinoamericanos que se niegan a cerrar las heridas de un pasado reciente, hasta tanto la justicia juzgue a los responsables de aquellos crímenes de lesa humanidad.
Tal vez Obama desperdició una buena oportunidad para reconciliar los lazos de la Casa Blanca con la región en un momento en que Washington busca nuevos socios para su recuperación económica, tras la crisis financiera de 2008.
Para los países latinoamericanos, la actitud mostrada por el mandatario constituye probablemente una nueva frustración y abre un interrogante sobre las futuras intenciones de EE.UU con respecto a Latinoamérica.
Y es que durante sus dos primeros años en la presidencia Obama dejó algunas dudas: adoptó un actitud ambigua e inquietante en el golpe de Estado que derrocó al presidente hondureño, Manuel Zelaya, el 28 de junio de 2009, ya que tuvo una posición displicente con el golpista Roberto Micheletti.
Pidió en un primer momento que los hondureños resolvieran su disputa en forma pacífica, pero no reclamó que Zelaya sea restituido como presidente como demandaban los demás países latinoamericanos, encabezados por Argentina y Brasil Obama, que en septiembre de 2010 elogió el rol de “las madres de los desaparecidos que denunciaron la Guerra Sucia” (en obvia referencia a las Madres de Plaza de Mayo) debe saber que no basta con hablar de democracia y capitalismo para restaurar la dañada imagen que Washington tiene con la región.
En Chile, donde la dictadura de Pinochet causó miles de muertos, ejecuciones y desaparecidos, así como en el resto de América latina, esperan una respuesta sincera y contundente del Premio Nobel de la Paz para poder creer en las buenas intenciones de los gobiernos estadounidenses.
La pregunta, que fue esquivada con decoro y frialdad por Barack Obama durante su reciente visita a Santiago, seguramente será formulada en el futuro cuando el presidente norteamericano u otro mandatario de ese país realice un nuevo viaje por la región.
Si Obama hubiera viajado a la Argentina posiblemente habría recibido una indagatoria similar sobre la relación que tuvo la Casa Blanca con la dictadura que derrocó al gobierno constitucional, el 24 de marzo de 1976, aunque es cierto que el ex presidente Jimmy Carter congeló la venta de armas al país tras reunirse en 1977 con el dictador Jorge Videla en Washington.
Allí yo le planteé (a Videla) nuestra inquietud por las violaciones a los derechos humanos que ocurrían en la Argentina.
Nosotros conocíamos las desapariciones por informes de inteligencia. Lo que queríamos era presionar económica y políticamente a Buenos Aires, y también a Chile, para que las cosas cambiaran. No tuvimos éxito, dijo Carter, durante una entrevista con el diario La Nación a fines de marzo de 2000.
Al visitar La Moneda, el palacio presidencial que fue bombardeado durante el golpe contra Allende, el 11 de septiembre de 1973, Obama dijo a la prensa que no podía hablar de todas las políticas del pasado y señaló que ahora hay que mirar hacia el futuro.
Obama conoce el papel que jugó Estados Unidos en las invasiones del Caribe a principios del siglo XX, el derrocamiento del presidente guatemalteco Jacobo Arbenz (1954), del dominicano Juan Bosch (1964), la invasión de Bahía de Cochinos, Cuba (1961) y el apoyo a los contras nicaragüenses, entre otros ejemplos.
El caso chileno fue debatido muchas veces en el Congreso de Estados unidos, sobre todo después de que en diciembre de 2008 el Archivo Nacional de Seguridad publicara la transcripción de las conversaciones telefónicas del ex secretario de Estado, Henry Kissinger, con miembros de la Agencia Central de Inteligencia (CIA).
Nosotros no dejaremos que Chile se hunda en una alcantarilla, dijo Kissinger al director de la CIA Richard Helms en una conversación telefónica realizada el 12 de septiembre de 1970, según un documento desclasificado publicado en la prensa estadounidense.
Las grabaciones señalaron, también, que el ex presidente Richard Nixon (1969 y 1974) opinaba que Allende era un hijo de puta al que había que patearle el trasero, informó la BCC de Londres.
También existe la sospecha sobre la supuesta implicancia de la CIA en el asesinato del comandante en jefe del ejército de Chile, general René Schneider, tras sufrir un intento de secuestro en el marco de un complot para impedir que Allende asuma la presidencia en 1970.
La visita de Obama se quedó, para desilusión de sus anfitriones en un vacío mensaje de buenas intenciones que reincidía en los tópicos más frecuentes y esquivaba los verdaderos temas pendientes para un presidente norteamericano en esta región, dijo el corresponsal del diario español El País en Washington, Antonio Cano.
Es posible que los ex presidentes chilenos Patricio Aylwin, Ricardo Lagos, Ricardo Frei y el actual mandatario de derecha, Sebastián Piñera, hayan esperado una declaración más importante de Washington, teniendo en cuenta que los cuatro políticos condenaron a la dictadura militar de Augusto Pinochet.
Una disculpa o una referencia al papel que jugó Estados Unidos hubiera probablemente sido bien recibida no sólo por Chile, sino por varios países latinoamericanos que se niegan a cerrar las heridas de un pasado reciente, hasta tanto la justicia juzgue a los responsables de aquellos crímenes de lesa humanidad.
Tal vez Obama desperdició una buena oportunidad para reconciliar los lazos de la Casa Blanca con la región en un momento en que Washington busca nuevos socios para su recuperación económica, tras la crisis financiera de 2008.
Para los países latinoamericanos, la actitud mostrada por el mandatario constituye probablemente una nueva frustración y abre un interrogante sobre las futuras intenciones de EE.UU con respecto a Latinoamérica.
Y es que durante sus dos primeros años en la presidencia Obama dejó algunas dudas: adoptó un actitud ambigua e inquietante en el golpe de Estado que derrocó al presidente hondureño, Manuel Zelaya, el 28 de junio de 2009, ya que tuvo una posición displicente con el golpista Roberto Micheletti.
Pidió en un primer momento que los hondureños resolvieran su disputa en forma pacífica, pero no reclamó que Zelaya sea restituido como presidente como demandaban los demás países latinoamericanos, encabezados por Argentina y Brasil Obama, que en septiembre de 2010 elogió el rol de “las madres de los desaparecidos que denunciaron la Guerra Sucia” (en obvia referencia a las Madres de Plaza de Mayo) debe saber que no basta con hablar de democracia y capitalismo para restaurar la dañada imagen que Washington tiene con la región.
En Chile, donde la dictadura de Pinochet causó miles de muertos, ejecuciones y desaparecidos, así como en el resto de América latina, esperan una respuesta sincera y contundente del Premio Nobel de la Paz para poder creer en las buenas intenciones de los gobiernos estadounidenses.
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